Semana Santa

Las primeras ‘chicas de la Caña’ de Calahorra, 30 años después

Comenzaban los años 90 cuando un grupo de amigas calagurritanas aprovechó la Semana Santa para conocer las procesiones de otras ciudades como Salamanca o Cáceres. Esos días de vacaciones los solían utilizar para viajar pero, sin saberlo, el de 1991 sería el último año que lo hiciesen. Allí descubrieron que existían los pasos portados solo por mujeres, la idea les apasionó y volvieron a Calahorra con la convicción de que la ciudad también se merecía un paso en el que las chicas fuesen las protagonistas.

En esa época, la cofradía estaba en un momento complicado, con San Francisco casi en ruinas y una Semana Santa a la que le quedaba mucho por crecer. Dicho de otro modo, había que revitalizarla de alguna forma. Entonces las mujeres tenían poco protagonismo en la Semana Santa calagurritana: adornaban los pasos, cosían las vestimentas o acompañaban los pasos como penitentes, pero no tocaban los tambores, ni mucho menos se situaban bajo el varal.

“Creo que una cosa se unió a la otra: nosotras teníamos ganas y la cofradía buscaba hacer algo diferente”, explica Juli, una de las cofrades que empezaron hace 30 años a portar el Cristo de la Caña y ahora tiene la responsabilidad de ser jefa de paso. Los agradecimientos a Félix, hermano mayor por entonces, son continuos: “Él fue quien nos dio la primera oportunidad”.

“Fue un poco mágico”, asegura Sagra, quien fuera jefa del paso en las primeras décadas. “Tenían al Cristo allí, nadie le hacía demasiado caso y nos propusieron comenzar con la iniciativa”, recuerda. Gloria fue la primera que intermedió entre la hermandad y las chicas y todo empezó a engranarse, sin dificultades de por medio. “Sabemos que no todo el mundo de la junta estaba de acuerdo con la decisión de dejar un paso solo para mujeres, pero al final salió adelante”, celebra.

Entonces llegó el momento de empezar a buscar gente que se comprometiese con la iniciativa: “Aprovechaban cualquier situación, a mí me ‘engancharon’ en el vestuario del gimnasio”. “En esa época se hacía cofrade a la gente en cualquier sitio; había que hacer crecer a la hermandad y hasta en los bares venía alguien y te animaba”, relatan.

El paso que les habían dejado sacar no era precisamente lo que esperaban. “La primera vez que vi al Cristo dije que me negaba a sacarlo”, señala Dori. Estaba desvencijado, con una camiseta de rayas marineras y le faltaba algún dedo a los brazos articulados que tenía. “El pobre era feo de solemnidad”, asegura otra de ellas. “Aún recuerdo cuando fuimos con mi 505 a una bajera a recogerlo y lo llevamos tumbado en la parte de atrás del coche, menudo cuadro”, cuenta Ana Mari. Poco a poco, con la ayuda de mucha gente, fueron poniendo la pieza en condiciones de poder sacarla.

La primera salida

Y así llegó 1992. “Teníamos a 12 mujeres que iban a portar el Cristo, cuatro muletas, cuatro tambores y alguna que se decidió a ir de penitente… Poco más de 30 personas”, recuerda Juli. Y llegaron los ensayos. Las que tenían que tocar el tambor nunca antes lo habían hecho y las que iban a portar el Cristo, tampoco. “Para ensayar cogíamos a mi hijo, que era más o menos del tamaño de la talla, y lo subíamos a las andas”, cuenta Leonor. Así fueron los primeros ensayos, algunos dentro de la iglesia de San Francisco, otros fuera.

Y tras cuatro meses sin parar ni un minuto llegó esa Semana Santa de 1992. La llegada a San Francisco, desde donde salen los pasos procesionales, fue emotiva esa noche: “Nadie se atrevía a ir vestida desde casa y nos dejaron un sitio donde poder cambiarnos de ropa”. Al acceder al templo, los grabadores de uno de los pasos entonaron un aplauso conjunto. Fueron los del  Cristo de la Agonía. No lo pueden olvidar.

“Creo que nadie confiaba en que fuésemos a terminar la procesión de ese Viernes Santo”, afirma Sagra. Ellas, como cualquier calagurritano, sabían que la subida hacia San Francisco en el último tramo de la procesión es la más dura y complicada. “Recuerdo que en la plaza de las Boticas, antes de llegar a las escaleras, llegaron los que portaban el paso de la Borriquilla, que ya habían terminado, para coger el paso y les dijimos que nosotras terminábamos la procesión, que si habíamos llegado hasta allí, llegábamos hasta el final”.

Treinta años después, muchas de las que empezaron siguen participando activamente en la procesión. Otras ya lo han dejado, pero son muchas quienes se han sumado al paso del Cristo de la Caña. Solo María Ángeles ha portado el paso los 30 años sin excepción (sin contar los dos últimos, en los que la hermandad no ha salido por la pandemia), pero todas siguen ligadas de una forma u otra al Cristo de la Caña.

En 1999 cambiaron ese Cristo inicial por otro que se encontraba en la pila bautismal de la iglesia de San Andrés. Una talla que los estudiosos creen que pudo ser realizada en el taller de Gregorio Fernández y que puede considerarse una de las más valiosas de la Semana Santa calagurritana. Ese mismo año, además, cambió el recorrido de la procesión del Lunes Santo y desde entonces también portan a la Virgen que va desde Santos Mártires hasta la Concepción.

Poco a poco fueron tomando protagonismo en el día a día de la cofradía, participando incluso en el campeonato de mus que se celebra cada Lunes de Pascua. “Anda que no les fastidiaba perder al mus contra las chicas”, bromean, recordando que hasta un año ganaron el torneo.

Recuerdan también que la Iglesia ha evolucionado en estas tres décadas. “El año que nos tocaba que el obispo nos lavase los pies, la Iglesia aún no lo permitía y se nos saltaron”, recuerdan. Ese año a don Ángel De Vicente, párroco entonces de San Andrés, no le pareció bien la decisión y les lavó los pies en la parroquia. Después cambiarían las normas eclesiásticas y hace unos años pudieron participar en el acto como un paso más.

“Creo que fue un paso importante hacia la igualdad en la Semana Santa, las cosas en estos treinta años han cambiado y es algo más habitual, pero entonces fue algo novedoso que abrió las puertas a que más mujeres entrasen en la cofradía”, asegura Dori. Aún hoy, mientras procesionan, escuchan los comentarios de la gente que dice: “Fíjate en los zapatos, este paso lo portan solo chicas; mira los ojos, algunas los llevan pintados. Sí, son chicas”. Efectivamente lo hacen, con sus más de 20 kilos al hombro cada Lunes y Viernes Santo. Y sí, son mujeres.

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