Crisis del Coronavirus

“Pasamos de ser héroes en la primera ola a ser culpables en la segunda”

Yolanda, Aure, Ana Rosa y María Teresa son trabajadoras de la residencia ‘Los Manitos’ de Calahorra

Yolanda Bardillo lleva más de año y medio sin ver a su madre, incluso le negó por activa y por pasiva su positivo por COVID hace unos meses para evitarle el sufrimiento. Durante meses su día a día era ir del trabajo a casa, evitar los contactos sociales para no llevar el virus a su lugar de trabajo. “No quería ser la responsable de que alguno de los abuelos pudiera pasarlo mal, no quería ser la que la líase”. Yolanda es una de las muchas trabajadoras (mujeres en su gran mayoría) de residencias de mayores de La Rioja, uno de los lugares en los que se vivió la peor situación de la pandemia. En las tres primeras olas todo era oscuridad, silencio. Allí la enfermedad y la muerte camparon a sus anchas a pesar del esfuerzo titánico de sus trabajadores.

Llegaron los aplausos en la primera ola, pero en las siguientes se sintieron culpabilizados, señalados, tuvieron la sensación de ser criminalizados porque dio la sensación de que el virus entraba a través de ellos a los mayores. 300 muertos, miles de contagios y millones de lágrimas después la situación cambió con la vacunación. Aún así la tensión no se ha ido de su trabajo. Sigue igual que las mascarillas FPP2. Nadie sabe cuándo ni una ni las otras dejarán de ser compañeras de viaje.

Y para muestra, el brote conocido este sábado en la residencia ‘La Estrella’ de Logroño con doce positivos tras un contacto de un residente con un familiar que se había contagiado previamente. La vacunación ha convertido en síntomas leves y buenas condiciones lo que antes eran situaciones críticas y muertes. El poder de la ciencia. Hablamos con Yolanda, Aure, Ana Rosa y María Teresa, trabajadoras de la residencia ‘Los Manitos’ de Calahorra. Las cuatro han vivido de primera mano, ola a ola, las diferentes sensaciones en cada momento.

“Ha sido un año extremadamente duro. Al principio, todo era desorientación. No sabíamos a lo que nos enfrentábamos. No teníamos suficiente material y sin embargo en nuestra residencia no tuvimos casos entre los residentes”, cuenta Ana Rosa. “Todo el mundo hablaba de que la residencia había hecho las cosas muy bien, pero nosotros sabíamos que era cuestión de suerte. Estábamos seguros de que los que habían tenido contagios lo habían hecho igual de bien o de mal que nosotros y estábamos convencidos de que cuando entrase iba a arrasar, como había pasado en las demás”, añaden las cuatro sobre las sensaciones de esa primera ola.

El silencio. El absoluto silencio que se convirtió en absoluta tristeza con los abuelos metidos en sus habitaciones sin salir. Es una imagen que ninguna olvida. “No sabíamos si alguna vez volveríamos a la vida anterior a la pandemia. Fueron semanas muy duras. Veíamos cómo los abuelos iban perdiendo sus facultades físicas. Hemos tenido que hacer un trabajo importante de estimulación posterior porque algunos dieron un bajón importante”.

Llegar al trabajo era enfundarse un EPI y no parar en todo el día. “Había días que las horas se hacían eternas. Parecía que el día no se acababa nunca a pesar de no parar ni un solo minuto”, detallan. Ana Rosa llegó a perder tres kilos en las primeras semanas de la pandemia. “Había días que veías por los pasillos a compañeras con crisis de ansiedad. Es lo más duro profesionalmente que hemos vivido en nuestra vida”.

Pero el peor momento de la residencia llegó en el otoño de 2020 con la segunda ola. Empezaron los contagios de los mayores y también de los trabajadores. “Hubo un día que llegamos a tener hasta 35 personas de baja, un tercio del personal habitual con el que no podías contar y una residencia que se había convertido en un hospital”, reconoce Maria Teresa, directora del centro.

Cada semana se hacían test PCR en el patio de la residencia y una enfermera daba el “ok” a la entrada o no de trabajadores. “Recuerdo ese día perfectamente: entran todas menos Yolanda. No me lo podía creer. No había hecho nada. No había tenido contacto con nadie que no hubiese sido de la familia. Ahí me quedé esperando que mi marido viniese a buscarme para llevarme a casa”, recuerda.

“Al principio era una tos, pero de la noche a la mañana los mayores empezaban a ponerse malitos de verdad y con el personal reducido a la mínima expresión no dábamos a basto. Tuvimos una reunión con la Consejería y pusimos encima de la mesa todas las necesidades que teníamos. Al día siguiente, todo cambió. Se trabajó conjuntamente con los hospitales y empezamos a respirar”, explica María Teresa.

“Había días que no nos daba tiempo ni a coger los teléfonos. Sabíamos que al otro lado había seguramente un familiar preocupado, pero es que no nos daban las horas y los que realmente necesitaban nuestro tiempo eran los residentes”, comenta Aure. Entonces llegó ese momento de sentirse culpables. “Alguna familia nos echó en cara que éramos nosotros los que habíamos metido el virus. Fue muy injusto porque llevábamos más de seis meses sin hacer vida para evitar que los contagios entrasen en la residencia”, cuentan.

Unas semanas después volvieron los aplausos. Entonces no fueron grabados ni compartidos por la ciudadanía. Eran sólo suyos. Cada vez que un abuelo volvía del hospital, cada vez que un positivo negativizaba… Más tarde llegó la vacunación. La tabla de salvación en la que agarrarse.

Aún así, echan de menos alguna cosa. “Creo personalmente que la vacunación en estos centros debería ser obligatoria. Hay personas que se han negado y temblamos cada vez que uno de esos residentes tose un poco”, apunta María Teresa. Por lo demás, las vacunas les han hecho estar un poco más tranquilas. “No hay relajación. Estamos con mil ojos para seguir evitando contagios y ahora tenemos que estar pendientes de las visitas. A veces se nos olvida que aunque los abuelos están vacunados pueden contagiarse”.

Pese a que el sonido ha vuelto a las residencias como la de ‘Los Manitos’, la vida aún no es normal. Sin embargo, sí se parece mucho a la que se vivía antes. Las risas y los paseos han vuelto. La oscuridad y el silencio ya sólo es un mal recuerdo al que ninguna quiere volver.

Subir