De no ser por el intenso frío que acecha estos días en el corazón del campo charro, Diego Urdiales vive en su hábitat deseado. Soledad y toros. Tiempo para torear y para pensar. Preparación física y mental. Disipar la incertidumbre de si el jodido virus, que se cruzó en su vida la pasada Navidad y no embistió por derecho, ha dejado alguna secuela.
«Pensaba que me moría». Pero no. Urdiales vive. Tan feliz como ilusionado. Tan mentalizado como responsabilizado.
Su cabeza hace ya unos días que voló a Valdemorillo. Ya se sabe allí de luces y solucionando las complicaciones que puedan surgir la tarde del cinco de febrero, cuando comenzará una nueva temporada.
«Cuando digo que me voy a dar un paseo, en realidad me voy a torear en mi cabeza. Yo no cojo un palo y subo al monte y luego bajo. Me voy a torear. Toreo pensando. Pienso en todo lo que puede pasar en mi próxima tarde. En lo bueno y en lo malo. En las dificultades del toro y también en sus bondades. Así, cuando llega el día y me quedo solo con el toro, sé que eso ya lo he vivido mentalmente y es cuando me abandono y todo fluye».
La vida de Urdiales es un fluir de sensaciones. También de emociones. Y de ideas claras. «La temporada siguiente tiene que ser mejor que la pasada. Siempre. Y así todos los años. Una vuelta de tuerca más; pero hacia la derecha, ¿eh? Un ‘pretón’ más. Ser mejor torero que el año pasado. Mira, esta frase que siempre me dice ‘Luismi’ (su apoderado) recoge toda la verdad: cuando muere la ilusión, nace el miedo».
No sé si Diego alberga algo de miedo en sus adentros, pero puedo asegurar que rezuma ilusión. Y ambición. A partes iguales.
Habla de flamenco. De cómo es capaz de conseguir sentir ese pellizco en el estómago cuando alguien se deja el alma en cada verso. Anda diciéndome estas cosas cuando suena ‘Rancapino’ cantando un fandango por Manolo Caracol: ‘Romero al tendido / con tu capotillo grana / ponle romero al ‘tendío’ / toreas si te da la gana / que el que te toca silbidos / vuelve a verte mañana’. ‘Oleeee’. ‘Diego, y pensar que con tu toreo inspiras a esta gente…’. «Eso es la hostia, tío. La hostia. Mira, el que acompaña a la guitarra es Paco Cepero, que fue el primero en subir a la habitación del hotel en Sevilla después de las dos orejas».
Porque esa es otra. Lo de Sevilla. Ya nadie saluda a Urdiales con un «¿Cómo estás, maestro?». No hay quien no le espete un «Diego, ¿de verdad que vas a Sevilla en Resurrección?» Estar en el primer cartel de la temporada sevillana es un premio y también un triunfo. Curro hizo hasta 23 tardes el paseíllo el Domingo de Gloria en Sevilla. Y es un dato que siempre se pone al lado de sus 7 puertas grandes de Madrid o de las 4 del Príncipe de Sevilla. Por algo será. Urdiales se sabe cerca de entrar en ese cartel.
«Eso dicen, pero no sé nada. Hombre, entre Aguado, Ortega y yo está la cosa; todo lo que se salga de ahí no va a sentar bien». Lo único cierto es que Morante abrirá plaza el domingo 17 de abril en la Maestranza. Pero Diego no se obsesiona con eso ni con nada. Si acaso con dar carpetazo al cabrón del virus.
Lleva dos días por fincas de Salamanca. En ‘Castillejo de Huebra’, donde disfrutó como pocas veces en un tentadero, y en ‘Garcigrande’, donde le echaron tres vacas exigentes como ellas solas. Diego encoge sus índices y apunta con ellos al suelo para imitar la embestida de las vacas de Justo Hernández y resopla: «Cómo empujaba la tía; ¿sabes? La típica embestida de lo de ‘Garcigrande’, encastada, que va muy lejos y repitiendo. ¡Uff!, me hizo sudar, pero me vi muy bien, muy puesto, muy en el sitio».
Diego tienta hoy en ‘El Pilar’. El día transcurre tranquilo. Sin prisas. Un paseo de esos en los que torea en su mente, limpiar los trastos del día anterior, una sopita, perdiz escabechada y un breve sueñecito antes de ir a la finca. No necesita gps, conoce el campo charro como la palma de su mano.
Hasta cinco animales aguardan en las cancelas de la familia de Moisés Fraile: dos eralas, un utrero y dos toros con seis años cumplidos. Imponen estos últimos, que tienen su cara, su pecho, su cuajo y su hondura. El pelo de invierno se entremezcla con los rizos propios de la edad y la estampa es colosal.
