Crisis del Coronavirus

La mascarilla, presente (pero menos) en el transporte público riojano

La mascarilla, presente (pero menos) en el transporte riojano

El miércoles amanece en Logroño con el habitual trasiego de gente que va y viene al compás de su rutina diaria. Una rutina que no es tal cosa para aquellos que recurren al transporte público para llevar a los críos al cole, acudir al puesto de trabajo, visitar a un familiar en el hospital o desplazarse a hacer la compra para preparar el menú del día.

Este miércoles es diferente a los más de mil días (1.010, para ser exactos) precedentes porque, por primera vez, ya no es necesario llevar mascarilla para subirse al autobús, al taxi o al tren. Son pasajeros que, por primera vez en tres años, descubren la sonrisa de ese otro viajero que cada día pasa revista telefónica a algún familiar. Usuarios que se ven en la necesidad de tener que echarse la mano a la cara para disimular bostezos hasta entonces camuflados por el tapabocas.

Subimos a uno de los vehículos del urbano logroñés bien temprano. Un primer vistazo al interior del vehículo arroja escasas diferencias respecto a los tres años precedentes. Pareciera que los pasajeros vivan ajenos a la actualidad informativa, pero lo cierto es que el destino del autobús invita a la prudencia: Línea 11, Centro-Hospital San Pedro.

“Yo la voy a seguir llevando porque el autobús es un espacio cerrado en el que va mucha gente y se ventila poco; sigue siendo un foco de contagio”, explica Marijose, que se siente “más segura porque hay muchas más enfermedades al margen del COVID” y cree que “esta medida, como todo, qui. Parecidos motivos tiene Susana: “Voy más protegida, especialmente porque me contagié en enero y trabajo en una residencia de personas mayores”.

“Además protege del frío”

Nos apeamos del bus en el enclave de mayor trajín de pasajeros en la capital riojana. Junto al monumento al Labrador, Catri bucea en las páginas de una novela mientras aguarda a la llegada de su autobús. Nadie invade su espacio en un radio de cinco metros, pero aun así luce una mascarilla en el rostro.

“Se ha convertido en una costumbre y realmente la llevo por el frío que está haciendo ahora en la calle”, explica. Y, claro, una vez dentro del autobús “¿para qué quitármela?”. Esta usuaria habitual del transporte público cree que el levantamiento de la obligatoriedad de la mascarilla “llega algo tarde”, ya que “todos nos reunimos desde hace tiempo en otros lugares más concurridos que un autobús”.

En la marquesina contigua Carmen otea al horizonte de la Avenida de la Solidaridad en busca de su autobús. Celebra la medida del Consejo de Ministros, aunque en su muñeca luce una mascarilla FFP2: “La tengo preparada en la manita, ya por costumbre”, pese a que cree que “la iré abandonando conforme se me vayan agotando las existencias en casa”.

Lo de apurar el ‘stock’ casero de mascarillas le llega en buen momento, porque “sigue habiendo mucho problema con la gripe”. “La voy a seguir llevando, por mí misma, pero todo lo que no sea prohibitivo me parece bien”.

Adiós a las situaciones “violentas”

Conforme avanza la mañana el porcentaje de pasajeros con mascarilla va cayendo drásticamente. Lo apunta Óscar, uno de los conductores del urbano que ha visto cómo “en el primer servicio la llevaba en torno al 80 por ciento de los usuarios, pero ahora diría que se ha rebajado a un 10 o un 20 por ciento”.

Nadie ha celebrado más el levantamiento de las mascarillas obligatorias que el colectivo de chóferes. “Después de tres años ya era algo necesario” porque “estábamos en el compromiso de tener que recordar continuamente a los pasajeros que se la pusieran”. Lo explica Jesús, quien en los últimos mil y diez días “me he tenido que ver en más de una ocasión en la tesitura de parar el autobús y llamar a la policía porque había algún pasajero erre que erre, que no se la ponía”. “Algún que otro insulto también he tenido que recibir”, añade.

El colectivo de taxistas también se confiesa aliviado por poner fin a sus labores complementarias “de policía” al reprender a los pasajeros negacionistas de la mascarilla. En la nueva parada de Murrieta, Álex aguarda clientes pero no se desprende de su mascarilla.

“La voy a seguir llevando hasta que vea que esto se va terminando”, explica, razonando que “lo hago por mí mismo y por la familia; paso bastante tiempo con mi suegra, que tiene problemas respiratorios, y no quiero contagiarla”. Al igual que los conductores de autobús, en estos últimos tres años se ha visto en situaciones “bastante violentas” en las que algún pasajero se negaba sistemáticamente a llevar la mascarilla.

La primera jornada de este ‘nuevo régimen’ en el transporte de pasajeros arroja, por tanto, la sensación de que la nueva medida se recibe con cierta prudencia. Ahora es el sentido común -que, al igual que las líneas del urbano, va por barrios- el único que marca cuándo llevar o no la mascarilla a la hora de trasladarse mediante el transporte público.

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