El Rioja

Campo Viejo o el laberinto de las sensaciones

Campo Viejo abre sus puertas a la exploración poniendo a prueba todos los sentidos en torno al vino

Cuenta la mitología griega que Minos, rey de Creta, encargó al prodigioso arquitecto Dédalo la construcción de una intrincada estructura en la que encerrar al Minotauro. Nació así el que es probablemente el laberinto más famoso de la historia, una compleja red de pasillos de la que era casi imposible escapar.

Desde entonces, la fascinación del ser humano por los laberintos ha sido constante. Alicia huyendo de los jardines de la Reina de Corazones, la biblioteca de Babel de Borges… Lugares en los que el tesoro está escondido dentro sin que nadie lo pueda ver. Un emplazamiento mágico al que todos quieren llegar y de los que siempre es complicado salir.

La magia y el misterio se dan la mano en ellos. Quedarse atrapado es parte del juego también en la bodega que Campo Viejo creó en El Cortijo cuando el nuevo siglo daba sus primeros pasos. Un paraje de mesetas onduladas en la que el viento es fiel compañero y en la que se miman algo mas de medio centenar de hectáreas que dan sabor y color a algunos de los vinos más prestigiosos de la región.

Hasta llegar a la que en un principio parece una pequeña y moderna bodega hay que pasear entre decenas de viñas. Tierras arcillosas y calcáreas, zonas de canto rodado… un ejemplo de lo que es Rioja: variedad y diversidad. Una imponente ave de mil y un colores demuestra que el lugar que pisas no es banal. Algo diferente se hace allí. Y entonces llega Elena Adell y te atrapa. Su pasión por el mundo del vino hace que nadie pueda escapar de sus explicaciones. Se conoce al dedillo la denominación, su historia, sus cepas, la evolución de sus variedades. Sin dogmas, sólo con la intención de que el que está al otro lado compruebe que el mundo del vino no es tan difícil como algunas veces se quiere vender. “Si coges dos copas de vino y sabes que una te gusta más que otra, ya sabes de vino”. Palabra de enóloga.

Pero Campo Viejo no sólo son esas más de 50 hectáreas desde la que se ve un delicioso ‘skyline’ de Logroño. También tienen fincas en La Rioja más oriental; en Alfaro, donde sus viñas crecen casi en la vega del Ebro, y en Ordoño, a más de 800 metros de altitud. Además, cuentan con el conocimiento y el trabajo arduo de más de 800 viticultores que siguen los mismos procesos de calidad que la bodega. Ser grandes pero trabajar como si fuesen pequeños: con el mismo mimo, con el mismo amor por la tierra. “Nuestra finca nos sirve como proyecto piloto para lo que luego trasladamos a esos viticultores que trabajan a nuestro lado”, explica Adell.

La pequeña joya de la corona de la extensión de tierras es el jardín de las variedades. Un renque por variedad donde conviven tempranillos, garnachas, maturanas, pero también verdejos, turruntés y malvasías. Una muestra del Rioja, de sus posibilidades, de su mayor potencial: la uva.

La actividad fluye en Campo Viejo por la vía de la biodiversidad, la investigación, la innovación y la regeneración del medio ambiente. No sólo en los viñedos en los que no dejan de verse hoteles para insectos y casas para las aves de la zona. También en la bodega que se ideó, allá por los años noventa, ya pensando en la eficiencia energética, el ahorro de recursos y combinar a la perfección el saber de los antiguos con las más nuevas tecnologías.

Porque lo que en un principio parece una pequeña y moderna bodega, conforme vas adentrándote deja ver toda su capacidad. Historia y modernidad están maridadas a la perfección. Una nave con cientos de depósitos en los que el vino se va haciendo como si fuese único y una sala de barricas que sigue siendo la mayor de Europa. En una sociedad en la que lo que no se ve parece que no existe, allí todo está encastrado bajo tierra, escondido, como los grandes tesoros.

Huele a madera. A roble americano y francés. Elena cada año se acerca a los bosques galos para comprar la madera que luego toneleros franceses y españoles convertirán en barricas. “Sabemos de qué bosque viene cada una de ellas y las utilizamos en función de los vinos que queremos hacer”. Sin dejar ni un solo detalle al azar. Todo al servicio del vino.

Y porque el vino evoluciona en campo, en bodega, en botella e incluso una vez que lo abrimos y empezamos a disfrutarlo, la firma cuenta con una pequeña bodega experimental. Decenas de proyectos de investigación han pasado por ella a lo largo de estos años. Ahora buscan el punto de inflexión de la recogida del tempranillo. Grado a grado, buscar la excelencia. Quizá por eso este año ha sido elegida como la Mejor Bodega española según la ‘New York International Wine Competition’.

Y es que una visita a Campo Viejo supone poner en marcha todos los sentidos. Si el gusto y el olfato son decisivos en cualquier bodega riojana, allí se da un paso más. El proyecto ‘Color Lab Experience’ muestra a través de una experiencia multisensorial que la vista y el oído también son claves a la hora de percibir los aromas y sabores de un vino. Una estancia, luces rojas, después verdes, diferentes músicas consiguen que el mismo vino te ofrezca sensaciones completamente distintas. Porque el vino es una experiencia global en la que todo lo que pasa alrededor afecta a lo que luego evoluciona en tu interior. La elección de la copa, las tonalidades del entorno, la compañía… el vino no es ajeno a lo que ocurre alrededor de él.

Y así, entre una auténtica master class de viticultura, catas, momentos únicos, diversidad y hacer las cosas con los cinco sentidos, Campo Viejo va embotellando emociones y consiguiendo que nunca quieras salir del laberinto de sensaciones que te ofrecen haciendo sentir al visitante que, por un día, todo Rioja está para que pueda disfrutarla en su máximo esplendor.

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