Urdiales viste en torero. Como Dios manda y con el debido respeto que exige el toro y el ganadero. Nada de modas nuevas. Botos, calzona, camisa, chaleco, gorrilla y zahones. Para ser torero, primero hay que parecerlo. Urdiales lo parece y lo es.
Diego cuaja con el capote la primera vaca. Ofrecido el pecho, el mentón hundido, abierto el compás. Mecidos los brazos y templados los vuelos. Enganchando adelante y dando salida más allá de la cadera. Idéntico es el saludo al primero de los toros viejos, que descuelga y lleva el hocico por el suelo. Resquicios de Belmonte en los remates.
Diego se cruza, pisa terrenos impropios de tentaderos. Es la fuerza que da la seguridad y la fe en uno mismo. Toques sutiles y medidos. Con los vuelos unas veces, con el estaquillador otras. La suerte cargada, traído con temple y soltado con un grácil juego de muñeca. Los tiempos exactos y justas las distancias. Asentadas las plantas y hundidos los talones. La mano que no torea, siempre relajada, como cosida a la cadera. Apenas tensiones, solo calma y confianza.
Como si nada fuera con él. «¡Joder, no es un tentadero para preparase, es para estar preparado!». «¡Y vaya si lo estás, torero!», le replica el ganadero. Y Moisés padre añade: «¡Ya era hora de ver torear bien en nuestra casa!».
Vuelta al toro. Vuelta al sitio minado, tan desacorde de las tientas. Siempre tan cruzado, siempre tan bien puesto.
Tanto gusto como reunión, empaque y temple. A medida que cae la tarde en ‘El Pilar’, brota el toreo y la inspiración en la placita de tientas. También el valor, fruto de la ilusión. Ya lo dice ‘Luismi’, «cuando muere la ilusión…» pero no, de eso hay a borbotones.
‘El Víctor’ también ha querido volver a ponerse delante. ¡Y cómo ha estado! Qué forma de echar el capote y llevar humillados a los toros. El engranaje es perfecto.
¡Va vaca! Es la última. Tiene una clase descomunal. Qué lástima tan poquita fuerza. Pero cómo pone la cara. Y cómo humilla. Y cómo va. Y cómo quiere repetir. Pero no puede. Urdiales le da confianza, y ya hay una serie de tres. De cuatro ahora. Anda, que va a servir. Ríen de gozo y satisfacción. Qué forma de embestir y qué manera de templar. Qué despacito todo. ¡Agua!
Diego le cede los trastos al ganadero, que también se pone a torear. ¡Anda! Intercala gusto y temple con cierta inseguridad y atisbos de miedo, que también son toreros. Hasta el pequeño ‘Moi’ le roba dos muletazos de exquisito trazo. ¡Vaya con los Fraile! Diego, presto al quite, aún intenta robar dos lances con la chaqueta. Es una fiesta. Es el toreo.
Nos vamos. La luna de enero es testigo de la despedida, que ya es consabida: «¿Pero vas a Sevilla en Resurrección?». «Eso dicen, pero no sé nada…». La cara del torero exhala felicidad.
Urdiales regresa a casa con el depósito de la confianza a rebosar. Prueba más que superada. Ya puede empezar esto. «Es que, si me hubiera visto mal estos días, empiezan las dudas y los nervios. La cuenta atrás para Valdemorillo hubiera sido una penitencia. Ahora sé que estoy preparado para ser mejor torero que el del año pasado». Todo ese entusiasmo vuela a La Rioja en cuatro llamadas a los más íntimos.
«¿Cuándo vuelves al campo?». «Ahora paro un tiempo. Necesito interiorizar lo de estos tres días. Madurarlo en mi interior. Volver mañana al campo sería empezar de cero otra vez y eso no sirve. Se me amontonarían las sensaciones y no se trata de eso. Ahora, una semana en casa meditando estos tres días, y luego ya volveré a torear».
De camino a casa, hablamos de esfuerzos, de generosidad, de política… de la vida, en definitiva. Concluimos que hay que ser buena persona. Esa es la clave donde reside todo. Que, por cierto, es infinitamente más fácil que ser buen torero. Por suerte, Diego Urdiales es las dos cosas.
Un bocata de tortilla de chorizo y queso es la única licencia en el día. Es la recompensa a todo lo vivido hoy.
«Vete en paz, torero, que hoy me has hecho muy feliz». «Gracias a ti, amigo», me despide.
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