Tiene 33 años y desde hace siete es ganadera en extensivo. Más de 500 ovejas, 70 vacas y un centenar de cabras maneja Cristina Galilea desde que decidió dejar de intentar conseguir un trabajo de guarda forestal (para lo que había estudiado) y apostar por el mundo rural. Lo hace de la mano de su pareja, pero fue ella la que tomó la iniciativa, la que comenzó a emprender, la que decidió un día darle la vuelta a la tortilla y encontrar en el mundo rural lo que no le ofrecía la ciudad. «Llegó un momento en el que me di cuenta de lo que quería realmente hacer y era estar aquí, donde había nacido, donde podía hacer lo que realmente me gustaba», cuenta. Siempre le había gustado trabajar en el mundo de la naturaleza y lo consiguió a través de mucho esfuerzo y buenas dosis de paciencia.
Su día a día comienza temprano. Primero las ovejas que son las que más madrugan, luego las vacas y después las cabras. Ningún día es igual que otro y eso es de lo que más disfruta Cristina a pesar de ver cómo, poco a poco, van desapareciendo los vecinos de sus municipios. Ella vive en Ajamil. En plena sierra de Cameros son poco más de diez habitantes los que duermen cada noche en el municipio. Dos parejas jóvenes, el resto gente mayor. Ahí la vida va a otra velocidad que en la gran ciudad. Pero a Cristina le faltan horas en el día para hacer todo lo que se ha ideado en la cabeza por la mañana. «Ahora en invierno que los días son más cortos tenemos menos trabajo pero en primavera que es cuando paren las ovejas, no tenemos suficientes horas al día», explica. Ella carga con los sacos de comida, ella se encarga de las cabras, ella saca y mete a las ovejas, ella se encarga del papeleo… «Acabo de bajar a San Román a la oficina que hay para los agricultores y los ganaderos, sé que lo puedo hacer por internet pero prefiero bajar porque si no lo hacemos algún día quitarán el servicio», explica.
Se ha cambiado de ropa para coger la furgoneta y bajar al pueblo de al lado. «Muchos me ven así vestida y el comentario habitual es: ¿así eres tu ganadera? Pues obviamente no, pero me parece una falta de respeto bajar llena de mierda a allí», dice asegurando que todos los días se manda igual o mas que su pareja en las labores diarias. «Es que alguno se debe pensar que llevamos a las ovejas desde el despacho», bromea.
Reconoce que además las mujeres tienen un peso importante en las decisiones que se toman en el municipio. «Es verdad que el alcalde es un hombre pero aquí estamos nosotras manteniendo el bar abierto los fines de semana, intentando crear alternativas culturales para que más gente conozca esta maravillosa zona y dando guerra para que no nos quiten servicios…», explica adelantando que pronto dará el paso a la política más rural. «Hay que luchar por la zona y la única forma es así», plantea. Su idea es no moverse ya más de Ajamil. «Me gustaría que mis hijos creciesen en el mismo sitio donde lo hice yo y ofrecerles oportunidades para que no se tengan que marchar», asegura.
Empeñada en potenciar su pequeño municipio, Cristina hace todo lo posible para que iniciativas interesantes empiecen a surgir en el mundo rural del que forma parte. «A las mujeres se nos escucha más en el mundo rural, es verdad que para algunas somos unas heroínas y nos sentimos orgullosas de que se vea así, pero lo único que queremos es que la gente que vive en la zona pueda tener los servicios mínimos para no tener que irse obligados a las ciudades», cuenta. En Ajamil ya no sube ni el pan. Al menos el médico si lo sigue haciendo. «el trato es mucho más cercano con los servicios que acceden al pueblo, pero es que cada día son menos», explica.
El problema quizás llegue en el momento de la maternidad. «Yo quiero seguir trabajando. Si alguno de los abuelos me los puede cuidar, perfecto; si no, haré lo mismo que hacían mis padres: en el carrito a ver como los mayores hacen las tareas», recuerda.
Damos un paseo con ella por el municipio. Dos hombres colocan piedra en una de las casas que se están reformando. Ambos le saludan. Mientras cuenta su día a día. «Después de las tareas de por la mañana siempre me meto en algún lío: hacer yogures caseros, aprender alguna cosa por internet… Ahora que se hace de noche pronto salgo a correr por las rutas de la zona, aquí una puede correr sola por la noche con más tranquilidad que en cualquier ciudad», asegura. Enseña orgullosa el paisaje que se ve desde la loma del pueblo. «Ser una mujer en este entorno es lo mejor que me ha podido pasar», dice sin miedo a equivocarse.
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