La Rioja

“Un TCA te apaga poco a poco, te vas muriendo en vida”

Eva describe cómo es su lucha contra un trastorno de conducta alimentaria

Eva graba en su corazón el primer momento que comenzó a obsesionarse con la comida. En plena crisis de coronavirus, Eva -como el resto de españoles- estuvo encerrada en casa durante los meses de marzo y abril de 2020. Entonces cursaba 2º de bachillerato, la presión e incertidumbre sobre las pruebas de selectividad conllevaron que la joven adolescente comenzara a replantearse su futuro. “Durante esos meses empecé a reflexionar más sobre mi vida, a darle vueltas a la cabeza”, relata Eva.

“Un día me levanté de la cama y me miré al espejo, no me gustaba nada de lo que veía. Sólo pensaba: “Eva, tienes las piernas muy gordas. ¡Y mírate la cadera! Es enorme, fuera de lo normal”. Justo en ese momento comenzó la que sería su peor lucha: el infierno de combatir en silencio un trastorno de conducta alimentaria (TCA).

Eva siempre ha sido una niña muy alegre. “Risueña y divertida”, se describe si rememora su infancia. Con apenas ocho años comenzó a recibir comentarios externos sobre su cuerpo: “Los niños de mi edad me decían que estaba muy gorda, que tenía las piernas muy gordas”. Sin ser consciente de ello, a su temprana edad comenzó a desarrollar en su interior un TCA que sigue arrastrando hasta el día de hoy.

Durante los meses de confinamiento, Eva comenzó a hacer rutinas de deporte. “Me propuse adelgazar, en un principio sin tener idea del infierno en el que me sumergía. Empiezas haciendo deporte y ves los primeros resultados, adelgazas pero te sigues sin ver bien, y quieres más y más. Quieres tener las piernas de una súper modelo de bikinis, o de cualquier influencer. Pero llega un momento en el que ya no adelgazas tan rápido, y buscas la solución más fácil: dejar de comer”.

El proceso fue lento. Primero se descargó una aplicación en el móvil que leía las etiquetas de todos los alimentos que comía, para saber si eran buenos para la salud. Después, empezó a contar las calorías que ingería durante el día. “Si como 40 gramos de arroz son muchas calorías, tengo que reducir”, pensaba la joven. Así, poco a poco, Eva dejó de comer. “Me metía a la cama pensando en cuántas calorías había comido, si me pasaba de las 800 al día sólo lloraba, porque me seguía viendo gorda”. Entonces empezó a bajar su peso: 56, 52, 50, 47…

“Cuando salimos del confinamiento casi era verano, me daba terror salir a la calle y que se me vieran las piernas o las caderas. Cuando tenía comidas familiares me negaba a ir y dejé de hacer planes con mis amigas, me encerré en mi misma. Entonces decidí comprarme ropa ancha, que ocultara mis curvas y lo que yo veía como ‘imperfecciones’, un chándal, una sudadera grande, cosas que ocultaran mi cuerpo”.

Sus padres empiezan a sospechar que algo ronda la cabeza de su hija, pero ella asegura estar bien. “Yo les mentía a mis padres, a mis amigas y a mi novio. Lo peor era que me mentía incluso a mi misma; no estaba bien, necesitaba ayuda”, confiesa. “Me daba pánico la idea de ir a un psicólogo, era incapaz de admitir que tenía un problema”. El cuerpo de Eva pedía a gritos ayuda, pero su mente le impedía pedirla. Cuando se armó de valor a acudir a un profesional, le diagnosticaron anorexia.

“Es un hoyo, donde no ves salida y tampoco sabes cómo salir, la gente me llamaba ‘huesitos’ “, explica la joven. La ayuda de los psicólogos no era suficiente: “Les mentía. Decía que había comido, así no me reñían y pensaban que estaba recuperándome. Muchos días me alimentaba con un helado durante todo el día y no volvía a comer más. Me sentía culpable si comía una ensalada de pasta, porque pensaba que iba a engordar y la gente me iba a ver mal”.

Pero llega un momento en el que tu cuerpo estalla, y necesitas comer. “Una noche me levanté y me dio mi primer atracón de comida. Unas ganas voraces de comer inundaron mi cuerpo, era incapaz de pensar con claridad: primero dulce, luego salado, después galletas, magdalenas, un filete… Me comí todo lo que vi en la nevera”. Su cuerpo, acostumbrado a no comer, empezó a reaccionar propiciándole unos cólicos inaguantables. “Me sentía hinchada, pero había calmado mi hambre, así que fui al baño, me metí los dedos y empecé a vomitar todo lo que había comido”.

Así empezó su segunda pesadilla, la bulimia se apoderó de Eva. “Descubrí que podía comer, calmando el hambre, y luego sentía paz al vomitarlo porque así no me sentía hinchada; y empecé a adelgazar. Bajé hasta los 42 kilos durante la bulimia, toqué fondo”. Durante su lucha contra la bulimia, Eva recuerda una “vocecita” en su mente: “Tenía una voz en mi interior que me pedía vomitar todo lo que comía, así adelgazaría rápido y la gente me miraría con buenos ojos”. Volvió a buscar la ayuda del psicólogo, y se refugió en su familia, amigos y pareja. “Nadie sabía la lucha interna que estaba viviendo”.

Durante todo el proceso de su TCA, su peor enemigo fue la báscula del peso. Cada comida que realizaba se pesaba: “He llegado a pesarme unas 30 ó 40 veces al día, cada 10 minutos me pesaba a ver si había adelgazado”, recuerda Eva. Su cuerpo también pasó factura: “Se me debilitó mucho el pelo, durante la bulimia me hacía heridas en los dedos y la garganta la tenía destrozada”.

“Un trastorno de conducta alimentaria te arruina la vida, te vas muriendo en vida. La esencia de una persona muere, es increíble la capacidad que tiene la propia mente para apagar tu luz. Pero un día haces clic, te das cuenta que siempre vas a estar contigo misma y tienes que aceptarte, así como eres”. Ese día Eva comenzó su recuperación, poco a poco, con ayuda de profesionales y apoyándose en su familia y amigos. Aunque confiesa que todo no es “camino de rosas”: “Durante la recuperación tienes que llorar y combatir el duelo”. Ahora admite que le cuesta quererse a sí misma y tiene grandes faltas de autoestima, pero Eva está muy orgullosa de la persona que fue, que es y que será.

Hace apenas cuatro meses Eva expuso al mundo el trastorno de conducta alimentaria que la había abducido durante tres años. Con algo de vergüenza e inseguridad, mostró en sus redes sociales la enfermedad que se había apoderado de ella misma tanto tiempo. “Tenemos que darle visibilidad a los TCA, hay mucha desinformación. Ningún cuerpo y ninguna persona es perfecta, por eso debemos normalizar las imperfecciones, que son preciosas, y tenemos que ser conscientes de que las opiniones y comentarios ajenos pueden generar mucho daño. Estoy en ello y lo estoy consiguiendo; no me cansaré de luchar”.

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