Toros

Pedro Carra, treinta años de alternativa

Un 29 de agosto de hace ahora treinta años, La Rioja asistía al doctorado de su cuarto matador de toros de alternativa. Solo el arnedano Antonio León, el calagurritano Víctor Ruiz de la Torre, ‘El Satélite’, de manera testimonial este, y el alfareño Blas Fernández, ‘Gallito de Alfaro’, habían alcanzado el grado de matadores de toros con anterioridad.

Roberto Domínguez, en compañía de Juan Mora, cedía los trastos a Pedro Carra, un chaval de Calahorra que soñaba con abrirse paso en el complicado mundo de los toros. Eran las seis y media de la tarde. Minutos después de la ceremonia, el nuevo matador de toros paseaba con las dos orejas de «Coquinero», un toro de la ganadería de ‘Peñajara’, colorado y herrado con el número 28. Su primera faena como matador de toros le sirvió a Pedro Carra para proclamarse triunfador de la feria calagurritana de 1992 y entrar en el cartel del día siguiente por la vía de la sustitución.

Treinta años después, Pedro Carra despeja la mesa de su despacho repleta de pólizas, contratos, siniestros, riesgos, primas y expedientes varios. Sigue siendo torero, lo que compagina con un puesto de responsabilidad dentro del organigrama de Mapfre en la zona norte.

«Parece que fuera ayer. Éramos tres o cuatro chavales a los que nos gustaba jugar al toro. Esa afición nos llevaba a la plaza siempre que había un festejo taurino. De ahí, pasamos a dejar el fútbol para inscribirnos en la escuela taurina que había organizado el Club Taurino de Calahorra, pero como quien ahora va a una ludoteca. Llegué a la escuela con la única ilusión de aprender a torear». No sabe si fue antes la oferta o la demanda, pero el caso es que Curro Lamana puso en marcha una escuela que a los pocos días ya contaba con 18 alumnos. De todos ellos, 3 se convirtieron en matadores de toros: Carra, Pérez Vitoria y ‘El Víctor’.

La carrera taurina de Pedro Carra está salpicada de éxitos, aunque bien es cierto que no tuvieron la repercusión deseada. A su primer novillo lidiado en público le cortó el rabo. Fue en Autol, en 1986 y Pedro Carra contaba con 15 años. El siguiente aldabonazo no llegaría hasta enero de 1989, en Aldeanueva de Ebro, donde ofrecería una gran mañana de toros. «A finales del año anterior, ya se vio hasta dónde podía llegar en una novillada en Lardero, pero fue en Aldeanueva donde rompió mi carrera de novillero».

De aquella gran actuación llegaría la presentación en Logroño y el debut en Francia, plazas en las que ‘tocaría pelo’. Las novilladas sin picadores se iban agolpando en la agenda de Carra y, a finales de aquel 89, llegó su presentación en Las Ventas, en una matinal dentro de la ‘Feria de Otoño’, donde la espada echó por tierra una gran actuación que se saldó con una vuelta al ruedo como reconocimiento.

Tras el debut con picadores en 1990 en Fitero, al lado de ‘Jesulín de Ubrique’, el novillero con más tirón del momento, la carrera de Carra deja de ser un juego, ‘no solo por la importancia de los animales, también porque ya no vas de la mano de la escuela y es uno mismo quien tiene que buscarse los contratos’. Su presentación como novillero en Madrid, dentro de la feria de la Comunidad de 1991, estaría marcada por el viento y el escaso juego de los utreros de ‘La Guadamilla’ y ‘Alcurrucén’, respectivamente. De aquella temporada aún se recuerda cómo le negaron el ‘Zapato de Oro’. ‘La prensa especializada me había elegido como triunfador en Arnedo, pero al final se lo concedieron a ‘Paquiro’; de haberlo ganado yo, mi carrera hubiera sido diferente, sin lugar a dudas’. Cosas de pueblos vecinos…

De la alternativa triunfal, a entrar en la de Pablo Romero del día siguiente porque «mi ilusión estaba en ser figura del toreo y para conseguirlo no entraba en mi cabeza decir que no a ningún contrato». Así las cosas y casi fuera de los carteles de Calahorra al año siguiente, Carra se encerró en solitario con seis toros del Conde de la Maza. «Estaba fuera de mi feria y surgió la idea de matar seis toros en solitario. Aquella tarde no se dieron bien las cosas; al peor le corté las dos orejas y al de mejor aire, el último, lo pinché. Pero me quedo con la experiencia y la satisfacción de haber conseguido matar seis toros en solitario, que no hay muchos toreros que hayan conseguido esa gesta».

