El Rioja

Palacios Vinos de Finca, al rescate de la singularidad orográfica de Rioja

Raúl Tamayo, enólogo de la bodega (izquierda) y Diego Sufrategui, responsable de viñedo

El Grupo Palacios Vinos de Finca se entrega a la categoría más ‘Singular’ de Rioja con cuatro viñedos distribuidos por diferentes parajes de La Rioja en busca de esa excepcionalidad orográfica, tres de ellos sobre las bases de Proelio, su bodega de tintos, y el otro en Nivarius, la primera bodega de la Denominación exclusivamente para blancos. Desde Baños de Río Tobía, con Valdesabril, pasando por Badarán y La Canal del Rojo, y llegando hasta Tudelilla, donde se halla Los Alardes. La última parada, en el término de San Vicente de la Sonsierra muga con Rioja Alavesa.

Allí, Proelio Puerto Rubio se erige sobre una ladera con un 20 por ciento de pendiente donde conviven cepas de tempranillo, principalmente, con alguna que otra de viura. La edad de este viñedo, parte de él plantado al cuadro, va desde los 36 hasta los casi 80 años y su verdadero potencial se asienta en los diferentes estratos del suelo, donde la cal es la mejor aliada para esta variedad tinta. Un terreno que fue adquirido por la bodega hace dos años a un proveedor por su singularidad que ya venían estudiando anteriormente.

“Tenemos muy estudiada la tipología de los suelos de nuestro viñedo y separamos por texturas a través de un mapeo de la conductividad electromagnética para analizar la arena, la arcilla y el limo. A partir de ahí, buscamos la expresión del terruño en la tipología del vino. En el caso de Puerto Rubio, este viñedo tiene una parte superficial de cantos rodados antes de comenzar con la roca madre caliza. La cal aporta al vino esa estructura, redondez y profundidad, así como persistencia, frescura y longevidad en el tiempo”, destaca el enólogo de la bodega asentada bajo las peñas de Viguera, Raúl Tamayo.

Raúl Tamayo posa sobre el chozo de piedra que da nombre al Viñedo Singular de San Vicente de la Sonsierra.

A su lado, el responsable de campo en Palacios Vinos de Finca, Diego Sufrategui, desciende por uno de los renques de cepas del viñedo que lleva por nombre el término donde se ubica y también el del antiguo chozo de piedra que se luce a escasos metros, a los pies de la carretera entre San Vicente y Baños de Ebro: “Ya antes de obtener la denominación de ‘Viñedo Singular’ la vinificación de estas viñas tan especiales se hacía por separado porque año tras año se han comportado de manera muy similar bajo unos condicionantes para ser grandes viñedos. Pero también consideramos beneficioso hacer gala de esta herramienta de diferenciación”.

Aseguran que “hay potencial” para sacar muchos más viñedos bajo esta distinción de Rioja, pero han focalizado sus esfuerzos en estos cuatro parajes “con alma”. Aunque ambos viñedos se encuentran en tierras de Alto Najerilla, poco tienen que ver los suelos donde se erige la viura de Valdesabril con los de las garnacha de La Canal del Rojo. El primero lo componen cepas centenarias sobre una arena descompuesta en la cima de una colina y son cepas de cien años trabajadas con caballos, mientras que el otro nace de suelos arcillo ferrosa degradada y piedras angulosas depositadas por arrastre en la superficie.

Diego Sufrategui junto a una de las cepas octogenarias de Puerto Rubio.

“Vamos comprando lo que el viticultor no quiere porque apenas le da rentabilidad, pero que sin embargo aporta gran riqueza a nuestros vinos”, asegura Sufrategui. “Mientras el agricultor se centra en la superficie, observando el terreno y el comportamiento de las uvas, nosotros bajamos al subsuelo. Practicamos una calicatas abriendo agujeros a dos metros de profundidad para conocer qué tipología de suelo nos va a ofrecer ese viñedo y qué vinos vamos a poder obtener de ahí, porque hay que tener claro que la planta tiene mucho más desarrollo radicularmente que aereamente”, añade Tamayo.

Concretamente, de Puerto Rubio seleccionan los mejores racimos, aquellos que están en lo más somero, buscando las laderas, vendimiando en cajas de forma manual y obteniendo una producción de unos 3.000 o 4.000 kilos por hectárea. “El año pasado, en cambio, el contador se quedó en cero. El mildiu pegó muy fuerte en este viñedo, que lo teníamos en ecológico aunque sin certificar. Así que ante inclemencias meteorológicas similares en años posteriores tendremos que usar algún tratamiento, porque no se puede hipotecar la producción por un tema filosófico. Hay que asegurar la vinificación”, asegura el enólogo.

El etiquetado influye, pero esta pareja de Palacios apuesta por un camino hacia los vinos genéricos: “Creo que es el futuro porque el etiquetado de genérico te permite una mayor flexibilidad a la hora de elaborar. No tiene sentido que un crianza tenga que tener doce meses en barrica si el vino va a estar peor. En el caso de Proelio Puerto Rubio, si nos regimos a sacarlo como crianza seguramente estropearíamos el vino porque este se elabora en barrica de 500 o 600 litros y luego va a hormigón y fudre de madera de 3.500 litros. A veces el tener las menciones te condiciona mucho la vinificación”.

Bajo el paraguas de reflejar el territorio en los vinos, Tamayo incide que la apuesta principal de la bodega es trabajar con las variedades autóctonas de Rioja. “Hemos desarrollado un estudio de conocimientos de terruño por toda La Rioja y hemos llegado a la conclusión de qué tipo de suelos son aptos para determinadas variedades. Así, en el Alto Najerilla buscamos esas garnachas y la viura, porque ya antes hemos elaborado con tempranillo y no transmite terruño a los vinos, mientras que funciona mucho mejor en esta zona de San Vicente”.

Por otro lado, en la zona de Albelda en la que se asienta la bodega la maturana blanca adquiere gran importancia gracias a los suelos arenosos que se dan y al factor altitud. “Esta variedad creo que todavía está por descubrir en Rioja”, apunta el vinificador. Se refleja así un proyecto atípico de una bodega que prima ante todo la búsqueda de unos viñedos privilegiados, “estén donde estén”, huyendo de ese concepto bordelés de ‘chateau’ por el que otras muchas firmas han apostado.

Por eso la campaña de vendimias en Palacios Vinos de Finca se prolonga durante 40 días solapando la vendimia de tintos y de blancos, “porque abarcamos todas la variedades de Rioja y a la vez que estamos en San Vicente de la Sonsierra recogiendo el tempranillo, vendimiamos las maturanas en Nalda, algo que nos diferencia de cualquier bodega de la región”. La última adquisición, un viñedo a los pies de la Sierra Cantabria, en el término de Elvillar y a 700 metros de altitud cuyo suelos esperan que se comporte muy bien para el tempranillo tinto recién plantado: “Queremos que este sea el pulmón del tempranillo tinto de calidad de la bodega”.

Ya el pasado año se adentraron en la selección de individuos de garnachas centenarias del Alto Najerilla valorando su madurez, productividad y análisis sensorial para injertar sobre los mismo portainjertos que se usaban en su día. El objetivo, desarrollar una familia de garnachas como las que se plantaban hace cien años “en una especie de ejercicio de solidaridad con los que vuelvan a elaborar esas viñas en los próximos años”. Un ejercicio de alejarse del afán de producir en volumen frente a la búsqueda de una producción de calidad.

Subir