Se precipitaba la tarde por el abismo de la nada. De la misma forma que los toros de Juan Pedro Domecq, faltos de la más mínima casta, la más intrascendente fortaleza ayunos de cualquier fondo y faltos de cualquier atisbo de empuje, se despeñaban por el ruedo de la plaza de la Misericordia de Zaragoza. Esa era toda la historia de una tarde sin eso, historia, hasta la muerte del tercero. Que, por soltar lastre por delante, solo cabía destacar el providencial quite de Víctor Hugo al picador Manuel Jesús Ruiz ‘Espartaco’, y también al caballo, que ‘Velludo’, lidiado en segundo lugar, derribó tras acudir al peto al relance. También el emotivo y cariñoso brindis de Urdiales a Mariano de la Viña, peón de confianza de Enrique Ponce y que hacía hoy justo tres años que volvió a nacer en la enfermería de esta plaza de Zaragoza. Y un cartel de toros, en forma de trincherazo, que Urdiales había pintado en el inicio (o final porque no hubo más) de faena a ese mismo segundo. Tres verónicas si me apuran que Urdiales robó a compás del templadito tranco que el tal ‘Velludo’ ya sacó de salida.
Y ya, porque a Morante, su primero le protestó todo lo que quiso y más. Y Talavante hace tiempo que no está. O dejó de estar y ya casi que se le espera. Quitó por chicuelinas al flojo toro de Urdiales, creo que a modo de quite del perdón por lo del miércoles en Madrid. Y con su primer enemigo, que salía distraído a mitad del muletazo, siempre se quedaba mal colocado y tampoco hizo nada por pasárselo cerca. Y si al extremeño esta temporada le ha costado apretarse con toros importantes, como para pedirle hoy que ponga él lo que le faltaba al desclasado ‘juampedro’. Simplemente con haber intentado el toreo de uno en uno, recomponiendo colocaciones entre muletazo y muletazo, hubiera medio servido.
Como le sirvió a Morante en su segundo. Siempre tan a media altura, siempre tan inventándose una faena que nadie era capaz de atisbar. Ni de lejos. Pero éstas son las cosas que tienen los genios. Que obran milagros, se inventan faenas y hasta bordan el toreo sin haber toro frente a ellos. Rebuscó Morante en ese esportón de recursos toreros que siempre lleva a cuestas para hacerle todo bien al desrazado ‘Instigador’. Todo tan a media altura como con tanto gusto y gracia. Como la alegre forma irse hacia el toro para provocarle la embestida o la original manera de iniciar cada serie. Una la comenzó con un molinete, otra con un farol y otra con un ayudado por alto que rebosó gusto, sabor y empaque. Obligando luego siempre lo justo para que el flojo ‘juampedro’ se mantuviera en pie. Y así brotó un circular interminable o unos naturales, de uno en uno ya al final, poco menos que colosales. ¡Qué portento de torero! ¡Dichosos nosotros que hemos coincidido en el tiempo con este torero! Cobró una estocada medio decente y paseó una oreja, envuelto en la bandera de España, con las manos repletas de habanos y el cachirulo anudado al cuello, que hasta le quedaba bien. Qué gozo.
Y así fue cómo la tarde se enderezó. Y terminó de romper. Sobre todo, cuando ‘Zahonado’ persiguió los vuelos del capote de Urdiales en el saludo. Repitió también esa embestida con cierta transmisión y Urdiales supo aprovechar para dibujar seis verónicas sedosas, templadas y de gran ajuste. Tan bajas las manos siempre. Pecho, cintura y compás. Ni más ni menos, ni menos ni más. Mandando siempre en la embestida; ganando siempre terreno hasta los mismos medios, donde remató con una media de gran cadencia y mayor templanza. Y todo, tras lo de Morante; tela. Galleando por chicuelinas colocó a ‘Zahonado’ en el caballo para que solo señalaran un segundo castigo. Antes, el toro de Juan Pedro se había dejado pegar sin más.
Inició Urdiales la faena por alto, aliviando siempre a este ‘Zahonado’, pronto y con mucha fijeza, que terminó por venirse arriba y demostrar ser un toro bravo. También pronto y en la mano debió pensar Urdiales, que para el tercer derechazo ya había conseguido someter y hasta hacer crujir el ritmo, el son y el tranco del animal. Siempre tan enfrontilado; el pecho tan ofrecido. Cada embroque venía a compendiar un tratado de tauromaquia. Y ahí que se paraba el tiempo, hasta que Urdiales remataba cada muletazo más allá de la cadera. Todo toreaba en Urdiales, desde el lazo de la zapatilla hasta la castañeta. Siempre tan reunido, tan a compás, tan encajado, tan asentado, tan sereno. Tan torero.
Como tantas tardes, Urdiales supo dar el sitio preciso y pisar los terrenos exactos. Y allí era donde hundía los riñones, quebraba la cintura y tiraba de la embestida de ‘Zahonado’, siempre tan embebida en su muleta. Todo tan sutil y despacioso. De gran belleza fue el final, salpicado de los del desprecio y trincherazos. Majestuosos todos. Se precipitó Urdiales al no poder terminar de cuadrar a su enemigo a la suerte natural y pinchó. Urdiales paseó una oreja como inmejorable colofón a otra gran temporada que cerró con letras de oro.
Tras las obras de Morante y Urdiales, a Talavante solo le quedó maldecir la inexistente embestida del que cerró el sexteto. Quizás, el peor de toros. Y ya es decir.
Plaza de toros de Zaragoza. Lleno de ‘no hay billetes’.
6 toros de Juan Pedro Domecq, muy flojos, descastados, sin raza y sin poder en conjunto. Destacó por fondo y ritmo el que hizo quinto.
Morante de la Puebla: silencio y oreja.
Diego Urdiales: silencio y oreja tras aviso.
Alejandro Talavante: silencio y silencio.
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