Crisis del Coronavirus

El mundo tras el cristal: convivir con un positivo en casa

Convivir con un positivo en casa

Cambios, cambios y más cambios. Incertidumbre, rabia, impotencia, miedo… y aun con todo, Hashyre se tiene que conformar con ver el mundo tras el cristal. Todo empezó con los típicos síntomas de catarro. Un dolor de cabeza por aquí, un dolor de garganta por allá… “Mi hijo de tres años había estado con bastante mucosidad los días anteriores y pensé que me lo había pegado”.

Para quedarse tranquila, Hashyre se hizo la prueba del COVID con un test rápido con el que cuentan en su trabajo y el resultado fue negativo. Pero los síntomas fueron a más y el cansancio se apoderó de ella notando además falta de gusto y olfato.

“Mi marido llamó al teléfono del COVID y me citaron para hacerme una PCR”. Prueba que salió positiva. “Pasé en menos de una hora de estar jugando con mi hijo a encerrarme en una habitación yo sola”. Afortunadamente, y tras sendos test, Juanjo, su marido, y el pequeño Noah de tres años, no estaban contagiados. Y ahí empezó la pesadilla.

“Egoístamente y alguna vez que otra, se me ha pasado por la cabeza la idea de que si ellos fueran también positivos podríamos estar los tres juntos, pero eso era una locura y por supuesto no se lo deseaba”. Son 24 horas sola en una habitación, con la cabeza dando vueltas sin parar. “Me mata la culpa de saber que sin querer he podido hacer algo a alguien aun tomando las medidas necesarias. Pero con este virus toda protección es poca. El grado de culpabilidad es terrible”.

El día a día

Hashyre lleva ocho días en una habitación con baño propio. Sola. Aburrida. Con dolor. Cansada. Sin dormir. Con el cuerpo “hecho polvo”. Solo reacciona a los llantos del pequeño gritando “mamá, mamá”. “Es una sensación horrible. Es muy doloroso oírle golpear la puerta llamándome y tener que ponerme detrás para que no la pueda abrir. No sabes si hablarle le va a calmar o poner más nervioso”.

La rutina de esta joven pasa por levantarse, ventilar la habitación y limpiar todos los días. “Estoy todo el día desinfectando aunque esté sola. Ya no sé si es manía o miedo”. Pero llega la hora del desayuno y Juanjo sabe que ahora, más que nunca, Hashyre necesita un “no sé qué” que le haga el día más llevadero, así que prepara tres bandejas: una para él, otra para su mujer y una más para Noah.

“La mía la deja en la puerta y ellos dos salen a la terraza. Y así, tras el cristal, desayunamos juntos”. La pequeña terraza se ha convertido en su salvación. Al principio pensaron que era mejor decirle al pequeño que su mami estaba trabajando, pero un día hizo un ruido y supo que estaba en casa. A partir de ahí nos comunicamos por videollamada y por la ventana”.

Y así cada día. “Mi marido sale con él a la terraza y jugamos como podemos. El problema viene cuando hay que meterlo dentro. Ahí empieza a llorar, a llamarme y es horrible”. Benditos cristales que también permiten a Hashyre ver cómo se acuesta y cómo se levanta el pequeño. “Afortunadamente mi ventana da a la misma terraza y lo puedo ver”.

La cuarentena es dura pero, por suerte, Hashyre cuenta con un gran aliado: Juanjo. “Siempre dicen que los padres y madres se crecen ante las adversidades, y es verdad. El mejor ejemplo es mi marido. No puede dormir en la habitación, así que duerme en el sofá y por las mañanas teletrabaja mientras intenta tener entretenido al niño. Él se encarga de todo y de vez en cuando me hace una videollamada para ver cómo estoy y alegrarme la espera. Lo está haciendo increíble y sé que para él también está siendo muy duro. Ya puede hacer el frío que haga que desayuna conmigo en la terraza todas las mañanas. Son tonterías, pero tonterías que a mí me ayudan a sobrellevar la cuaretena”.

Y después del aislamiento, ¿qué?

Y así pasan los días, las horas eternas y la espera durante la cuarentena. El problema llega este domingo, cuando se cumpla el plazo de aislamiento. “El lunes ¿qué hago? ¿voy a trabajar tan normal? Porque tal y como están las cosas quiero volver a mi trabajo pero… ¿y si todavía sigo siendo positiva?”.

Después del sacrificio inmenso y el esfuerzo hecho estos días, “psicológico sobre todo”, Hashyre no sabe cómo actuar. “No me vuelven a hacer otra PCR y yo no quiero volver al trabajo y contagiar a alguien o a mi familia”. Ante la incertidumbre y la rabia por que no lo vuelvan a hacer otra prueba, la joven tiene muy claro que “me haré el test por lo privado, cueste lo que cueste. Lo importante es no propagar el virus”.

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