Toros

Diego Urdiales, el toreo y la cultura universal

El maestro Diego Urdiales, el periodista Pablo García Mancha y el escritor Andrés Pascual protagonizaron la tarde del pasado jueves un paseo por la cultura más universal hilvanado de una torería rezumante de temple, gusto, armonía y sabiduría. Bajo el título ‘La metafísica del toreo. Influencia en la literatura, la música y otras artes de España e Hispanoamérica’ y organizado por Diario La Rioja en colaboración con UNIR Fundación, el Centro Cultural Ibercaja de Portales mudó en un crisol de arte, ingenio, sinceridad, talento y experiencias.

Apenas una hora para viajar de Bergamín a Sabina; de Lorca a Chaves Nogales; de Jorge Guillén a Rubén Amón, haciendo escalas en Falla, Zuloaga, Picasso, Buñuel o Franconetti. Y todo, sin dejar de beber de las fuentes de Joselito ‘El Gallo’, Juan Belmonte o Curro Romero.

La cultura, el arte y el toreo se dieron la mano y recorrieron juntos el angosto e incomprendido sendero por el que ha transcurrido la vida torera de Diego Urdiales. Hasta hoy o, mejor, hasta cuando Curro marcó para siempre la carrera del riojano. ¡Un torero de la talla del faraón loando el concepto de un torero del norte! Y fue, un 2 de octubre pasado, cuando Urdiales bordó el toreo en el templo maestrante y sintió esa plenitud que solo se logra alcanzar cuando se está a la altura de las palabras del maestro de Camas.

Urdiales, el pasado 2 de octubre en La Maestranza.

Se habló de cine, de literatura, de música y de flamenco. Como desde que Diego fraguó amistad con Pablo, allá cuando hace un buen puñado de años se enchiqueraban en Calahorra unos toros de Pablo Romero, testigos estos, a la postre, de dos carreras brillantes y plenas a partes iguales. Uno estaba sin caballos, el otro, de prácticas en una emisora local.

En tres partes dividió Urdiales su trayectoria artística: una primera, ayuna de conocimiento; la segunda, un camino de equivocaciones en las que era imposible adaptar el conocimiento al sentimiento; y una final, la que hoy disfrutamos, en la que conocimiento y sentimiento se encontraron y ambos buscan torear como aquel chaval de los inicios. Igual que Picasso, ya maduro, ansiaba pintar como el niño que fue.

La incomprensión es ese dolor que siente el torero por no poder expresar en la plaza lo que siente su alma. Cada dedo asido a su capote manda una orden y Diego se siente identificado con el flamenco, pues cada uno de sus lances en un lamento.

Urdiales se vacía cuando torea y es el flamenco la música con la que antes llena esas oquedades que resquebrajan su alma. Porque como en el toreo, el flamenco es ritmo y compás.

Definióse el toreo como el arte que transita en contra de la naturaleza. Porque en el toreo no hay tiempo y el torero se juega la vida, a diferencia de cualquier otro artista. Y porque ante el peligro, el cuerpo se contrae y el torero ha de luchar para no perder la naturalidad de cada gesto. Hasta cada respiración durante la lidia lleva su ritmo.

También hubo tiempo para hablar de la muerte, con la que Urdiales se lleva bien para no cabrearla. Y de miedo, que el mayor para el torero de Arnedo es no saber si va a ser él mismo en la plaza.

Terminó Andrés Pascual recitando a Jorge Guillén, mientras Diego Urdiales paseaba su torería y dibujaba una verónica lenta, sentida, inabarcable; plena. En el ambiente, solo versos y el aplomo y la seguridad de quien pisa hoy sabiéndose figura del toreo. Y es que ¡el arte no se puede controlar!

Un verdadero gozo.

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