Agricultura

“El champiñón debe pasarse al cultivo moderno o desaparecerá”

Trabajadoras de la empresa Garper Champ, de Pradejón

La humedad relativa inunda unas 17 salas de cultivo que se reparten a lo largo de 400 metros cuadrados en el epicentro riojano del champiñón. Garper Champ S.L. es una pata más de este sector agrícola que actúa como motor económico de Pradejón, pero lo hace desde la informatización y con una trazabilidad muy controlada, consolidándose como la primera empresa riojana dedicada al cultivo del champiñón en fresco.

Fue hace 13 años cuando los hermanos Tamara, Iván y Óscar Garatea, movidos por el impulso de su padre champiñonero, se tiraron de cabeza a la piscina del emprendimiento para hacer algo diferente a lo que habían visto en casa y en su pueblo: “Somos los únicos que trabajamos el champiñón en fresco en base al modelo holandés de tercera fase, porque aquí el 99 por ciento va destinado a la industria conservera, aunque algunos cultivadores se han animado con este nuevo sistema pero a menor escala”.

Abordan el sector desde el plano de la modernidad, pero sin olvidar que se dedican a la agricultura. “Aunque las salas estén climatizadas con controles de temperatura, dependemos muchos de la meteorología exterior porque te puede venir un día de 40 grados y se te adelanta todo el cultivo. Y en cuestión de producciones ocurre lo mismo, empezando la semana con poco volumen hasta que llegamos al miércoles, que es el pico de la semana y cuando más kilos recogemos, pero también es cierto que nuestras producciones son mucho más regulares que las de los cultivos tradicionales”.

Calcula que sus 22 trabajadoras cortan unos 35.000 kilos semanales, con la “eficiencia y delicadeza” que necesita este producto y busca la gerencia de Garper: “Para el champiñón de fábrica no importa porque es coger y coger, a batalla, pero aquí importa mucho la calidad y las mujeres no tienen las mismas manos que los hombres”.

Pero hace tiempo que esta palanca económica de Pradejón dejó atrás sus años dorados en los que “prácticamente sin hacer nada se ganaba bien”, porque ahora “cada día nos toca hacer álgebra para sacar los mejores rendimientos y que salgan los números”. Tamara reconoce que a lo largo de la trayectoria de Garper, “el sector del champiñón ha caído en picado”, y advierte que “si el sector se va al garete, el pueblo se muere”.

Por eso insiste en la necesidad de un cambio de mentalidad donde se miré al cultivo del futuro: “Modernizarse o morir. Hay que darle la vuelta a la tortilla a las nuevas limitaciones para aplicar fitosanitarios que nos imponen desde el Ministerio. Se trata de que con nuestros propios medios no tengamos ese tipo de enfermedades y así no depender tanto de los tratamientos”.

La gerente pone de ejemplo la situación que ve en su propia casa “Mi padre trabaja el cultivo tradicional y nosotros, el moderno. Ninguno aplicamos nada y él sí ha visto la enfermedad del ‘pelo’ en sus cultivos. Eso principalmente se debe al compost utilizado, porque él usa el de segunda fase y nosotros el de tercera, que lleva un ciclo más corto y rápido que ayuda a prevenir muchas enfermedades”.

Y aunque los costes sean más elevados con este sistema de producción, también pueden competir con precios mayores, mientras que en fábrica el precio no lo fija el productor. “Eso sí, estamos vendiendo al mismo precio que hace 13 años, cuando empezamos, al igual que el cultivo de fábrica. Ha sido este último año cuando ya nos hemos visto obligados a subir precios porque sino la empresa se muere”, asegura Tamara. En su caso, han aplicado tres subidas desde octubre de unos 20 céntimos por kilo en total, “pero el de fábrica apenas habrá subido cinco céntimos”.

Pero los aires que soplan en el municipio no están muy por la labor de cambiar de rumbo. “Aquí la gente está muy acostumbrada a trabajar nueve meses al año y hay que modificar hábitos cuando a muchos les quedan pocos años para jubilarse y no quieren complicarse. Pero este pensamiento, sorprendentemente, también se ve en los jóvenes, que seguirán con el champiñón de fábrica hasta que el cuerpo aguante, por lo que no ven futuro alguno a largo plazo”, coinciden los hermanos Garatea.

Óscar insiste: “Aquí aguanta quien saca buenas producciones”. Y, aunque todavía son pocos, algunos cultivadores ya ven que este modelo tradicional no levanta cabeza desde hace tiempo. “Es más, muchos se están planteando cuando acabe la campaña en junio si volver a empezar en septiembre porque con los costes que están asumiendo ahora es insostenible seguir a un precio de fábrica que no es competitivo. Así que puede que este año se vean cosas raras. Nosotros al menos nos conformamos con aguantar, con lo comido por lo servido. Que no se hunda este barco en el que estamos”, sentencia Tamara.

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