Toros

Amós Salvador, ilustrísimo logroñés y teórico del toreo

La necrológica que el 5 de noviembre de 1922 informaba sobre el fallecimiento, un día antes, de don Amós Salvador y Rodrigáñez citaba los siguientes méritos de este tan ilustre logroñés: ‘Inspector General del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Senador Vitalicio, Ministro de Hacienda, de Agricultura, de Industria, Comercio y Obras Públicas, de Instrucción Pública y Bellas Artes y de Fomento; Presidente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Individuo de número de las Reales Academias de San Fernando y de Ciencias Morales y Políticas; Académico Benemérito de la primera, Presidente del Consejo de Instrucción Pública de la Junta de Aranceles y Valoraciones y de la del Catastro. Comisario Regio de Agricultura Industria y Comercio, Presidente del Consejo de Administración de la Compañía Arrendataria de Tabacos, Director Gerente de la misma, Presidente del Consejo Superior de Fomento. Gobernador del Banco de España, Collar de Carlos III, Collar de Santiago de Portugal, Gran Cruz de Alfonso XII, del Mérito Militar blanca, del Mérito Naval blanca, del Cristo de Portugal, de Medjidié, de la Concepción de Villaviciosa, etc, etc’.

Uno de los dos etcéteras finales bien podría hacer alusión al contacto que Amós Salvador tuvo con la fiesta de los toros. Grande debió de ser la afición de este logroñés a la tauromaquia, pues solo así se puede explicar que, durante la primera quincena del mes de mayo de 1908, dejara escrita una de las tauromaquias más relevantes jamás llevadas al papel. De hecho, José María de Cossío en su obra enciclopédica ‘Los Toros’ la sitúa al nivel que las escritas por Francisco Montes ‘Paquiro’ o ‘Pepe-Hillo’, los dos tratados taurómacos más fundamentales de la historia, y la define así: ‘…supone el primer esfuerzo y el más importante para dar al arte taurino un fundamento que no es impropio llamar científico… Con justicia debe decirse que es la última gran tauromaquia (…) que conquistará al lector tanto por lo importante de la doctrina como por su original tratamiento…’.

De su puño y letra escribió Amós Salvador este tratado en 152 cuartillas escritas por una sola cara, encuadernadas en holandesa piel roja con dorados en el lomo y que perteneció al conde de Colombí. Fallecido el conde y subastadas sus piezas, fue adquirido por la madrileña Librería Escalinata y vendido el manuscrito a no se sabe quién por 75.000 pesetas allá por 1989.

Se editó en 1962, pero antes, en los albores de 1955, el Folletón La Voz de Madrid hizo pública esta obra en 24 entregas, sin el permiso de los descendientes de Amós Salvador, quienes recibieron copias mecanografiadas, al igual que Juan Belmonte, que quedó impresionado por la calidad y certeza del texto.

‘Precisamente han de ser reses bravas, porque no se va a la plaza de toros como a los Circos para ver lo que se hace con animales domésticos o domesticados, si no a ver cómo se vence en la lucha con fieras y con exposición constante de la vida’. Con tal declaración de intenciones da comienzo esta ‘Teoría del Toreo’, que continúa con las condiciones que ha de reunir el torero, a las que además del valor, fortaleza y agilidad, habrá que añadir no poca inteligencia: ‘antes que nada se necesita inteligencia y conocimiento exacto de las reglas del toreo, habiendo meditado mucho sobre ellas y habiéndolas ejecutado muchas veces, para llegar a la perfección que todo arte requiere’.

Hasta seis tipos de toros tienen cabida en su concepto taurómaco, siendo estos ‘boyantones, bravucones, revoltosos, que se ciñen, que ganan terreno, de sentido y abantos’ y viene a explicar de forma irrebatible cómo acomodar este elenco de condiciones a la lidia.

