El astro

El otoño llega a las Viniegras

Foto: Basilio Sáinz

Basilio Sáinz.- Hace días que el otoño ha desplegado su paleta de colores sobre los montes de las Viniegras. Desde el amarillo puro de los nogales y chopos, pasando por el rojo intenso de los espinos, también empiezan a enrojecer las hayas y los robles negrales tiran sus bellotas.

Las cumbres se llenan de ablentapastores, flor de color malva parecido al azafrán que sale a finales de septiembre y octubre y como su nombre indica, marcaba el tiempo de la trashumancia y de su marcha con las merinas camino de Extremadura. El serbal del cazador, árbol de las laderas de los ríos, con sus frutos de un rojo intenso que alimentan a los tordos y mirlos acuáticos, propios de aguas limpias y cristalinas del río Ormaza.

Los zarzales ofrecen suculentas moras a todos los pájaros de las riberas. Las nueces caen de los nogales para deleite de las ardillas que dan cuenta de ellas. También los vecinos con algunos foráneos que vienen atraídos por la belleza de los dos pequeños pueblos. Los nogales que datan de principios del siglo XX han dado lugar al gentilicio de noguerones a los nacidos en Viniegra de Arriba en los pueblos del entorno, las llamadas Siete Villas compuestas por Canales de la Sierra, Villavelayo, Mansilla de la Sierra, Brieva, Ventrosa y Viniegra de Abajo.

Foto: Basilio Sáinz

En los calizos del robledal, junto a la carretera LR-333, cuatro perdices rojas cruzan la calzada y siguen a peón. Haciendo gala de su bravura y desconfianza miran desafiantes al paseante campestre. Un par de ellas se agazapan en las piedras junto a un aulagar y un sabino.

En el ascenso por el robledal de nombre Fuente Hornachos, entre cardos, espinos y aolagas, un ciervo observa desde el quejigal, con una mirada de desconfianza, a todo lo que se mueve a su alrededor. Las ciervas comen despreocupadas con sus crías y no hacen caso a la berrea del macho, pues el celo ya está pasando y lo rechazan.

Foto: Basilio Sáinz

En el fondo del valle, el hayedo con sus copas rojas recibe los últimos rayos de luz, entre el puerto de Montenegro y El Ollano. Un paraje espectacular para visitar con un pequeño arroyó entre las hayas, que este año debido a la sequía esta casi seco. En la bajada en El Ollano, una meseta que se encuentra a unos 1.400 metros de altitud y que en tiempos pretéritos decían los más viejos del lugar que se cultivaba. Rodeándola, una pared de piedra muy rudimentaria donde coincido con una zorra que me mira con asombro hasta que se marcha en la oscuridad de la noche.

En el puerto me encuentro con dos familias que vienen a escuchar la berrea. Me preguntan dónde se oye mejor. Les digo que ya está pasado el celo y que apenas berrean. Los niños se contrarían por mis palabras. La temperatura baja y se marchan a la casa rural de Montenegro. Entre dos luces llega Juan Lázaro, que observa las ovejas de su explotación extensiva acompañadas por sus ocho mastines que las defienden de los feroces ataque del lobo.

Junto a un roble, el mastín que dirige la manada ladra y retumba en el valle. Según cuenta Juan, están atacando estos días a una manada en Viniegra de Abajo. Al llegar al pueblo, varias chimeneas echan humo, lo que predice la bajada de temperaturas en la noche que cae sobre la Sierra.

Foto: Basilio Sáinz

Foto: Basilio Sáinz

Foto: Basilio Sáinz

Foto: Basilio Sáinz

Foto: Basilio Sáinz

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