Toros

Juanito Apiñani, el torero calagurritano que inspiró a Goya

Imagínese por un momento, querido lector, participando en un concurso televisivo. O peor aún, en una conversación entre amigos en la que quiere demostrar una vasta cultura pictórica y se lanza a citar cinco famosas obras de Francisco de Goya. Vamos allá: una, ‘La maja desnuda’ (recurrir ahora a la vestida daría sensación de ineptitud); otra, ‘Duelo a garrotazos’; ‘El 3 de mayo en Madrid’ y ‘El quitasol’.

Vale, queda una para completar este colorido quinteto y no sería muy descabellado citar “el de la garrocha”, que, en realidad, se titula ‘Ligereza y atrevimiento de Juanito Apiñani en la plaza de Madrid’. Quizá usted no sepa que ese valiente y habilidoso torerillo era natural de Calahorra, y tampoco que perteneció a la familia más numerosa de toreros de aquella segunda mitad del siglo XVIII.

Los hermanos Emeterio, Gaspar, Juan, Manuel, Pascual y Santiago, nacidos todos ellos en Calahorra, formaron la saga de Los Apiñani, a veces llamados Apiñániz o Apillániz. A decir verdad, los que más lejos llegaron fueron Manuel y Juan. El primero, apodado ‘El Tuertillo’ o ‘El Navarrito’, alcanzó notable fama como jefe de cuadrilla, toreando en Pamplona, Zaragoza y Madrid entre los años 1750 y 1770 con notable regularidad. Falleció por asta de toro durante una actuación en Ceuta en 1772.

Por su parte, Juan fue banderillero y actuó a las órdenes de su hermano Manuel, Juan Romero o el famoso torero Martín Barcaistegui ‘Martincho’, pasando a los anales de la historia y del arte al ser pintado en plena realización de sus funciones toreras por Goya.

El aguafuerte que hoy llama nuestra atención forma parte de la colección ‘La Tauromaquia’, compuesta por 30 obras en las que Goya plasma su afición a la fiesta de los toros y su reconocimiento a la valía del ya citado ’Martincho’ o a la aguerrida forma de entender el toreo del picador americano Ceballos. La desgraciada muerte de Pepe Hilo en Madrid o cómo se perfilaba Pedro Romero para ejecutar la suerte suprema conviven con otras estampas que acercan una tauromaquia primitiva, tan ruda como apegada a las costumbres campestres del siglo XVIII.

De hecho, el salto de la garrocha tiene su origen en los fecundos regadíos riojanos, pues además de ser la herramienta clave para aguijar a los bóvidos de tiro, servía, usada de pértiga para saltar las acequias y moverse rápidamente, sin mucho esfuerzo, por territorios entrecruzados entre canales, alfagras y cuérnagos. Juanito, con ese salto ante las astas de la res, viene a demostrar una valía y una destreza que va más allá del verguear las fértiles riberas de su Calahorra natal para orgullo de sus paisanos y fuente de inspiración de Goya.

Este grabado data de 1815 y viene a poner de manifiesto lo mucho que debió impresionar el riojano a Goya, pues Juan Apiñani se retiró del toreo en 1777. Esta vistosa suerte, plasmada por Goya en su vejez y habiendo disminuido notablemente su trabajo como pintor de cámara, cayó en desuso por la influencia de la escuela andaluza, apoyada en las suertes practicadas con capa y en las que se expresaba la naturalidad civilizada del hombre en contraste con la salvaje bravura animal, tan opuestas a suertes de arraigo rural, como esta de la garrocha.

La luminosidad, la frugal sombra proyectada por toro y torero en una arena radiante o cómo el público se refugia bajo una sombrilla y se comprime en el tendido de sombra nos hace pensar que la función taurina del momento se celebraba en torno al mediodía una jornada estival. El dibujo preparatorio nos presenta un toro más cuajado y menos fino delante de un tendido de sol abarrotado. En ambos, la total verticalidad del palo muestra el momento álgido de la suerte, previo al golpe de la testuz del animal con la madera y el descenso del intrépido torero.

Los archivos de Pamplona y Zaragoza guardan datos de los emolumentos que recibía esta familia de toreros riojana por sus actuaciones. Así, por ejemplo, se sabe que Juan Apiñani recibió 128 libras por torear a pie 4 corridas en las fiestas de Zaragoza de 1765. Cuál sería el IPC de la época o el caché que fue acumulando el riojano que en 1768 percibió 41 libras por una tarde y 60 libras por su actuación al año siguiente. Resulta curioso conocer que un picador del momento cobraba 80 libras cada tarde.

Y ahora llega Morante de la Puebla, el principal exponente de la escuela andaluza en estos tiempos, y echa por tierra buena parte de este artículo, pues se le ha visto intentando recuperar esta suerte de la garrocha. Eso sí, la res, poco o nada tiene que ver, por hechuras y defensas, con las que el calagurritano Juan Apiñani deslumbraba pértiga en mano. Vean, vean; dentro vídeo:

Subir