La Rioja

Una segunda vida para Ana: “Tenía claro que me había matado”

¿Qué se le pregunta a una mujer a la que su pareja ha estado a punto de matar de una paliza? Resulta que con Ana es fácil. “Cualquier cosa”. 20 de febrero de 2021. Un hombre acude a la comisaría de Estella asegurando que ha matado a su pareja en Azagra. Unas horas más tarde, una mujer entra en la UCI del Hospital de Pamplona. Lucha entre la vida y la muerte. Acto seguido llegan las manifestaciones de repulsa: en Azagra, donde vivía; en Quel, donde trabajaba; en Arnedo, donde hacía las guardias.

Las primeras horas después del suceso son cruciales, pero los médicos intuyen que poco se puede hacer por la vida de Ana. Su familia tampoco tiene esperanzas de que la historia no termine en un cementerio. Solo su padre mantiene un rayo de esperanza. “En verano estaremos tomando algo en la plaza del pueblo”. Los demás lo miran con la tristeza que da saber que sólo queda esperar a que Ana deje de respirar. Y entonces llega el milagro. En el fondo, todos confiaban en él. Estaba ahí dentro, donde los sueños a veces se cumplen. Hoy, nueve meses después, Ana es testimonio vivo de una lacra que golpea a miles de mujeres. “La violencia machista existe. A mí me intentó matar por ser mujer. Por ser su pareja”. No duda ni un ápice.

Una charla con Ana resulta clarificadora. No existe un perfil de maltratada. “Cualquier mujer puede serlo”. Enfermera, independiente, con carácter. Nada podía hacer pensar que esto le podía estar ocurriendo a ella. O quizás sí. Los más cercanos sabían que la tensión en el matrimonio iba creciendo día a día. “Pero esto nunca lo hubiésemos imaginado”, comenta su hija Claudia. Cristina, su hermana, también sabía de los problemas familiares. “Lo habían dejado y habían vuelto varias veces. Todos le animábamos a que lo dejase definitivamente, pero nadie pensaba que se tendría que librar de él casi perdiendo la vida en el intento”.

Nueve meses después de lo sucedido, Ana quiere contar el horror por el que ha pasado. “Si esto sirve para que una sola mujer sepa que no hay que esperar ni a la primera bofetada, me doy por satisfecha. En mi caso, la primera pudo ser la última”, reconoce sin miedo a equivocarse.

Había decidido separarse. El miedo a perder su casa, la que tanto le había costado conseguir, le hizo seguir viviendo con el que estuvo a punto de poner fin a su vida. “Ahora lo pienso y parece ridículo, pero en ese momento pensaba que era mi única opción. Teníamos muchas broncas y yo había tomado la decisión de separarme, pero él no quería dejar la casa. Es verdad que me lo advirtió, aunque nunca le di importancia a esas amenazas”, explica. Y entonces dice una frase que tiene marcada a fuego: “Vete al juzgado que quieras, pero pagarás las consecuencias”. Entonces pensó que se refería a perder la casa. Ahora sabe que él hablaba de perder la vida. Una ruptura matrimonial anterior le hacía no ser capaz de soportar otro fracaso sentimental. “No quería hacer pasar a mi familia otra vez por lo mismo. Quería solucionar las cosas a buenas y terminó de la peor forma posible”.

No hay un perfil de maltratada, pero sí un patrón en los comportamientos de los maltratadores. Nunca le había puesto la mano encima, aunque sí le había ido alejando de su entorno más seguro poco a poco: su familia. “Casi no me dejaba tener relación con mi familia porque siempre había malas caras. No salíamos con amigos, no viajábamos….”. Ana convirtió su trabajo en su único refugio. “Trabajaba por la mañana en Quel, hacía guardias de tarde en Arnedo y muchas veces me quedaba allí a dormir sin tener que trabajar por no volver a casa. Por no ver malas caras. Porque no me la liase por cualquier motivo”.

