La Rioja

La historia del Rioja desde el mágico barrio de bodegas de Quel

Agricultor casi por obligación. Roberto Herce se vio hace seis años, tras la muerte de su padre, con el dilema de seguir trabajando en la bodega donde lo había hecho siempre o coger las riendas de las hectáreas que siempre había llevado el cabeza de familia. Escogió el camino más complicado, pero también el más apasionante. Desde entonces, una pequeña parte de las uvas las dedica a hacer su propio vino. Lo hace tal y como lo han venido haciendo los agricultores de su pueblo desde hace más de tres siglos.

Con esta hoja de servicios se presenta Roberto ante un grupo de casi una docena de mallorquines que estos días hacen turismo en La Rioja. “Una amiga es de aquí y un día, en una de las comidas que hacemos habitualmente, quedamos en el compromiso de venir un día a conocer esta tierra”, comenta una de ellas mientras van recorriendo poco a poco uno de los rincones más bellos de Rioja Oriental: el Barrio de Bodegas de Quel. Ana es queleña, su hija decidió hacerse con una bodega del barrio hace unos años y antes de comer han decidido disfrutar de una de las visitas guiadas que hace Roberto. Pura magia. La historia de Rioja desde sus orígenes y la aventura de este maravilloso barrio que ya contaba con más de trescientas bodegas cuando en Quel había poco más de trescientos habitantes.

Retrocedemos el reloj tres siglos y Roberto va explicando lo que era entonces el barrio. “Os podría decir que es algo único, pero en La Rioja existen un total de 105 barrios de bodegas”. Pero no puede dejarlo ahí. El suyo ese especial. Y es que aquí las bodegas están en una concentración que es difícil encontrar en cualquier otro sitio del mundo. En 180 metros lineales nos encontramos con más de 300 bodegas, en cuatro alturas y construidas en una distribución triangular. “Es como un panal de miel. Ninguna está encima de otra para que ninguna tenga que soportar el peso de la superior”.

Cuentan los abuelos que fueron los mismos que construyeron las minas de Asturias los que llegaron aquí a hacer esta especie de queso gruyer en la montaña que convierte al barrio en una maravilla de la ingeniería. A pico y pala y sacando miles de toneladas de piedra arenisca y echándolas al río. “Yo siempre digo que el Delta del Ebro está ahí porque se hizo el Barrio de Bodegas de Quel”, bromea. Cuevas naturales destinadas a hacer una de las labores más tradicionales de la región: elaborar y guardar el mayor tesoro de estas tierras.

Poco a poco les va adentrando en la historia del barrio. Cuenta que los niveles más bajos del barrio estaban destinados a los agricultores más humildes mientras que las superiores, más largas y anchas, a los que tenían más posibilidades económicas. “Ahora sin embargo las inferiores son las que mejor se conservan porque las otras se han ido viniendo abajo”, explica Roberto.

“Que nos gusta”. Esa es la respuesta que se encuentra Roberto cuando pregunta qué saben de vino. Empezamos bien. Eso le da la posibilidad de contarles toda la historia que el Rioja lleva a sus espaldas. Las primeras elaboraciones con maceración carbónica, la llegada de los franceses con el despalillado, el por qué de la importancia de Haro en el mundo del vino y su relación con el ferrocarril, la temida filoxera, el por qué de los injertos y del pie americano… Poco a poco los turistas se van sumergiendo en un mundo de magia, elaboraciones a mano, lagares, comportillos, toberas y tuferas. “En este barrio no está registrada ninguna muerte por tufo y es que, a pesar de estar construido hace más de 300 años, el método de ventilación es excepcional”.

​El ambiente va siendo cada vez más frío. Llevan ya un rato a los 13-15 grados que hacen de las bodegas el lugar idóneo para elaborar y conservar el vino. Es hora de abrir uno de ellos. “Voy a empezar con un blanco”. Y va repartiendo copas. Es el momento de contar la historia de cómo se vendían los vinos en el municipio. Venía lo que todos conocían como ‘el brujo’, por su gran conocimiento sobre vinos, y se sentaba con una mesita de madera en la plaza del pueblo para ir probando los vinos que los agricultores habían elaborado y decidir cuáles compraba y a qué precios.

“Los que sabían que ese año tenían un buen vino pasaban los primeros, los que se la querían colar intentaban hacerlo los últimos y si se les habían ido la mano con la acidez acompañaban su jarra de vino con un trozo de queso o con uno de tocino”, rememora. Es hora de probar el vino que les ha ofrecido. Es un tempranillo blanco. Desconocido por los recién llegados al pueblo. Tiene una acidez en boca agradable. “Ahora comed un poco de queso y volvedlo a probar”. “Es ahora mucho más suave”, dice uno de los visitantes. Las grasas del queso paralizan durante un tiempo las glándulas que reciben los sabores ácidos en la boca. “Por eso se suele decir eso de ‘que no te la den con queso'”, les cuenta Roberto.

​Explica con sumo detalle y con una pasión que desborda el proceso que cada año realiza en su pequeña bodega de vino artesanal. Una cuba de grandes dimensiones es protagonista de sus explicaciones. Tras el primer vino empiezan las primeras preguntas. “Es el clima y el terreno lo que marca las diferencias de unos vinos a otros, también la antigüedad de la cepa”, les dice. Va comentando el proceso de elaboración, la importancia del tiempo en barrica, el futuro de un municipio en el que cada día el vino tiene una importancia mayor. “Hace tres siglos todo era viñedo aquí, hubo un tiempo en el que Quel perdió su importancia y ahora está volviendo a recuperarla”, asegura.

Es la hora de probar la joya de la corona de la pequeña bodega, un garnacha del año. Regaliz, frutos rojos, poco a poco los visitantes van apreciando los aromas. Después llega un crianza donde comprueban los olores a madera. “A bosque”, comenta una de las visitantes. Y con unas pequeñas viandas en una mesa rectangular, la conversación va alargándose durante más de dos horas. Vinos, experiencias ligadas a ellos. “El mejor vino es el que se disfruta con una buena compañía”, acierta a decir.

No es la primera visita que tiene estos días. Tampoco será la última. No recibe a miles de turistas al año, pero su labor de promoción es tan importante como la de cualquier bodega grande y la cercanía hace que los turistas se vayan convencidos. “Creo que después de hoy me paso del Ribera al Rioja”, asegura uno de los turistas que se han ido enamorados de una tierra que contada en boca de personas como Roberto suena a magia, a hospitalidad, a historia y a futuro.

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