Semana Santa

El patrimonio calagurritano luce en la procesión del Santo Entierro

Si un día es especial en Calahorra en Semana Santa ese es el Viernes Santo. La cofradía de la Vera Cruz, única de la ciudad y responsable de la custodia de los pasos que se procesionan y se pueden ver a lo largo de todo el año en San Francisco, redobla esfuerzos para vivir un día en el que la fe y la devoción lo inundan todo.

Por la mañana tiene lugar la procesión del Silencio. El Cristo de la Vera Cruz, la talla más antigua de la ciudad que data de 1560, y La Piedad, salen desde la Iglesia de San Andrés para hacer uno de los recorridos más especiales en el que el sonido de las matracas y las carracas toman el testigo de tambores y cornetas en lo que hace unos años supuso la recuperación de estos instrumentos antiguos.

Pero el momento culminante de la Semana Santa calagurritana llega a eso de las ocho y media de la tarde cuando, desde San Francisco, empiezan a salir los 16 pasos que componen la procesión del Santo Entierro donde más de 3.000 cofrades recorren las principales calles del casco antiguo de la ciudad.

Y sin son miles los que van dentro de la comitiva, mucho más son los que se apuestan en calles y balcones para no perderse uno de los patrimonios culturales de más valor de una Semana Santa que está declarada Bien Turístico Nacional.

La procesión discurre por las calles más emblemáticas del Casco Antiguo de Calahorra, con salida y llegada al Templo de San Francisco, con varias tallas de los siglos XVI y XVII de gran valor artístico, entre las que destacan el Ecce Homo, de Gregorio Fernández (Escuela castellana de 1610),  el Cristo de Medinaceli (Juan Fernández de Vallejo de 1580), el Cristo de la Agonía (Juan Bazcardo de 1628), el Cristo de la Vera Cruz y el Cristo Yacente una obra de la que se desconoce su autor. El Santo Entierro lo cierra la Virgen Dolorosa, una talla especialmente querida por los calagurritanos.

Más de tres horas de procesión en la que los trabadores tienen que sortear calles estrechas y giros imposibles hasta llegar a la calle del Sol y la calle Grande donde la comitiva se ensancha para lucir con grandiosidad cada una de las escenas convertidas en obras de arte.

Después llega el momento más complicado para los portadores de los pasos. Bajar la calle Mayor supone, por su inclinación, todo un derroche de destreza que culmina con el ascenso por la escalinata de San Francisco, un total de 42 peldaños, de un diseño singular por la longitud (paso y medio para los portadores) que supone un esfuerzo adicional que se ve recompensado con los aplausos de todos aquellos que en el templo de San Francisco quieren ver cómo los pasos vuelve a casa para descansar hasta el próximo año.

 

Subir