TRIBUNA

Cómo convertir un golpe de suerte en el inicio de un buen patrimonio

Seguramente todos hemos pensado alguna vez acerca de qué haríamos con el dinero si, de forma sorpresiva, tuviéramos un golpe de suerte y nos encontráramos con un patrimonio importante que gestionar sin muchos conocimientos financieros, y también sin muchos quebraderos de cabeza.

Pensemos, por ejemplo, que recibimos una herencia con la que no contábamos, que nos tocase la lotería, etcétera. En este sentido, nos podemos encontrar con situaciones bien diferentes según sea el importe de este patrimonio sobrevenido, nuestra situación de partida, nuestros objetivos, nuestros condicionamientos familiares, la etapa en la que estemos de nuestro ciclo vital, nuestra forma de ser o nuestra actitud ante el riesgo, y otras muchas circunstancias personales y patrimoniales que deberíamos tener presentes a la hora de gestionar un patrimonio. Sin olvidar, obviamente, la coyuntura económico-financiera del país. Siempre, a la hora de planificar una inversión y de conformar una cartera es importante analizar la coyuntura. Es decir, valorar si estamos en un momento de crecimiento económico o no, si existen problemas inflacionarios, si hay estabilidad en los mercados financieros…

En este sentido, podemos decir que gestionar un patrimonio de forma eficiente no es fácil. Es importante pensar las cosas en frío, es decir, dejar que pase un tiempo antes de tomar cualquier decisión; pero, sobre todo, si no se tienen los conocimientos financieros suficientes, hay que dejarse asesorar por personas competentes y de confianza. Un aspecto fundamental a tener siempre en cuenta es la planificación, y más en concreto la planificación financiera. Es importante planificar, tanto a corto como a medio y largo plazo, para asegurarnos de que vamos a adoptar decisiones de asunción de riesgos o de diversificación adecuadas, siempre teniendo en cuenta el coste de oportunidad y la evolución de los mercados.

En una primera instancia, debemos atender a nuestras necesidades más inmediatas, o lo que es lo mismo, atender algunas deudas pendientes que no habíamos podido asumir con nuestra situación económico-financiera anterior. Por supuesto, también podemos darnos algún pequeño capricho. A partir de entonces, habiéndose resuelto los problemas económicos más inmediatos, lo que toca es sentarnos a valorar qué hacemos con el dinero, dónde lo colocamos y en qué invertimos. Una decisión inicial también a tener en cuenta podría estar relacionada con la liquidación de algunas deudas a largo plazo que tuviéramos contraídas, como la existencia de un préstamo hipotecario.

En este sentido, deberíamos valorar si merece la pena su cancelación. Para ello, deberíamos hacer algunos números relacionados con posibles comisiones por cancelación anticipada o entregas a cuenta, pero, sobre todo, ver cuál es el coste de oportunidad, pues si con el dinero para la cancelación podemos esperar una rentabilidad superior al coste del préstamo, y con un riesgo asumible, podríamos seguir pagando el préstamo y acometer la inversión.

El mercado y las instituciones financieras cuentan con un gran espectro de instrumentos de inversión capaz de adaptarse a las necesidades, a los distintos perfiles de los inversores y a sus expectativas de rentabilidad y riesgo. Por lo tanto, lo que es preciso tener en cuenta son los tres elementos fundamentales de un activo financiero: la rentabilidad, el riesgo y la liquidez. La rentabilidad hace referencia al retorno o ganancias que se espera conseguir con la inversión. El riesgo hace referencia a que las expectativas de rendimiento no se cumplan. Por último, la liquidez hace referencia a la facilidad de convertir el activo en dinero, es decir, de la posibilidad de disponer del dinero que se necesita.

Aparte de los depósitos bancarios, que ofrecen en la actualidad una rentabilidad muy reducida, el inversor puede optar por invertir en el mercado de dinero o mercado monetario, en el que se negocian títulos de deuda, tanto públicos como privados, muy líquidos y con vencimiento a corto plazo (menos de 18 meses). Probablemente no obtenga una alta rentabilidad, pero si es una opción de dejar el dinero a buen recaudo, en productos líticos y de muy bajo riesgo, mientras van apareciendo otras oportunidades de inversión.

A partir de ahí se puede ir diversificando la cartera incluyendo activos de los mercados de capitales, bien sean títulos de deuda (a largo plazo) como títulos de capital (acciones). De igual modo, el inversor puede invertir en instituciones de inversión colectiva. Dichas instituciones les permite compartir con otros partícipes o socios una cartera conjunta: fondos de inversión, fondos de pensiones, etcétera. Esto puede tener grandes ventajas, como una gestión más profesionalizada, una mayor diversificación de la cartera, poder participar de las revalorizaciones de los mercados sin incurrir en grandes riesgos, etcétera.

Y eso sí, ante propuestas de inversión en productos que prometen una alta rentabilidad, muy por encima a la del mercado, siempre es preciso informarse a conciencia, pues con toda probabilidad pueden comportar importantes riesgos que el inversor debe valorar.

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