Merodeaba la tarde por brisas, temperaturas y soles más propios de primavera que de los primeros días de febrero. Como el cartel, con tanto aroma a Sevilla, al mes de abril y al albero de La Maestranza. Urdiales y Ortega, un cartel dorado, pero sin oros. De azabache vistió el riojano; de plata el sevillano. Y lo que es peor, sin la más minúscula pepita de oro en forma de bravura de los toros de José Vázquez. ¡Qué mansada! Ni un quite permitió aquel comportamiento tan huidizo y bronco del sexteto en los primeros tercios, que, hasta entonces, era todo tan cortado por el mismo patrón.
No había terminado Urdiales de dibujar tres verónicas de manos bajas, con la suerte cargada y el temple de los elegidos, que ‘Esquivo’ empezó hacer honor a su nombre y se fue en busca de los terrenos de nadie. De todos los capotes salía suelto; huido, del caballo de picar. Siempre tan abanto. La armonía de ‘Esquivo’ llegaba por exceso, tan hondo y tan alto. Empezó a mandar Urdiales en aquella ‘joya’ de embestida sometiendo por bajo y rematando aquella primera serie con una trinchera de cartel. Aquel ‘Esquivo’ se volvió incierto, brusco y violento y hasta se le vino al cuerpo a Urdiales en dos o tres ocasiones.
Corrió Urdiales turno al ser devuelto el debilucho tercero. Y volvió a salir otro toro pobre de cuello y excesiva alzada. Con las mismas ‘virtudes’ que el primero: siempre tan suelto, tan constante la huida. De cámara oculta. El caso que ‘Expresivo’ descansó de su mansedumbre y aún se dejó robar una serie de naturales de buen trazo y generoso temple, aunque Urdiales pareció más preocupado de alargar las embestidas que de rematarlas en la cadera. Ante aquel malaje la apuesta de Urdiales fue más cabal que total.
Se corrió como quinto el sobrero, que tenía más trapío que varios de los titulares. Las intenciones, similares a las antes descritas: tan aviesas como deslucidas. Aunque, a decir verdad, a Urdiales hoy le faltó acople y confianza. O ese plus de quien se anuncia a las puertas de Madrid. Porque hoy en Valdemorillo había aficionados de Madrid y a Urdiales hasta le pitaron. No por demérito del riojano, si no para ensalzar a Ortega, que se ha quedado fuera de San Isidro. Y por eso, a Ortega le esperaron con ternura y celebraron con entusiasmo todo lo bueno que hizo. Que fue bastante, como también fueron mejores sus tres oponentes. Con diferencia.
El saludo arrebatado a su primero fue una declaración de intenciones. Hasta tres medias para abrochar aquel ramillete de verónicas. Unos delantales con el compás abierto fue el único quite de la tarde. El embroque esperado y con la muleta muy abajo fue lo mejor de una faena en la que el sevillano recorrió mucha plaza.
Otra historia fue el trasteo al cuarto, de tan pobre lámina. Un compendio de gusto, tacto, delicadeza, suavidad y naturalidad. Un cambio de mano eterno como zénit a tanta dulzura y tanta delicadeza. Todo tan templado, tan despacito. Tan bonito. Un ‘os vais a perder esto en Las Ventas’, pero dicho con las palabras exactas, sin acritud, sin resquemor. Ortega puede que sea hoy el torero que con más belleza torea. Ahora también supo dar con las distancias, los tiempos y los terrenos. El cierre, a dos manos y rodilla en tierra, mantuvo el nivel de todo el trasteo.
Abrochó Ortega el triunfo con otra obra delicada y sutil al sexto. Tan fiel a su concepto: el toreo con los vuelos (y solo los vuelos) de una muleta que siempre ase con las yemas de los dedos.
La ficha
Plaza de toros de Valdemorillo (Madrid). Segunda de la Feria de San Blas. Toros de José Vázquez, el tercero como sobrero, de distintas hechuras y variada tipología, bien hechos en su mayoría. Corrida de poca raza y mucha mansedumbre; los corridos en segundo, cuarto y sexto lugar, con posibilidades.
• DIEGO URDIALES, silencio, palmas y silencio.
• JUAN ORTEGA, ovación, oreja y oreja.
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