La Rioja

Veinte años sin el escultor Miguel Ángel Sáinz

Pocos son los municipios en La Rioja que no tienen una obra del artista aldeano Miguel Ángel Sáinz en sus calles o en sus iglesias. Considerado por muchos “el genio más trascendental que ha dado nuestra tierra en todos los tiempos”, durante estos días en su pueblo natal, Aldeanueva de Ebro, se están llevando a cabo unas jornadas para recordarlo en el vigésimo aniversario de su muerte. Rutas guiadas por su obra o una placa en el colegio que lleva su nombre son algunos de los actos programados.

Y es que son muchos los que aún recuerdan de una forma u otra la historia de un hombre que vivió por y para el arte. Escultor, pero también pintor y cineasta, Miguel Ángel nació el 4 de julio de 1955, en Aldeanueva de Ebro. Cuentan que ya sabía dibujar antes de aprender a leer y escribir y que en él había cualidades fuera de serie, que necesitaba expresar y que surgían de él con una energía torrencial.

Era la iglesia de su pequeño municipio el lugar que le atraía sobremanera y la recorría prestando un interés especial a cada detalle. Quizás por ello en 1966, a los 11 años, comenzó el bachillerato en el Seminario Conciliar de Logroño. Allí, interno, se encauzó el torbellino que era Miguel Ángel. Comenzó a leer y a estudiar desde muy pronto. Su vocación estaba dividida entre continuar en el Seminario y hacerse cura, o iniciar una carrera de arte. El arte ganó. En 1972 abandonó el Seminario y estudió COU en Calahorra para, al año siguiente, irse a Madrid a comenzar sus estudios de arte.

En 1973, sin haber ingresado todavía en Bellas Artes, fue alumno de la academia Artaquio, de Rosendo Loriente, donde acudía a clases de dibujo junto a estudiantes de Bellas Artes y de Arquitectura. Allí fue perfeccionándose en el dibujo a la manera clásica. Pronto el profesor se dio cuenta del talento del joven y le ofreció una beca y le pidió su colaboración en las clases; así Miguel Ángel pasó de alumno a colaborador de la academia en unos meses.

Al año siguiente, con 19 años, se matriculó en la facultad de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y en tercero de carrera comenzarían sus primeros encargos en La Rioja. El primero, como no podía ser de otra forma, fue la remodelación del atrio de la iglesia de Aldeanueva, más conocido como ‘El Fosal’, un recinto a los pies de la iglesia de más de 500 metros cuadrados en el que sólo había varios árboles y un suelo de canto rodado y que convirtió en la maravillosa obra de arte que aún hoy es.

Como gran contador de historias que era, siempre estuvo interesado por el ser humano, sus tribulaciones, la filosofía, su entendimiento y sus limitaciones. Además, por otro lado vivía inmerso en un mundo mítico, alegórico, de añoranza de otras épocas, totalmente empapado de antiguas culturas y enamorado de la estética egipcia que se refleja prácticamente en todas sus obras.

Un momento escultórico importante fue el encargo de un Sagrario para el Monasterio de Valvanera, en el que debía incluir marfil y malaquita del Camerún francés, ambos materiales regalos de un antiguo monje. Miguel Ángel talló en el marfil el cuerpo de Cristo resucitado, y utilizó el bellísimo juego de tonalidades verdes de la malaquita para crear un contraste con el blanco ebúrneo. Esta composición está adosada a la puerta del sagrario, en cuyo interior aparece evocado el cenáculo y se eleva mediante unos barrotes de hierro y planos de hormigón.

La plaza de la libertad en Calahorra que tantos quebraderos de cabeza le dio por que no se entendieron los desnudos de sus obras, la Plaza de Bretón de los Herreros en Quel, una escultura que en principio estaba destinada para el panteón de los caídos en la República en Autol, nuevos trabajos en Valvanera, el monumento a la firma del acta de 1812 en Santa Coloma, las vidrieras nuevas de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, el monumento de la plaza de España en Aldeanueva, la escultura ‘Hombre histórico’ en el Muro del Revellín o el Conjunto Escultórico Concierto, en la plaza Joaquin Elizalde de Logroño, ‘El pintor y la modelo’ o ‘El monumento a la vendimia’ en Haro, son algunos de los ejemplos de la ingente obra del escultor en los municipios riojanos.

En 2002 cuando estaba trabajando en las esculturas del Picuezo y la Picueza para la plaza del ayuntamiento de Autol fue cuando murió, un 18 de noviembre de hace veinte años mientras dormía de un infarto.

Muchos recuerdan aún hoy el día de su funeral. La charanga Strapalucio interpretó la marcha fúnebre al paso del féretro. Las calles se limpiaron y se desalojaron contenedores y coches para que pasara la co- mitiva fúnebre y centenares de amigos y vecinos de los pueblos de alrededor despidieron al escultor en una misa oficiada por más de 30 sacerdotes. Dos años después sería nombrado Riojano Ilustre a título póstumo tal y como cuenta su sobrina Mapi Gutiérrez, también escultora, en un texto en el que se recorre la obra del artista.

Y es que veinte años después su espíritu permanece, en su torre, en su Agudo, y en sus obras. En la gente que vive el día a día tranquilamente, en los niños que acuden al colegio Miguel Ángel Sainz, y en todas las personas que tuvieron la suerte de conocerlo.

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