El Rioja

Todo al blanco: la apuesta de Nivarius por la Rioja más autóctona

Maturana blanca, la apuesta de Nivarius por la Rioja más autóctona

Raúl Tamayo (izquierda) y Diego Sufrategui en Finca La Nevera, en Nalda | Foto: Leire Díez

La luz solar se dispersa difusa por el aire y tiñe de un ligero azul las peñas de Viguera. Al fondo actúan como dos grandes muros para separar la sierra de las llanuras regadas por el río Iregua. Para separar, además, la tierra de Rioja de otra tierra sin denominación. Ahí, en el límite amparado, crece una de las variedades más longevas de Rioja de las que existen registros, solo al cobijo de esta denominación, y cuya cuna se establece a las faldas del Moncalvillo, entre Sotés y Navarrete.

Será por eso que a la maturana blanca también la conocían en su día por el nombre de Ribadavia de Sotés, aunque esa denominación quedó ya en desuso. Si escuchamos las teorías, esta variedad autóctona llegó a España a raíz del Camino de Santiago, pero si atendemos a los estudios científicos, fueron los peregrinos visitantes de estas tierras y enamorados de sus vinos quienes sacaron del país las plantas para cultivarlas fuera. De padre tTraminer y madre castellana blanca, la maturana blanca surge de la polinización con las vides silvestres de cada zona, como ocurre con el verdejo en Rueda o el albariño en Rías Baixas. Con esos progenitores se abre las puertas a una variedad que da aromas densos y profundos, con un pH bajo, una acidez alta y muy glicérica.

De estas propiedades se hizo eco Nivarius en 2012, una bodega que marcó un antes y un después en la DOCa Rioja al ser la primera exclusivamente de elaboración de blancos. El precursor, Javier Palacios, se guio por los consejos de Pedro Vivanco y apostó todas sus cartas al blanco, que acabó siendo su caballo ganador. Aunque poco más tarde llegó Proelio (la bodega del grupo Palacios Vinos de Finca dedicada a tintos), Nivarius refleja un espíritu innovador regido por las ganas de crear sin los límites que pueda conllevar el tener que mantener una tradición ligada a una bodega histórica. Aquí no había cimientos familiares en el sector vitivinícola. Aquí estaba todo por hacer y explorar.

Raúl Tamayo, enólogo de Nivarius, en Finca La Nevera | Foto: Leire Díez

En un principio se apostó por plantar todas las variedades: tempranillo blanco, maturana blanca, garnacha blanca, sauvignon blanc, chardonnay y verdejo (a excepción de la viura, ya que había demasiada plantada en la denominación, por lo que trabajaron con viura vieja de proveedores). Pero en los últimos años Nivarius ha reenfocado el concepto de blancos y se ha centrado únicamente en variedades autóctonas: tempranillo blanco, viura y maturana blanca. Tan solo una cantidad “anecdótica” de garnacha blanca completa la lista. “Siempre en busca del mejor tipo de terruño que le conviene a cada variedad”, por eso el equipo recorre toda la geografía de Rioja, desde Nalda a San Vicente de la Sonsierra, haciendo parada en Badarán, Baños de Río Tobía, Tudelilla y, recientemente, en Elvillar de Álava, con el fin de extraer la singularidad de cada zona.

Pero es en Nalda, a más de 800 metros de altitud, donde cepas de maturana blanca plantadas en 2009 se extienden a lo largo de 14 hectáreas de laderas que conforman las fincas La Nevera y Las Arcas. Vides jóvenes que a la vez actúan como las más antiguas de Rioja. Qué irónico, pero es que la variedad no fue autorizada por el Consejo Regulador hasta el 2008, a raíz del estudio impulsado por Fernando Martínez de Toda y Juan Carlos Sancha en la Universidad de La Rioja donde se concluyeron sus buenos parámetros vitivinícolas. Antes siempre había estado vinculada a su escaso rendimiento, “pero lo cierto es que no se le había dado la oportunidad de demostrar lo que valía a la hora de elaborar vinos de gran calidad”.

