Crisis del Coronavirus

La vacunación que llama al timbre

La vacunación que llama al timbre

Son las once y media de la mañana en el Centro de Salud de Calahorra. Hay gente haciendo trámites en la centralita, una enfermera baja un documento a un paciente que espera en el hall de entrada. El silencio no es abrumador como parecería esperar. Dos niños con sus madres esperan a las puertas de pediatría y un puñado más de pacientes esperan a que su médico les pueda visitar en la segunda planta. En la tercera, en la consulta 38, se oye algo más de revuelo. Son Celia, María y Julia, quienes buscan en un armario algo que parecen necesitar.

Celia es la responsable de Enfermería del Centro de Salud calagurritano. La sonrisa se le intuye a través de la mirada. La doble mascarilla no nos permite verla, pero es más que evidente. Hoy se celebra un hito más en la vacunación en la zona: se vacuna a las personas que por diferentes motivos no han podido ir a los llamados vacunódromos. En Calahorra, el pabellón Europa. “En la mayoría de los casos son personas que no pueden salir de casa desde hace mucho tiempo, aunque algunos a los que acudimos a sus domicilio para otras cosas hicieron un esfuerzo y se presentaron allí, cosa que hemos agradecido. Otros son porque en ese momento puntual no pudieron por motivos médicos y una mínima parte es porque no se pudo contactar con ellos”, cuenta.

Entre unas cosas y otras son un buen puñado de abuelos de más de 70 años que aún no están vacunados por un motivo u otro. “Desde Logroño nos mandan el listado de los que no tienen constancia que se hayan vacunado y aquí tenemos la labor de confirmar uno por uno que no se han puesto la vacuna. No porque no hayan querido, sino por alguno de estos motivos”, explica.

Una vez que están todos localizados se empieza a gestionar su vacunación. “Estamos intentando que sean entre diez y quince cada mañana. Hay que tener en cuenta que además de este trabajo tenemos que realizar nuestras consultas diarias e ir a otras casas a hacer curas o visitar a los enfermos”, explica.

Mientras, María y Julia van haciendo un listado de cabeza de todo los que necesitan para salir a la calle: algodón, suero, las pantallas… Celia no recuerda a muchos mayores de 70 que se hayan negado a ponerse la vacuna. “La gente está deseando”, asegura. Ellas también han estado trabajando en las grandes vacunaciones de días anteriores en la ciudad y saben a la perfección las caras de ilusión que se van a encontrar en cada una de las casas.

Para hoy, vacunas de Pfizer y Janssen. Unas son naranjas, las otras azules. Aquí no vale ni el más mínimo error. “Hoy llevamos dos porque vamos a poner a algunos grandes dependientes la segunda dosis de Pfizer. A los mayores de 70 que tienen problemas para salir de casa, la de Janssen”, detalla. El protocolo cambiará. “Ahora lo estamos haciendo así para no movernos tantas, pero a partir de la semana que viene será cada enfermera la que se ponga en contacto con su paciente y la que vaya a ponérsela”, adelanta.

Saben que los mejores vacunódromos son los centros de Salud, pero también entienden la decisión del Gobierno de La Rioja. “Lo importante en esta primera fase es vacunar al mayor número de personas en el menor tiempo posible. Ahora ya a los que quedan nos encargamos nosotros con un protocolo similar al que utilizamos para la vacunación de la gripe”.

Miramos las especificaciones de Janssen. “Fíjate, tienen una fiabilidad de entre el 95 y el 100 por cien para los más mayores y del 82 por ciento para los mayores de 65. Es una vacuna excelente”, dice. “Además tiene dos ventajas más: la evidente que es una sola dosis, lo que supone ir una única vez a casa del paciente. Además, se puede transportar mucho mejor que las que teníamos hasta ahora”.

Las vacunas han llegado esa misma mañana al centro de salud. “Nosotros aquí no tenemos vacunas. Pedimos las que tenemos pensado poner en el día y nos llegan desde Logroño”, señala.

Con todo ya preparado bajamos las escaleras del centro hasta la calle pasando por la zona de Urgencias que es donde Celia tiene el coche aparcado. “No tenemos coches del trabajo, así que lo tenemos que hacer con el nuestro”, explica. “Lo peor es encontrar sitio para aparcar, por eso vamos tres, una realmente solo va de taxista para no tener que ir buscando aparcamiento en cada una de las casas”, detalla. A veces se han encontrado con una multa en el parabrisas; gajes del oficio.

Están a todo. Las vacunas van delante para salvaguardarlas de movimientos bruscos. Saben perfectamente que hoy no se puede pasar por la calle Achútegui de Blas porque está el mercado semanal. Vamos a la calle Paletillas. Es peatonal y hay que aparcar un poco más lejos, imposible encontrar aparcamiento. Lo hacen en doble fila al lado de unos contenedores y una se queda pendiente del volante. “Si hay que retirarlo porque molestamos lo retiras, nos va a costar diez minutos”.

Celia sale del coche. La deformación profesional hace mella en los sanitarios. Se va fijando en quién lleva mal puesta la mascarilla, en quién fuma a menos distancia de la debida… Llama al timbre: ¡Vacunación!. La vecina que entra a la vez en el portal la mira extrañada. La puerta está abierta, casi esperan con los brazos abiertos a la vacuna. “Es muy importante que en estos casos esté siempre el cuidador, porque hay en casos en los que la persona no puede salir ni a abrirnos”, recomienda.

Alicia tiene 83 años. Su marido Maxi ya lleva vacunado algunas semanas, así que tenían ganas de que ella pasara también por el pinchazo. Además le toca Janssen. “Con uno ¿ya está?”, le pregunta a Celia. “Efectivamente, con uno ya está”, le contesta ella. “Y ¿cuándo podré dar un abrazo a mis amigas?”, le pregunta de seguido. “Eso hasta que no estemos vacunados al menos el 70 por ciento de la población es mejor evitarlo”.

Alicia se sienta en el sofá de casa y Celia le explica todas las posibles contraindicaciones leves que puede tener. “Te va a doler el brazo, pero si tienes fiebre toma un paracetamol y si en la zona del pinchazo notas calentamiento, lo mejor es ponerse una bolsa de guisantes del congelador en la zona” -¡benditas bolsas de guisantes!-. A Alicia le ha cambiado la cara. Amante del tenis hasta hace pocos años, acaba de dar el revés de su vida. En pocos días le habrá ganado el partido particular a la pandemia.

Después de los diez minutos reglamentarios de espera, Celia sale por la puerta. Nadie ha hecho que sus compañeras tengan que quitar el coche que sigue aparcado en el mismo sitio. Se monta y se embadurna bien las manos con gel hidroalcohólico. Ahora toca en Achútegui de Blas. Cerca hay dos viviendas en las que hay que vacunar y cada una de las enfermeras irá a una de ellas a repetir el proceso. Hoy serán en torno a quince domicilios y poco a poco, sin pausa, irán vacunando a todos los mayores que no pudieron ir a su cita con la vacuna. Con esfuerzo, con trabajo intenso pero con la convicción de que es la única manera de que esto acabe lo antes posible. Los mayores ya lo están consiguiendo. Los demás iremos un poco después.

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