Se adentraban allá por el año 900 a.C. los primeros celtas en la Península Ibérica a través de la puerta de Roncesvalles, lugar de paso también, unos siglos más adelante, para las tropas romanas de Carlomagno. Pueblos que cruzaron aquella villa histórica para colonizar tierra y cultura en busca de riqueza y que pusieron a la localidad navarra en el mapa de derrotas y victorias.
Aquella ventana a las faldas de los Pirineos y a un paso de Francia la cruzaron también allá por principios de los 2000 el matrimonio norteamericano de origen irlandés formado por Francis y Kathleen Rooney. Emprendían así un viaje que, en su caso, no esperaban que también acabase en conquista de tierras y riqueza. Aunque sus pasos jacobeos llegaron hasta la Plaza del Obradoiro y la imponente Catedral de Santiago de Compostela, sus corazones se quedaron varios cientos de kilómetros atrás, concretamente en Rioja.
La de esta pareja llegada desde Washington DC fue una victoria en toda regla, pero con sudor y no con sangre. Y su asentamiento colonizado, Laguardia. Allí emprendieron en 2014 una búsqueda exhaustiva de viñedos viejos y en altura para embotellar, un año después, el patrimonio vitícola que nace de las laderas de localidades como Salinillas de Buradón, Cripán, Lanciego y Elvillar y del que quedaron prendados desde el principio, como si de un amor a primera vista se tratase. Y así es como de un viaje nació otro mucho más personal bajo la firma Bodega 202, un nombre que rinde homenaje al lugar de origen de sus creadores (202 es el prefijo telefónico de la ciudad estadounidense).
Este proyecto de 20 hectáreas de viñedo propio y 35.000 botellas comercializadas anualmente tiene, aún así, más protagonistas a sus espaldas. Aunque dirigido desde la otra orilla del charco, ahora ya con el hijo Michael Rooney al frente, las manos que lo amasan a diario son madrileñas y con residencia riojana. Todo fuera de lo tradicionalmente instaurado en cuanto a las bodegas de Rioja se refiere, sí, pero con el factor común de buscar la calidad sobre cualquier ‘terroir’. Porque fue exactamente el terruño y sus tiempos con lo que conectaron Francis y Kathleen a su paso por estos lienzos en tonos verdosos que ya comienzan a tornarse rojizos.
Al frente de la dirección técnica de la bodega, Luis Güemes, y como directora comercial y de marketing, Marta Ortiz-Arce. Ambos pareja que, al igual que los pueblos colonizadores y el matrimonio Rooney, emprendieron su propio camino persiguiendo un sueño: «Formar parte de un proyecto, personal y no profesional, emocionante que nace bajo una filosofía de búsqueda constante de la calidad y la singularidad y que, además, parte desde cero para poder crear y desarrollar a nuestro gusto. Fuimos capaces de dejar toda una vida atrás para descubrir el alma que sostenía esto y acertamos».
Luis es otro enamorado de los viñedos de Rioja. Ingeniero agrónomo y enólogo, fue en quien Francis y Kathleen depositaron su confianza para dejarle hacer «vinazos» a miles de kilómetros de distancia. Y de la mano se llevó en 2016 a Marta, ingeniera de montes especializada en agricultura ecológica, hasta Laguardia, para gestionar la labor comercial y promocionar esta bodega ‘boutique’ de apenas 13 depósitos (solo elaboran cinco de las 20 hectáreas de viñedo). La primera vendimia fue la de 2015, sacando a la luz Aistear y Ansa en 2018, que significan «el viaje» y «el más querido» en gaélico, en homenaje a los vínculos irlandeses de los fundadores.
«Unos vinos de Autor muy versátiles que reflejan a la perfección el recorrido hecho hasta ahora. Sobre todo en el caso de Aistear, que refleja un viaje que iniciamos regularmente en cada vendimia, cuando recorremos cada una de las 16 parcelas para buscar pequeños tesoros escondidos. Ya no es seleccionar parcelas, sino elegir cachitos especiales de estas, yendo a cabezadas porque ahí el suelo es más pobre y la uva, más concentrada. Y te puedes imaginar el follón que conlleva mover a los vendimiadores de una parcela a otra… ‘¡Todo por los caprichitos del nene!’ dicen», ríe el enólogo. Y para caprichos los que aplica en la elaboración de Ansa: «Trabajamos con unos depósitos diferentes para extraer las semillas del tempranillo que solo aportan aromas verdes y astringencia al vino y que devalúa el producto. Trabajo extra, sí, pero todo con un claro fin».
Y aunque la filosofía de Bodega 202 se consolida bajo cepas viejas en altitud, el propio viaje de Luis y Marta les ha llevado a crear algo propio que se escapa de esos cánones, pero intentando reproducir la calidad de las viñas viejas en un viñedo joven a través de un clon de tempranillo «de producciones ridículas pero con unas uvas con mucho potencial». Finca La Bonita la llaman, ahí, sobre una ladera de cepas que en pocos días se llenará de cajas y corquetes y que tiene de compañía un salvaje jardín de plantas aromáticas que pronto se convertirá en una terraza de visitas.
Ahí plantaron en 2017, junto a los dos viñedos mas viejos de Kripán que un día la familia Rooney compró a un viejo viticultor de la zona, una parcela en un balcón con vistas de envidiar a pequeñas viñas que respetan la orografía de un paisaje que está en su máximo esplendor. «Y en ese momento nos sentimos realmente bien. Habíamos doblado el lomo como nunca jamás nos imaginamos que lo haríamos, pero después de todo un proceso nos quedamos con la sensación de que habíamos creado algo nuestro que iba a perdurar durante mucho tiempo en estas tierras», recuerda Luis mientras prueba uno de los granos de esos escuetos racimos y se tiñe de morado lengua y dedos. Entre manos ya tiene una nueva botella que llegará desde las laderas de Rioja Alavesa y llevará por nombre Fana, «colina» en gaélico.
De vuelta a su bodega «garajera», como les gusta llamarla a esta pareja porque se asienta en dos naves industriales, el arte también abunda en la pequeña sala de barricas. «Aquí se trabaja con una paleta de colores», donde cada parcela va a un depósito que luego de ahí se reparte a diferentes barricas de un amplio abanico de tonelerías y, por tanto, con diferentes influencias en el vino. «De ahí la gama que diseñamos a partir de unos colores primarios y que luego combinamos para crear verdaderas joyas aromáticas en busca de fruta, frescura y complejidad en función del tipo de vino que queramos sacar», define Marta. Tanto Aistear como Ansa son vinos de Autor, «porque aunque podrían salir como Crianza o Reserva no queremos atarnos a los límites que marca la DOCa Rioja para llevar esas etiquetas, así que lo sacamos como genéricos aunque duerman rodeados de madera durante bastantes meses».
Sin embargo, su última creación ideada durante el confinamiento responde a las exigencias de un mercado que demanda una etiqueta tradicional y reconocible que no encontraba en la de Autor. «Así que sacamos nuestro Crianza 2017 como una forma de acercarnos más al público general, siendo este un vino muy fácil de beber. Tan fácil que lo llamamos El Peligroso. Aunque para mí sigue siendo un Crianza de Autor», matiza Marta, una mujer que con sus vinos intenta hacer un guiño a esa mayoría de consumidores que no viene del mundo del vino, al igual que ella, y que aún así lo disfrutan igual.
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