Especial énfasis cobra en esta teoría la ‘suerte de detener’, conocida hoy como suerte de varas. Habla de los terrenos a ocupar por el caballo, de la colocación de los peones o cómo ‘la puya debe colocarse en lo alto del morrillo, en lo que se llama la cruz, porque es donde mejor se les agarra para cargar la suerte, donde más se puede apretar el brazo y donde mejor se les castiga sin desgarrarlos y desigualarlos para otras suertes’.

Tras marcarle un terreno a la res y ‘…como quien sube o pasa un telón por la cara del toro, volviendo a la posición primitiva y girando media vuelta sobre el talón opuesto para quedar en posición de repetir’ explica Amós Salvador el toreo a la verónica.

‘Una vez que el toro arranca, se carga la suerte, dándole el terreno que conviene y echándolo fuera del cuerpo, no solo en sentido lateral, también longitudinal, tanto para despegarlo cuanto haga falta como para dejarlo a distancia que permita al diestro reponerse y prepararse para el siguiente pase. La suerte se reata sacando la muleta por encima de la cabeza’. Es esta la definición de aquel natural primitivo, cuando la capacidad de humillar era un tanto deficiente y el toreo se concebía de abajo a arriba. Eso sí, este lance había que ejecutarlo ‘sin despatarrarse, que era lo más feo que se podía hacer en esta suerte’.

Tiene cabida el temple (‘velocidad del engaño’) y la manera de presentar la muleta, ‘cuadrada’ o ‘perfilada’, así como siete formas de ejecutar la suerte suprema, ‘recibiendo, aguantando, arrancando, volapié, a paso de banderillas, a la media vuelta y metisaca’.

Cabe resaltar que esta disección del arte taurino fue escrita en 1908, cuando se cumplían nueve años que Rafael Guerra se había retirado de los ruedos, acusado de tratar de disminuir el toro de lidia para aliviarse. Quedose entonces Antonio Fuentes, seguido de dos nuevos espadas, Ricardo Torres ‘Bombita’ y Rafael González ‘Machaquito’, sin que el público mostrara fervoroso apasionamiento por alguno de ellos. Fue entonces cuando las figuras de aquel escalafón exigieron mayores honorarios si se enfrentaban a toros de Miura, circunstancia que aprovechó el empresario Mosquera para abrir paso a Rafael ‘El Gallo’ y Vicente Pastor. Retirados ‘Bombita’ y ‘Machaquito’ en 1913, Joselito ‘El Gallo’ y Juan Belmonte iniciarían la mayor revolución jamás experimentada por la fiesta de los toros. ‘Las dos formas de torear’ a las que alude Salvador hacen vislumbrar la convivencia entonces del toreo sobre los pies y el nuevo concepto basado en los brazos.

Es, por tanto, esta ‘Teoría del Toreo’ la primera en concebirse en el siglo XX y la última del toreo antiguo, pues la irrupción de Belmonte cambiará los cánones del toreo de la época. Con la llegada del trianero, será el diestro quien desplace al toro para llevarlo donde aquel quiera y, por lo tanto, nacerá el ‘mando’.

El Duque de Veragua, gran amigo de Amós Salvador y a quien este definió como una de las tres personas que más sabía de toros, apostilla esta obra haciendo hincapié en lo tratado respecto a los diferentes comportamientos del toro de lidia.

Célebre también es la defensa que Amós Salvador hizo de la fiesta de los toros en su discurso ‘Sobre un extraño modo de educación popular’, publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en diciembre de 1917 y que comenzaba comuna incisiva pregunta: ¿son tan malas como algunos dicen las corridas de toros? Eran tiempos en los que desde la izquierda se defendían las tradiciones, la cultura y la historia de España.

Si un buen día la sala de exposiciones que lleva el nombre de este ilustrísimo logroñés acogiera una muestra de temática taurina, que nadie se rasgue las vestiduras; sería uno de los mejores homenajes que Logroño pudiera dedicarle a D. Amós Salvador Rodrigáñez.

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