CARTA AL DIRECTOR

Sangre y arena

“A ustedes señores míos, nuestros dignos mandatarios, vengo a aclararles un punto que es necesario aclararlo…”. Los amantes del flamenco reconocerán en ese verso la voz rota de Manuel Molina clamando justicia y bien podría ser esa nuestra voz, y aquel nuestro clamor.

Decir que los bares cumplen una importante labor social sería como ponerse el disfraz de Paulo Coelho y pretender adoctrinar a las masas en Facebook. Y eso se me antoja excesivo, ¿verdad? Pero, retrocedamos con la memoria y recordemos cuántos momentos importantes de nuestras vidas transcurrieron en ellos… En aquel bar frente al ‘insti’ donde nos jugábamos las clases; y en ese donde tomábamos el pincho de tortilla a media mañana (¡con picante, por favor!); y ese otro en el que cenábamos aquellos bocadillos tan buenos; y aquél tan escondido donde llevábamos a la chica que nos gustaba a tomar esos cafés que duraban tardes enteras, entre sonrisas y miradas de complicidad. Y las fiestas de los pueblos, cómo hemos bailado cerveza en mano con aquellas orquestas… ¿Y cuántos San Mateos vividos y bebidos? Y las tapas… ¡Anda que no presumimos con los forasteros de nuestra Calle Laurel, San Juan, etc.! Y esos vermús toreros, tan nuestros, a los que siguen unas buenas copas en una terracita. Porque, desde luego: “Copas como las que ponen en Logroño, no se encuentran por ahí”.

Esos conciertos, y los chupitos, y los bailables en las discotecas…

Y entre bodas, bautizos y comuniones, nos hemos pasado la vida. ¡Que somos de celebrar, oiga! Y las comidas familiares tan entrañables, y las cenas de amigos, ¡que nadie nos las quite! Una vida entera compartiendo en torno a la mesa, o apoyados en la barra de un bar, componiendo la banda sonora de nuestras vidas. Ya lo cantaban hace años Gabinete Caligari: “No hay como el calor del amor en un bar”. Y entre trago y trago íbamos componiendo la banda sonora de nuestra vida.

En los bares hemos reído, llorado, saltado; cantado y bailado; nos hemos abrazado, hemos amado, compartido y también brindado; en definitiva, hemos celebrado la vida; nos hemos sentido en casa. Hemos sido más seres humanos, más verdad y más nosotros mismos que en ningún otro lugar del mundo.

Y hemos sido nuestra peor versión cuando han estado cerrados. Hemos perdido la alegría, en entusiasmo; incluso el brillo en los ojos y esa chispa que nos hacía sonreir, y nos hemos visto deambulando como zombies, en una ciudad desierta y gris que, sin los bares y los comercios, se ha tornado triste y vacía; carente de vida. Y nosotros como ella.

Pero era lo que tocaba hacer a los bares: cerrar y aguantar. Y así lo hicimos; tantas veces como nos lo pidieron; las que hiciera falta. Por más que costara. Pusimos un pie al frente, apretamos los dientes con fuerza y nos preparamos para afrontar la situación que nos tocaba vivir; seguramente la más dura de nuestras vidas. Y lo hicimos porque era un ejercicio de responsabilidad, porque la gente estaba muriendo. Porque había que luchar contra esta pandemia que amenazaba nuestro mundo tal y como lo habíamos conocido hasta ahora. Y los sanitarios estaban haciéndolo, dejándose la piel en ello. No íbamos a ser menos; en lo que nos tocara, en aquello en lo que pudiéramos aportar. Porque lo más importante es nuestra salud, la de todos.

Nosotros hemos cumplido con nuestra parte, pero, ¿y ustedes? Qué ocasión tan propicia han dejado pasar para liderarnos, para trabajar en equipo, para arrimar el hombro y estar a la altura ante esta situación tan delicada a la que nos enfrentamos. Y en lugar de eso nos han echado a la arena para vernos combatir contra las bestias, para ver cómo sufrimos y nos desangramos lentamente. Y cómo nos destrozamos incluso, los unos a los otros, perdidos y mal guiados por representantes con escasa o nula capacidad de liderazgo.

Y entre tanto, contemplar con deleite cómo esa arena se va tiñendo con nuestra sangre, señalando con sus pulgares hacia abajo y esbozando una sonrisa, la de quien se sabe buen estratega, la del triunfador que saborea su victoria. Enhorabuena. Nosotros siempre estuvimos ahí, para que todos aquellos momentos de sus vidas fueran inolvidables, los mejores. Nunca nos quejamos, y servimos otra copita más… ¿Y ahora que tanto les necesitamos, por qué nos han olvidado? “A ustedes señores míos, ilustrísimos falsarios, venía a aclararles un punto, que quede bien aclararlo”.

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