La Rioja

La berrea da comienzo en los montes de Viniegra de Arriba

Basilio Sáinz Elías

Son las siete de la tarde en las calles de Viniegra. Quedo con Enrique Esteban, vecino y cazador, así como gran conservador de la naturaleza desde su niñez, ya que siguió los consejos de Marcos, su padre, que le introdujo la caza en las venas desde la juventud. Comenzamos la subida al Castillo de Añiquete (1.844 metros) por caminos estrechos llenos de zarzas con cantidad de moras y escaramujo con su fruto rojo.

En una explanada, una bandada de perdices rojas se percata de nuestra presencia y levanta el vuelo en caída, a gran velocidad, con su rápido aleteo, para después levantarse y cambiar de loma.

En los montes de enfrente suenan dos tiros de rifle, el eco se transmite por toda la sierra y le pregunto a Enrique sobre su procedencia: es la “caza al rececho” que se autoriza para mejorar la raza eliminando los animales que tienen deformaciones en la cornamenta o tienen algún problema físico.

El sol se oculta por el horizonte, la temperatura baja de forma súbita y un ciervo se recorta con sus cuernos en actitud desafiante, bramando por la supremacía en la manada. Desde una choza de piedra en forma circular, que antiguamente servía de refugio para las tormentas, divisamos un grupo de hembras de ciervo, comen placidamente las primeras hierbas del otoño en las explanadas, un venado con una cornamenta de cinco puntas brama desde los retamales no muy lejos de ellas, en los montes de enfrente otros machos contestan como un coro organizado, la noche será larga y el desafío es constante entre los machos.

Bajo un roble, un ciervo joven come bellotas y pasta hierba, sin hacer caso al semental dominante, que rodeado de las hembras sigue bramando hasta entrar en una ronquera y estirando el cuello para agudizar el sonido lo más largo y profundo posible.

Con los prismáticos vemos un jabalí, que con su andar rápido y su desconfianza se aleja de nosotros a marchas forzadas.

La tarde ha sido plácida, la noche envuelve los animales en la oscuridad, solo oímos los bramidos, ya no alcanzamos a ver nada. Enrique, con su experiencia, todavía me indica que en esa loma hay un ciervo con varias hembras, yo no consigo divisarlas. Emprendemos el regreso a Viniegra. En el descenso un zorro pasa a unos cien metros de nosotros, lleva el rabo blanco levantado, le pregunto sobre el color de la cola y Enrique me dice que es un macho. En el fondo del valle vemos el pueblo, cuyas farolas cálidas nos indican que es hora de volver.

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