La Rioja

Los testigos del cambio en el campo riojano: “Antes teníamos tiempo”

“Vivíamos a otro ritmo, con mucho más tiempo para todo”

Los agricultores ya no son los de antaño. La maquinaria, las trazabilidades, las prisas… lo han trastocado todo en un mundo que a pesar de eso sigue teniendo el cielo como techo y que basa todo en los ciclos que la naturaleza va marcando con su tempo impertérrito. Tampoco el campo riojano es igual que hace décadas. Los cultivos han ido cambiando a tenor de lo que pedían los consumidores, de lo que marcaba Europa o simplemente de lo que era más rentable para una profesión que cada vez tiene menos rentabilidad.

Lo que ha cambiado poco es la festividad de San Isidro, día de cohetes desde primera hora de la mañana, de cambiar el buzo por el traje de domingos, de comer en familia y de pedir al santo que las huertas riojanas sigan proveyendo de productos de una calidad que en pocos otros lugares del mundo se puede encontrar.

Rodolfo Martínez y Miguel Medina cumplen este año los ochenta. Rinconeros, ambos han estado desde su juventud ligados de una forma u otra al campo. Uno, agricultor. El otro regentó un almacén de frutas. Los dos conocen bien un mundo que ha cambiado como de la noche al día desde que ellos daban sus primeros pasos entre tierras de barbecho, podas y recolecciones. Reacostados en la visión que da el descanso del guerrero ven cómo ha cambiado la vida del agricultor y el agro riojano en los últimos tiempos.

“Ahora los agricultores lo tienen más fácil por la mecanización, pero más complicado por toda la burocracia y por la poca rentabilidad de los productos”, asegura Rodolfo, que después de estudiar Bachillerato y a pesar de ser un ávido lector, decidió que los estudios no eran lo suyo y que en el campo iba a estar su forma de vida y el sustento de su familia. “Antes, el que no valía para otra cosa se quedaba en el campo. Ahora casi hay que ser ingeniero agrónomo para trabajar las tierras. Ya no vale sólo con saber criar bien el producto también hay que saber de números, de trazabilidades, de normativas, de programas europeos…”.

“La vida entonces era más dura, pero también había algo que no hay ahora. La familia y los amigos echaban una mano”, añade Miguel. Recuerda que el año que perdió a su padre por una apendicitis, con tan sólo diez años, los amigos agricultores de éste le plantaron y le cuidaron la finca de pimientos de ese año. Al recogerla, todo el dinero fue para su madre. “Ahora eso es impensable. Cada uno va a lo suyo”.

Todo se hacía todos juntos. “Recuerdo que los hombres iban a layar y lo hacían seis o siete juntos. Empezaban por la finca de uno y hasta que no terminaban la del último no se acababa la faena. Ahora eso es impensable, parece que tu mayor enemigo es el de al lado y que si a él le va mal, por la oferta y la demanda, mejor para ti”.

La agricultura entonces dependía del lomo del agricultor, de los animales (Rodolfo trajo uno de los primeros tractores a Rincón de Soto) y se plantaba a mano. Siempre que había algún percance con los animales había que meter más horas, “pero vivíamos a otro ritmo, con mucho más tiempo para todo”. “Quieren traer tradiciones de antaño como el enramado de los carros, pero es que entonces no lo hacíamos por cuidar la tradición sino porque teníamos tiempo. Ahora eso es imposible. Van de un lado a otro como locos”.

Para los dos, el mayor problema es la poca rentabilidad que se saca ahora del producto. “Hace cuarenta años, un kilo de melocotones lo pagaban a cien pesetas. Ahora, pasadas cuatro décadas, valen menos que entonces, pero todas las inversiones ahora cuestan el doble”, explica Miguel. “Entonces no hacían falta ni seguros. El año que iba bien se guardaba para el año que iba mal. Ahora es imposible porque la rentabilidad es tan baja que no da para guardar”.

El cambio hacia la pera

No sólo el trabajo en el campo ha cambiado, también los propios campos lo han hecho. Ahora Rincón de Soto es prácticamente pera y fruta de hueso, junto algo de almendro que se está poniendo en los últimos años. “Las fincas no son muy grandes para meter maquinaria. Aquí es imposible poner tomate, por ejemplo, que necesita de muchos kilos”.

La remolacha era antes la reina del campo rinconero. “También se ponía bastante pimiento de fábrica. La diferencia es que entonces se cultivaba toda la tierra y hoy habrá un treinta por ciento que está sin cultivar”, detalla Miguel. “Ochocientas fanegas de tierra en Rincón de Soto están yecas y el que se jubila no tiene quien le siga. Cada vez hay menos joven”. El mismo cantar de siempre.

“La pera conferencia llegó aquí por los años 70. En el municipio siempre había habido algo de blanquilla, pero resultaba más cara cultivarla y además daba más problemas. La blanquilla entonces se ponía seis por seis y vino ‘El Tirso’ y me dijo que pusiese esa pera a ver qué tal salía. Ese año se pusieron las primeras peras en Rincón y llamó la atención porque salían peras de casi un kilo”, cuenta Rodolfo.

“Felipe, ‘El Hornillos’, puso la primera finca completa”, apuntala Miguel. “El mercado internacional empezaba a tener importancia y era lo que pedía. Se vendía mejor y necesitaba menos tratamientos”, recuerda, celebrando que esta fruta se haya convertido en un producto riojano de referencia para un campo en el que cada vez son menos los que celebran al patrón.

Subir