Diego Sufrategui y Raúl Tamayo en Finca La Nevera, en Nalda | Foto: Leire Díez

Raúl Tamayo, al frente de la dirección técnica de Nivarius, y Diego Sufrategui, como responsable de campo, son quienes gestionan este proyecto de recuperación de una uva que se expresa mejor en cotas altas con exposición norte, buscando siempre una maduración lenta, y que ambos tienen claro que “dará que hablar” en los próximos años. Pero hay que saber encajar las piezas. “La maturana blanca nos ha enseñado la pluralidad de los terruños riojanos, que no todo vale en todos los sitios, y que con variedades minoritarias como esta podemos elaborar un vino de primer nivel como los grandes reconocidos a nivel internacional. Y lo que queremos contar es de dónde proceden esas uvas para que se entienda el vino que sale de ellas, porque no le debemos nada a nadie, no tenemos que seguir un perfil marcado o una tradición”, remarca Tamayo.

Y es ahí donde entran en juego los potenciales del subsuelo que tanto les gusta a esta pareja para explicar por qué aquí y por qué maturana blanca: “Estamos sobre un suelo joven formado por rocas de coluvión formadas por arena compacta que al caer de la montaña por erosión se han roto esparciendo la arena por la tierra. Es justamente eso lo que buscamos para la maturana porque la arena le aporta redondez a los vinos. Aquí apenas hay arcilla ya que ha bajado toda hacia la zona del valle, aunque hemos encontrado cierta capa a dos metros de profundidad al hacer las calicatas. Lo que sí encontramos en las rocas son vetas de cal por aquel monte blanco donde está la cantera de Viguera y esta caliza le da un punto más de estructura para crear vinos más amplios en boca. Además, son suelos pobres que nunca van a dar grandes rendimientos, por lo que la planta se equilibra de manera natural”.

Raúl Tamayo en la bodega Nivarius | Foto: Leire Díez

Y el resultado está en esos 97 puntos Decanter en 2020 con Nivarius Edición Limitada 2016. Un 35 por ciento de maturana blanca, elaborando tres toneles de 3.500 con esta variedad y otros seis iguales de viura sacada de las zonas calcáreas de la Sonsierra, de parcelas bañadas por los aires del Moncalvillo entre Sojuela y Medrano y otros corros a orillas del Najerilla, entre los términos de Camprovín, Cordovín, Badarán y Cárdenas. “Ambas uvas se complementan a la perfección, con la acidez que da la viura equilibrada con la maturana, una variedad más tartárica. Aquí un tempranillo blanco sería una ruina, con unos rendimientos de 2.000 kilos por hectárea, sobremaduro, sin acidez… En cambio lo que logramos así es un vino de poner en valor lo autóctono, algo auténtico que lleva aquí cientos de años. Para qué vender Sauvignon Blanc o Chardonnay si podemos comercializar algo propio que encima se adapta perfectamente a esta climatología y a los suelos. Además, le damos el tiempo de descanso que necesita antes de lanzarlo al mercado. Por ejemplo ahora estamos empezando con la añada 2017”, señala Sufrategui.

El equipo de Nivarius tiene clara su apuesta actual: “Viñedo joven para apostar por variedades como la maturana blanca o el tempranillo blanco y romper con una tendencia más industrial que ha acompañado a Rioja en los últimos años en la que todo el mundo ha plantado las mismas variedades con los mismo clones. Eso es una auténtica erosión genética porque se están perdiendo biotipos de variedades, no se ha mirado nada al suelo y su estructura y tipología y mucho menos a los portainjertos, primando aquellos modelos productivos de los 80-90, mientras que nosotros preferimos los que son más cualitativos o adaptados a suelos extremos, como 420A o 3.309”.

En una región vitivinícola de tintos donde cada vez tienen más cabida otras tonalidades embotelladas, Tamayo se atreve a decir que Nivarius no tiene competencia por el tipo de vinos que elabora, “algo prácticamente inusual porque en Rioja hay muchas fábricas que elaboran blancos jóvenes y baratos”. Y su compañero añade: “Aquí nos referimos muy poco a la bodega en sí y nos centramos en el trabajo de campo que marca la diferencia con el propósito de criar uvas que expresen una personalidad concreta”. Y entre tanto, sin salirse de su eje de blancos autóctonos, ya trabajan en un nuevo parcelario de Finca La Nevera, un cien por cien maturana blanca que envejecerán como los albariños: en depósitos de acero inoxidable durante tres años.

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