El Rioja

De Sudáfrica al Ródano francés para dar un paso firme en la Rioja visionaria

Álvaro Loza, con uno de los viñedos de Labastida al fondo | Foto: Leire Díez

«Yo no soy viticultor. Por no tener no tengo ni tractor y uso una Matabi para tratar las viñas. Lo que tengo entre manos no es un proyecto en sí, al menos de momento. Para mí es solo una apuesta. Una apuesta por recuperar la tierra que trabajaba mi abuelo y seguir sus consejos. Luego ya veré lo que va saliendo de aquí y hacia dónde me lleva esta aventura». Así de tajante se define Álvaro Loza con apenas una hectárea de viñedo distribuida en pequeñas parcelas entre Haro y Labastida. Este jarrero tiene ahora 26 años, pero quién sabe si en otros tantos más su nombre retumbará en la tierra con nombre de vino.

Lo que sí tiene claro es la esencia que quiere plasmar en sus vinos. A pesar de su juventud, ha formado parte de las vendimias de cuatro continentes diferentes, con las complicaciones y tendencias de cada región y sus operadores. Todo un mundo que Álvaro ha recorrido desde que su abuelo le animó a estudiar algo vinculado con el vino. “Porque él me transmitió que esta bebida estaba en cada uno de los momentos de nuestras vidas. En el trabajo, en casa y en las celebraciones. Siempre le escuchaba decir vino aquí, vino allá, vino, vino y vino. Así que me apunté al Grado Superior de Vitivinicultura del IES La Laboral”. Pero su mente, antes de aterrizar de nuevo en su tierra, quería buscar sensaciones nuevas más allá de las fronteras.

Borgoña, Champagne, el Valle de Napa, el del Ródano en Francia, también la región de Tasmania en Australia y, por último, Sudáfrica. Hasta el Hemisferio Sur ha viajado este joven por segundo año consecutivo para cortar uva entre enero y marzo. “Una forma de trabajo, y también una filosofía, muy diferentes a las que se ven en Rioja. Allí son cientos de hectáreas de viñedo propiedad de una sola persona, lo que aquí se podría asemejar a los cortijos típicos del sur. A veces tenemos que conducir hasta dos horas para comprar uva a viticultores que poseen verdaderos tesoros vitícolas”.

Álvaro Loza, con uno de los viñedos de Labastida al fondo | Foto: Leire Díez

Aunque el fin del ‘apartheid’ propició el despertar del potencial de este país africano en el sector del vino, no fue hasta 2010 cuando se produjo una auténtica conversión hacia una viticultura de calidad y que estalló con la Revolución del Swartland. “Un grupo de productores y bodegueros de esta región con gran tradición vitivinícola aunaron fuerzas para defender un precio justo para el agricultor que producía uvas de calidad. Las grandes bodegas se hacían con gran cantidad de esta producción a precios muy bajos, lo que implicaba en ocasiones que los propios agricultores dejaran de trabajar sus fincas, que pasaban a manos de estos grupos”, explica.

Este germen por preservar la tierra desde su origen se fue extendiendo y ahora son cada vez más las bodegas que trabajan bajo esa filosofía de mantener las viñas viejas y más especiales que reflejen su potencial en los vinos. Como Anysbos, la explotación a la que se traslada Álvaro cada comienzo de año para iniciar su peculiar y larga campaña de vendimias. “Es como una pequeña familia. Ellos han viajado por Europa para aprender y ahora quieren hacer de su región una relevante más allá del continente, dándole a sus protagonistas la importancia que merecen para que no abandonen su oficio”.

Una tendencia que perfectamente se puede extrapolar a su tierra natal y de la que él, consciente o no, está formando parte: “En Rioja el valor se encuentra en la transformación, porque pagar 60 céntimos el kilo de uva obliga al agricultor a trabajar más superficie y por tanto mecanizarla para poder gestionarla y que la rentabilidad sea mayor. Este tipo de viñas que manejo yo serían un estorbo para esta gente, pero no podemos dejar que se pierdan. Por eso la clave está en vinificar tus propias uvas o, si no, pagar su valor. Si no, conseguiremos que el agricultor no lo vea atractivo y sean las grandes bodegas las únicas capaces de afrontar las compras de esas parcelas. Y una vez el pueblo deje de tener el control sobre su tierra, este morirá. Por eso los jóvenes también tenemos la responsabilidad para con el pueblo y el suelo”.

Álvaro Loza, con uno de los viñedos de Labastida al fondo | Foto: Leire Díez

Es hablar de cómo han ido las vendimias este año y se le dibuja un gesto en el rostro de fatiga. No ha sido una, sino tres. No ha sido una hectárea sino cientos. Y de por medio varios meses y miles de kilómetros recorridos. Pero al menos en casa tiene a un buen ejército a su lado para arrastrar los cestos por los renques y luego hacer de prensas con los pies. “Para la producción que saco lo hago perfectamente en un día con los amigos. Muchos vienen del sector y están encantados de ayudarme. Yo reconozco que con una hectárea de viña no da para nada, por eso de momento mi sustento principal proviene de la restauración, donde he pasado varios años y que me ha servido para pagarme los viajes. La viña y el vino son ahora una pasión que quiero explotar, pero a largo plazo. Todavía tengo que sacar la añada de 2019, la primera, mientras que la de 2020 está en barrica y la 2021, en proceso. Y luego habrá que ver qué opina el mercado”. Lo veremos.

Álvaro Loza, con uno de los viñedos de Labastida al fondo | Foto: Leire Díez

Al menos la marca que lucirán sus botellas ya está registrada: “Álvaro Loza, cómo no”. Aunque en la contraetiqueta, por el momento, su nombre irá ligado al adjetivo “productor” y no “elaborador”. ¿Y para cuándo una botella de Álvaro Loza ocupando la vinoteca de un restaurante? “Pues espero que sea muy pronto”, ríe. Al igual que echa mano de los aperos y maquinaria de los vecinos de Briñas, villa de la que desciende, también se apodera de un rinconcito de la bodega Clos Ibai, en Elciego, donde trabaja para hacer sus pócimas desde hace cuatro años. Entre sus creaciones está un maceración carbónica de blanco que ha resultado ser un vino “anaranjado”, como le gusta decir, “porque tiene una tonalidad muy peculiar aportada por una viura vieja en ecológico procedente de uvas que le compro a un amigo”. También ha prensado el tempranillo tinto que saca de esas pequeñas parcelas y ya lo tiene embotellado a falta de conseguir las etiquetas para unas dos mil botellas.

Aunque en su agenda de 2022 mantiene sus habituales viajes al extranjero, Álvaro sigue con el arco cargado y apuntando con la flecha en la dirección de la vinificación. No sabe cuál será la diana donde aterrice la saeta pero sólo sabe que va a disfrutar de todo lo que esté por venir. “Porque tendemos a centrarnos mucho en las metas y poco en el camino que recorremos hasta alcanzarlas”.

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