El Rioja

La historia vitícola de Alcanadre, a pie de viña y con voces maestras

De izquierda a derecha, Ernesto Fernández, Mariano Gil y Emilio Barco

“Pregunta que cuándo comenzó aquí el tema de la viña y así…”. “Buah, hace mucho. Por lo menos del siglo XVI o XVII”. “Fíjate que aquí en Alcanadre son tres los barrios de bodegas que hay, con Santa Ana, Puesta el Soto y todo lo del trujal, lo que está en el barranco. Pues en el siglo XVIII ya estaban todas ellas funcionando, unas 82 bodegas”. “Y que te diga Emilio, que éramos uno de los pueblos donde más viñas había”. “Hace doscientos años, seguro que mucha más de la que hay ahora”. “Sí, ¡mucha más!”.

Las voces de la experiencia arrojan hazañas del antes, batallitas que recuerdan con chanza y penurias que hicieron a los pueblos más valientes. Emilio Barco, Ernesto Fernández y Mariano Gil, tres alcanadreses que defienden la materia prima de su tierra, se adentran en una conversación que remueve el pensamiento sobre lo que un día fue Alcanadre y lo que es ahora, porque ya lo dijo en el 65 un cosechador que venía de Sesma por primera vez: “Nunca había visto un mar de viñas tan grande como este”.

Pero entre aquel año y el 70 “se arrancó tal cantidad de viñas que la gente de fuera no reconocía el pueblo. Si el coste de producción de un kilo de uva estaba en seis pesetas (unos cuatro céntimos de ahora), ese año la uva se pagó a cinco, por lo que se perdió dinero”, cuenta Emilio. “Fíjate que aquí se arrancaba viña para plantar espárragos. Aún recuerdo cuando falleció mi padre y tuvimos que partir. La tierra más valorada era la que valía para hortaliza, mientras que la de viña era la que menos se cotizaba”, apunta Mariano.

Hasta el 92 no se levantó cabeza y la gente tenía que irse al monte a ganarse el jornal porque los precios estaban tirados. Tiempos de ‘vacas flacas’ que dieron un vuelco a mediados de los 90. “Se cogía mucha uva y, además, se pagaba cada vez más cara. Hasta 300 y 400 pesetas el kilo y las bodegas aún nos decían: ‘¡Ay, ya lo pagaréis…!’. Si nosotros no sabíamos quién ponía el precio ni por qué era tan alto…”.

A sus 78 años, Mariano todavía no se baja del tractor, aunque ya no hace de jefe, sino de ayudante en alguna que otra ocasión para su hijo. No muy lejos queda su actividad vinícola en un antiguo calado del municipio, pero no para hacer vinos caseros como otros muchos vecinos que todavía mantienen en la actualidad. Él se hacía 3.000 cántaras, unos 75.000 litros. Pero recuerda el fin de esa etapa, en el año 86, con un sorprendente alivio: “¡Bendito sea Dios! Me quedé en la gloria. Tú no sabes el trabajo que era eso, con los lagos y todo…”.

Antigua prensa y tufera restauradas que Mariano cedió en su día al Ayuntamiento.

Y con los madrugones. En tiempo de vendimias Alcanadre multiplicaba por cuatro o más su población. Aquí no vendimiaba la familia, “bastante hacían las mujeres con prepara buenos almuerzos”, sino que llegaban cuadrillas de otras zonas. Y así pasaban ocho o diez días, dependiendo del tiempo, porque para Mariano las vendimias se vivían “con mucho miedo” por el trabajo que conllevaban, “y si llovía, más, porque había que echar vereda para arreglar los caminos del pueblo”.

La tarea en los calados no se quedaba corta. “Con tanta bodega como había en el pueblo, el tufo se pasaba de unas a otras por las grietas y aunque tú lo sacaras…”. Pero no recuerdan ninguna desgracia. “Luego dar canillazo para repartir las levaduras entre todas las cubas, y no porque ese fuera el peor vino, como dice la cultura tradicional de este pueblo”, aclara el más veterano. “En verdad, el tinto era muy áspero y se hacía más clarete porque no había suficiente espacio para dejar al vino coger color”, puntualiza Emilio. Y de ahí el dicho: “Pueblo de claretes, malos tintos”.

¿Y ahora? ¿Por qué con más facilidades y recursos hay menos gente en la viña? En el campo, en general. “Creo que el problema está en cómo entienden los jóvenes de ahora el ser agricultor. Se piensan que todo es tractor, pero también hay que bajarse de la infantería, y también trabajar fines de semana. Porque cuando toca, toca. Nosotros hemos trabajado de otra forma, con mucho más esfuerzo”, considera Ernesto, mientras que Mariano es más tajante: “Les falta interés por aprender”.

Emilio (64) y Ernesto (65) pertenecen a la generación de la EFA (Escuela Familiar Agraria que dependía del Opus Dei), donde muchos jóvenes compaginaron un periodo de formación con la agricultura. Sin embargo, en aquella época el campo no era una buena salida. “Casi que te echaban, te animaban a irte porque aquí había poco futuro y la industria del País Vasco estaba cerca. Realmente fueron muy pocos los que se quedaron, entre ellos yo, pero mi padre me insistió en que lo pensara bien”, recuerda Ernesto, “pero ahora el que se queje de la viña se queja de vicio, porque no es ni comparación con lo que era antes”.

Emilio les pregunta a ambos qué le dirían a un hijo de 20 años que plantea quedarse en el campo. Negativa total. “Yo solo sé que me iba a fastidiar porque iba a tener que estar detrás suyo”, asegura Ernesto, mientras que Mariano recalca que el futuro agrícola está “mal de narices”: “Todo esto dentro de unos años serán industrias agroalimentarias”. Pero Emilio se muestra más optimista y cree que “el futuro está más claro ahora que entonces”, cuando él decidió dejar el pueblo y la hortaliza, al menos entre semana, porque recuerda que “la presión por marcharse era muy grande”.

“Emilio es que ha sido siempre listísimo”, le piropea Mariano. Y lo cierto es que carga sobre sus espaldas varios títulos que así lo demuestran. En su juventud estudiaba por libre con la ayuda del cura del pueblo y así fue pasando curso tras curso. Hasta que llegó a Alfaro en el Bachiller y seguido a Zaragoza para estudiar Matemáticas. Doctorado en Historia y una tesis en Economía lo sitúan ahora en la Universidad de La Rioja como docente. Reconoce que si la situación económica del sector agrícola hubiera sido diferente en aquellos años, tal vez hubiera hecho caso a su padre que, a diferencia del resto, le invitaba a quedarse en el campo. Pero es que el terruño nunca le ha sido ajeno a este hombre.

La charla entre amigos llega a su fin. Se despiden desde ‘La cumbre’. “No, esto creo que es ‘Matanza’”. “La cumbre se dice, ¿no?”. “No, no. Es ‘Matanza vieja’”. “Ah, igual sí”. Desde ‘Matanza vieja’, entonces. Zona también conocida como ‘La senda de los salineros’ porque, tal como explica el hombre de letras, “por aquí entraba toda la sal de Castilla y Navarra”. Y así recuerdan a su pueblo, tierra de viñas, aunque no muy viejas porque ya no hay prefiloxéricas, y tierra de poesía también en honor a ese pasado (y presente) vitivinícola que recorre las calles de Alcanadre en forma de versos. “Tan cierto como la copa de un vino”.

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