Toros

Toros en Alfaro: Urdiales, la apoteosis; Fabio Jiménez, el triunfo

Foto: Eduardo del Campo

‘Quien no torea el quince de agosto ni es torero ni es ‘na’’. Y hoy era quince de agosto, pero… ¿qué es eso de torear? Vaya y pregúntele a Diego Urdiales. Porque Urdiales ha hecho el toreo esta tarde en Alfaro. Y hacer el toreo es, sin lugar a duda, la máxima expresión de las artes. Hacer el toreo es algo majestuoso y sublime a partes iguales. Hacer el toreo es como llegar a tocar el cielo y permanecer allí el ratito que dura un natural de Urdiales, que es poco menos que una eternidad. Hacer el toreo es lo que hace Urdiales sea o no quince de agosto y lo que hacen, a lo sumo, tres o cuatro mortales más, por muchos que se hayan vestido de luces la tarde más taurina del año.
Hacer el toreo. Lo que ha hecho Urdiales y lo que yo no sé ni por dónde empezar a contarlo.

Foto: Eduardo del Campo

A decir verdad, la tarde se precipitaba por el desfiladero de lo ramplón y lo vulgar. Y casi que cae a las profundidades de la sinrazón de no ser porque en el último momento apareció en el palco un pañuelo verde que devolvía a los corrales un toro inválido y descoordinado entre el desconcierto del público. Lo sustituyó un torillo suelto de carnes, cuatro años recién cumplidos, algo agalgado y de generoso cuello (al menos para lo que llevábamos de tarde).

Se desplazó con alegría y ritmo en el bonito saludo de capa de Urdiales. Las inercias del toro permitieron a Urdiales aprovechar los viajes hasta más allá del tercio del ruedo. Perdió las manos una vez al salir del caballo. Otra, se derrumbó. Fue la falta de fuerzas la nota predominante del encierro de ‘Guadalmena’.

Sacó pies en banderillas y Urdiales inició su trasteo por alto. Sin molestar. ¡Zas! un trincherazo de cartel fue el epílogo de este prólogo. Citó con la derecha y dibujó el trazo a media altura, incluso un poquito más alto por aquello de mantener el pie a su débil enemigo, que a veces se caía. ‘Esto es todo lo que tengo y con esto soy capaz de hacer todo esto’. Algo así debió pensar Urdiales. Si el toro tenía codicia, Urdiales puso el temple, el empaque, la cadencia, el pulso y la suavidad. Fue una obra creada desde la paciencia; también en la confianza y en la seguridad de uno mismo. Qué duda cabe que desde la suavidad.

Foto: Eduardo del Campo

Ofrecía Urdiales los vuelos de su muleta. Sin toques; solo la grácil franela. Y allí que se arrancaba el animal. Y Urdiales se lo traía hacia sí con una exquisitez infinita. Todo tan sutil como templado. La finura, como la calma, fueron máximas. Se abandonaba Urdiales a la vez que se embraguetaba las embestidas, que remataba allá en su cadera, una vez parado el tiempo. Todo toreaba en Urdiales y Urdiales toreaba para sí. Tanto que hasta mandó parar la música.

Dos series más hubo al natural; encajados los riñones, hundida la barbilla en el pecho, rota la cintura; la inmensidad de cada lance fue total. Solo los talones giraba Urdiales, todo el toro giraba en torno a Urdiales. Fue un canto a la grandeza del toreo. Pese al doble fallo a espadas, paseó una oreja.

Fabio Jiménez se erigió triunfador de la tarde y no gracias al cariño que le dedicaron sus paisanos. El novillero alfareño, pese al escaso bagaje que acompaña su incipiente carrera, ha demostrado que tienen un buen puñado de virtudes. Quizás, las más importantes para abrirse paso en la profesión. Porque a Fabio le funciona muy bien la cabeza delante de los toros, atesora el temple, el sentido de las distancias y los tiempos y también el conocimiento de los terrenos. Y su concepto vive lejos de las modas actuales que tanto distan de lo que es hacer el toreo. Pese a la bisoñez lógica del alfareño, Fabio ha cuajado a un importante novillo lidiado en sexto lugar. Desde el recibo con el capote hasta la estocada final. Su faena ha estado presidida por la ligazón y la firmeza. También por el gusto y el buen trazo. Brindó a sus compañeros de cartel y cortó dos orejas.

Foto: Eduardo del Campo

Antes, en su primero, destacó lo enjundioso de su saludo de capa, ganando terreno y meciendo con gusto y temple las embestidas de su enemigo. Solo hubo toreo fundamental y eso, en estos tiempos en los que se lleva lo cursi y lo ordinario, es muy de agradecer.

Cayetano hizo lo mejor con el capote, al saludar a sus dos enemigos. Su primero, de mayor recorrido aunque brusco y rebrincado, le desbordó en ocasiones y el de Ronda se mostró demasiado mecánico, sin apreturas y rematando cada muletazo hacia afuera. Su segundo llegó muy parado a la muleta y trató de llegar a los tendidos provocando la embestida tocando el pitón de su enemigo. También le pesó y mucho salir tras la apoteosis de Urdiales.

– Plaza de toros de Alfaro. Tres cuartos de entrada.

– Toros y novillos de ‘Guadalmena’, justos de presentación y de pocas fuerzas en general. El primero, inválido; con recorrido aunque brusco, el segundo; flojo, pero de gran calidad el cuarto bis; y muy deslucido el quinto. Los novillos tuvieron ritmo, duración y nobleza; importante fue el lidiado en sexto lugar, exigente y con motor.

Diego Urdiales: silencio y oreja.

Cayetano: oreja y silencio.

Fabio Jiménez: oreja y dos orejas.

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