La Rioja

El Gordo del Niño no altera el alma de la Trompeta: “No pienso cerrar el bar”

Una tarde cualquiera de un día cualquiera en un sitio cualquiera. No. Esto es Logroño, más concretamente la calle Trinidad. Llueve pero no importa, el cigarrito no se perdona. “Buenas tardes”, dicen tres chicos que, cerveza en mano, charlan en la puerta de la calle. Antes de cruzar el umbral de La Trompeta de Plata ya se nota algo diferente. Paso al frente y tres nuevos ‘buenas tardes’.

Café de media tarde. Varios clientes en la barra, guardando las distancias, eso sí. Algunos prefieren un vino. Parece que todos se conocen, aunque no sea así. Todos hablan y el que no lo hace mira su móvil pero esboza una sonrisa que denota que está poniendo la oreja en la conversación. Mientras, Yoli va de un sitio a otro detrás de la barra. “¿Cariño, qué te pongo?”.

Y por lo que veo, este es el día a día de un bar al que Yolanda Jiménez lleva llegando a las 8 menos diez de la mañana aproximadamente desde hace 37 años. Organiza la cocina, prepara la barra, enciende la cafetera y a las 9 de la mañana sube la persiana. “Aquí llevamos desde el año 85”. El negocio dio sus primeros pasos orientado, sobre todo, a los soldados. De ahí la referencia a la trompeta. Bueno, “y que el socio que comenzó conmigo tocaba la trompeta”, explica Yoli.

Enfrente estaba el antiguo cuartel y “había muchos mocetes que pasaban a almorzar, comer…”. Soldados que hoy en día ya han ‘pinchado’ más medallas en su uniforme y han viajado por todo el mundo como sargentos o coroneles, pero que “todavía me siguen llamando y mandando mensajes contándome de ellos y preguntando cómo está todo por aquí”. Una voz interrumpe a Yoli: “¡Chiquilla! Que a este paso vas a salir en el ‘Hola’… Ponme cuando puedas un cortado”. El marido de Yoli se levanta rápido de la silla donde charla con unos amigos y se pone a ello.

La Trompeta, un bar de siempre, de barrio y para todos. Y si no, que (nos) se lo digan a algunos que hace ya años se pasaban por allí a ‘echar un quinito’ o a por un ‘cachi’. “Desde el principio hemos estado rodeados de jóvenes. Luego empezaron a bajarse al Ebro y la cosa cambió, pero por aquí siguen pasando a comer, cenar… o incluso me llaman y me dicen: ‘Yoli, prepara no sé cuántos bocadillos para esta noche que nos pasaremos a recogerlos'”.

Foto: Raquel Manzanares (EFE)

El 41.665 que ¿lo cambió todo?

Día 6 de enero de 2022. Lotería del Niño. Yoli abre como cada jornada su bar sin pensar más allá de su trabajo. “No voy a mentir. Yo no creo mucho en estas cosas. Es más, cuando un cliente me pide dos décimos pienso: ‘Jo, 40 euros de golpe'”. La mañana transcurre tranquila hasta que dos hermanas, clientas de las habituales, le dicen a Yoli “mira, ya hemos ganado otros 100 euros”. Otros cien porque en la Lotería de Navidad La Trompeta repartió un pellizquito.

Yoli entra a la cocina y le dice a sus compañeras, a las que había dado un décimo a cada una: “Pájaras, ya os he regalado 100 euros más”. De repente chillos y más chillos. “Salí corriendo y lo primero que vi fue el número en la pantalla de la tele. No podía ser. ¿el Gordo? ¿Aquí?”. Menos de una semana después, Yoli todavía no tiene claro cuánto ha repartido, pero calcula que ha vendido alrededor de 300 décimos, o lo que es lo mismo, 60 millones de euros.

A día de hoy siguen llegando los ramos de flores al bar, aunque queda alguna que otra espinita clavada. “Hoy me ha dicho una amiga que lleva cogiendo la lotería aquí muchos años y que justamente en esta ocasión no llevaba; eso me ha llegado al alma”. El 41.665 es el número que ha dado la vuelta a la tortilla. O no, porque “aquí seguimos trabajando igual que todos los días. Ha habido gente que nos ha dicho que pensaba que íbamos a cerrar, pero hasta que la salud aguante no tengo intención”, aclara Yoli. “Más os vale”, añade un cliente que espera a que se enfríe el café sentado en la barra.

La Trompeta de Plata es un negocio, sí, pero también la vida de Yolanda y su familia. “Si por algo ha sido un alivio este premio es porque puedo ayudar a mi hija, a mi empleados y, qué duda cabe, que yo, después de tantos años trabajando 16 horas diarias, puedo ahora contratar a alguien más y descansar un poco”, explica aliviada. Y la que también va a sentir el poder del Gordo va a ser “mi hipoteca, que si Dios quiere la quitaré para vivir más desahogados”.

Y mientras tanto, los agraciados, vecinos del barrio “y de otras zonas de Logroño, porque a La Trompeta vienen de todas partes”, no paran de repetir frases como ‘Yoli, me has dado la vida, no sabes lo que has hecho’ o ‘si supieras de lo que me has librado…’. “Pero que no he sido yo, les digo. Es un premio por formar parte de esta gran familia, porque eso es esto, una gran familia”.

Un agradecimiento que, visto lo visto, no es por esos décimos premiados -que también-, sino por toda una vida entregada a un negocio “en el que da gusto trabajar, es un placer” y que se ha convertido por el esfuerzo y buen hacer en un referente, no solo del barrio, sino de la ciudad.

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