“Había visto a decenas de maltratadas por mi trabajo, pero no me di cuenta de que podía ser una de ellas”. Todo esto sumado a una pandemia y a un confinamiento estricto en el que él pasaba casi todo el día en casa. “Viví durante meses con la persona que intentó quitarme la vida, pero no me di cuenta”, lamenta. Quizás sea más fácil verlo a posteriori. En el momento fue demasiado complicado.

20 de febrero de 2021. Sábado. Ana se había quedado un rato más en la cama. Eran en torno a las nueve y media de la mañana cuando su pareja entró en su habitación con una barra de hierro. “Parecida a las que se ponen en las viñas para poder vendimiar a máquina”. Y entonces se desató el horror. Empezó a golpearla una y otra vez. “Te voy a matar”. Solo eso. “Entró directamente a por mí”.  Después se duchó, se cambió de ropa y condujo durante casi una hora hasta llegar a Estella para entregarse. “Mientras yo me desangraba”, relata Ana con la mirada perdida. Gira tres o cuatro veces la vista hacia las escaleras que suben a ese dormitorio. En la pared en la que quedó apoyado su cuerpo hoy hay pintados unos corazones. “Mi suerte fue perder el conocimiento casi de inmediato porque no recuerdo nada más. Se ensañó conmigo y tenía claro que me había matado”.

Su hermana Cristina retoma entonces el duro relato. “Cuando nos avisaron, estábamos toda la familia en Pamplona menos su hija, que estaba sola en Azagra”. Era imposible dar crédito a lo que les estaban contando por teléfono. Los diez primeros días fueron complicados. Viajes constantes a la UCI de Pamplona. Cada día. A veces, en dos ocasiones por jornada. “Lo único que nos reconfortaba eran todos los mensajes de cariño que recibíamos esos días mientras esperábamos que llegase el momento final. La gente no sé si es consciente, pero todos esos mensajes nos daban la vida”, recuerda sin evitar emocionarse. “Nada hacía pensar que iba a salir de allí. Los médicos, desde el primer momento, fueron muy claros. Las heridas eran prácticamente incompatibles con la vida. Un día nos dijeron que la iban a operar del brazo, que lo tenía destrozado, y que era fuerte. Así, casi sin darnos cuenta, parecía que el milagro iba a hacerse realidad”.

Entonces llegó uno de los momentos más duros. Claudia lo recuerda como si fuese ayer. “Me preguntó por él. No se acordaba de lo que había pasado. Insistía en por qué no estaba allí, que la dejase llamarlo por teléfono. Ella no entendía nada y hubo que contarle todo”, cuenta la joven. “Fue contármelo y recordarlo todo. No fue fácil asimilarlo”, añade Ana.

Después llegó la rehabilitación y las operaciones posteriores. La vuelta a casa y las declaraciones del futuro juicio. “Tienes que volver a revivirlo todo y te preguntan por temas económicos mientras sabes que tu hermana ha estado luchando por su vida. Como si cualquier cosa que ella hubiese hecho pudiese justificar lo que le hizo él. Entonces te sientes culpable por no haberte dado cuenta de lo que podía ocurrir”, rememora Cristina.

“¿Vergüenza por estar en boca de todo el mundo? Nunca”. Claudia es tajante. La experiencia le ha demostrado que una familia unida puede con cualquier tragedia que le pueda venir encima. “Las prioridades en la vida ya nunca son las mismas que antes”. Y esa es la mejor lección que saca de todo esto. “Mi madre ya no es la misma, es verdad, pero ahora yo la veo más feliz que nunca. Tiene sus días, pero al menos no está siempre nerviosa como antes”.

“Ahora quiero vivir tranquila y disfrutar de mi familia. Si puedo, algún día volver a trabajar y viajar. Me gustaría mucho viajar”. Sabe que la vida le ha dado una segunda oportunidad y quiere aprovecharla: comer en un restaurante, charlar con sus amigos y ser feliz. Se lo ha ganado. Ella y tantas otras que han pasado por lo mismo  y que ahora luchan por volver a tener una vida después de casi perderla. Otras tantas no tuvieron la misma suerte.

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