CARTA AL DIRECTOR

Gracias por tanto, Pablo

El pasado jueves, nuestro querido teatro Bretón de los Herreros quiso abrir sus puertas a un riojano ilustre y a cuantos tuvimos la suerte de acompañarle. Nada más y nada menos que el día de San Bernabé, patrón de la muy noble y muy leal Ciudad de Logroño, en el 500 aniversario del asedio que mostró el valor y la heroicidad de nuestros precursores.

El acto también fue leal, y no es menos cierto que desprendiera nobleza, porque el carácter sobrio, seguro, sosegado, brioso, emotivo y técnicamente trabajado de Pablo Sáinz de Villegas, cuyas manos sostenían y mostraban a las plateas un instrumento de madera y metal, de nácar y nylon, de sedoso y apasionado sonido, habló de esa historia y de lo que nos une. Quiso hacer acto de presencia, digo, su apreciado virtuosismo y su cercanía en las postrimerías de una tarde nueva y vieja. Nueva por las circunstancias. Vieja por su tradición. Y es que Pablo nos dirigió con torería en sus palabras lo que su guitarra estaba decidida a cantar: el homenaje a las víctimas de una pandemia infame que todos deseamos dejar atrás cuanto antes.

Se hizo la sombra sobre el público y el artista reclamó con sosiego una luz de velas. Estaba dispuesto a transportarnos a las soirées románticas de Granados, de Tárrega y de Albéniz, e incluso invitó a la fiesta al maestro Joaquín Rodrigo. De sus dedos emanaba la voz popular con reminiscencias andaluzas de la danza española número 5 y la melancolía de la número 10; vivimos con simpatía y emotividad el Capricho Árabe, la Lágrima, Adelita y Recuerdos de la Alhambra; recordamos con él a quien afirmó que “los hombres seremos sonidos en el paraíso” y completó la belleza de tal afirmación con su concierto de Aranjuez; nos subimos a una Torre Bermeja (“la que cada uno elija en su pensamiento”, Pablo dixit), paseamos por Mallorca y completamos el viaje por Asturias. Pero entre vibratos y glisandos, entre trémolos y arpegios, entre ligados y punteos, la voz de Pablo se alzó para recordar que somos humanos y que a veces erramos. Y recordó a Plácido. Y recordó que la música une lo que otras cosas tal vez desunen.

Pablo terminó su repertorio y el pueblo abrazó su arte. Al aplauso final siguieron dos bises: Romance anónimo y la Gran Jota de Tárrega, intensamente aclamada por el público. No había vuelta atrás: el guitarrista y su humilde instrumento habían regresado. El músico logroñés, patrimonio internacional, puso en pie una vez más a la patulea. Un hijo de Logroño había vuelto a nuestra ciudad y abrazaba con romántica elegancia a su madre y a su pueblo. Gracias por tanto, Pablo. Gracias por todo, Logroño.

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