El triunfo más importante de Pedro Carra llegaría en la feria de San Mateo de 1994, cuando el riojano cortó tres orejas al lote de Cebada Gago que le correspondió en suerte. Pero aquel triunfo no tendría el resultado deseado en forma de contrataciones para el año siguiente: «Es cierto que se hablaron muchas cosas, pero iban haciéndose públicos los carteles de las ferias y mi nombre no aparecía por ninguna parte. Aquello hizo que me viniera abajo. Además, para la feria del año siguiente en Logroño, me ofrecieron el peor cartel, a final de feria y una tarde sin garantías, con los toros de ‘Peñajara’. Mira de eso me arrepiento, de no haber dicho que no y tener la conciencia tranquila, pero en mi carrera faltó la persona responsable a la hora de tomar decisiones y llevar mi carrera con acierto. En Logroño, habiendo sido el triunfador de la feria anterior y con otros triunfos en años anteriores, merecía un trato mucho mejor».

De aquel triunfo del 94, llegaría la confirmación en Madrid, de manos de José Luis «Galloso» y Alejandro Silveti, como testigo, con la lidia de «Viergado», número 11, de 565 kilos y con el hierro de José Joaquín Moreno Silva. Vistió un terno grosella y oro. «La confirmación, junto a la alternativa y el triunfo en Logroño son los mejores recuerdos que guardo de mi paso por el toreo; también el debut con picadores, haber hecho el paseíllo en Vic, Barcelona o Perú y Ecuador. Suponen un cúmulo de experiencias que me han servido para aprender en la vida, forjarme como persona y adquirir unos valores que ya nunca se separarán de mí».

En el apartado de agradecimientos, Pedro Carra recuerda a su familia «que le apoyó de manera incondicional» y a la afición riojana «que me arropó allá donde toreaba, quien quiso ser mi amigo lo fue, yo no le cerré las puertas a nadie». También tiene palabras de cariño hacia Pedro María Azofra, que tantas fincas le abrió para tentar, y hacia Manolo Chopera, empresario que apostó por Carra en sus inicios, acartelándolo en Madrid sin caballos, y apostando por el riojano siendo novillero con picadores anunciándolo en Bilbao, Soria o Vic; también porque el nombre de Carra figuró en el cartel mateo durante nueve temporadas. Pero a Carra se le iluminan los ojos cuando habla de la familia Briones, los ganaderos de ‘Carriquiri’.

«Aquella fue mi casa durante ocho inviernos, tenía todos los toros que quisiera para tentar y Antonio me abrió las puertas de otras ganaderías. Fíjate, de tener que viajar de Calahorra hasta Salamanca o Sevilla a tener en casa todo lo que necesitaba para ser torero. Me regalaron un vestido rioja y oro que cualquier día se lo devolveré con todo el cariño y el agradecimiento».

Conserva todos los vestidos que se hizo para torear y en el salón de su casa siempre luce uno dentro de una vitrina; cada año uno. Y guarda con cariño cómo Matías Prats lo citó dos veces en la retransmisión del festival homenaje a Julio Robles la temporada de 1992 en Las Ventas. «Ahora va a banderillear Pedro Carra, que acaba de tomar la alternativa en Calahorra. ¡Ah! No, ahora es el turno de Miguel Rodriguez, bueno, luego banderilleará el riojano Pedro Carra. ¡El gran Matías Prats me nombró de esa forma un par de veces!».

Cuando el 23 de septiembre de 2001 se quitó por última vez el vestido de torear, sintió la frustración de dejar lo que más me gustaba. «La pena por no haber culminado mi sueño de ser figura del toreo y también la alegría por haber conseguido una serie de éxitos de los que ya nadie me podrá privar». Uno de los momentos más amargos de la carrera de este toreo ‘fue cuando decidí decir adiós y no por el hecho de dejar la profesión si no porque te ves obligado a ello ya que no ves un futuro que poder cambiar’.

La carrera de Carra a principios de siglo estaba condenada a torear no más de cuatro tardes y siempre en esta zona del norte, «fue entonces cuando me aburrí y también cuando mejor toreaba, aunque esa desilusión hizo que mi valor estuviera cogido con pinzas y ante esa situación lo mejor era anunciar la retirada».

A Pedro Carra le hubiera gustado conmemorar sus treinta años de alternativa de alguna forma especial. Sigue estando en torero y durante los inviernos se pone delante de las vacas en la finca de su amigo y ganadero ‘Pincha’, en Lodosa. «Si todo sale bien, quizás el año que viene reaparezca». «¿En un festival?», le pregunto. «Sí, a ver si hay suerte, salen las cosas y el año que viene podemos hacer alguna cosa». Y es que, cuando hace diez años se preparaba para el festival taurino que compartió con Pérez Vitoria y ‘El Víctor’ en Calahorra, se vio tentado a reaparecer. «Mi corazón me decía que sí, pero mi cabeza me dijo que no».

Pedro Carra, torero en los ruedos y en la vida. Pedro Carra, un caballero allá donde quiera que sea. ¡Felicidades, torero!

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