El Rioja

El vino casero, para los de casa y a porrones

Ni tradición vitícola familiar ni viñas en propiedad ni tampoco grandes instalaciones. La Rioja es tan amplia y diversa que en sus mares de viñedos hay cabida para todo; para la experiencia y la iniciación, para lo viejo y las nuevas creaciones; para exportar y también para beberse la cosecha entre los de casa. Y en este caso son muchos los riojanos que destinan un rinconcito de sus cocheras o lonjas para sus propias creaciones, que no todo tiene por qué ser vender la uva.

El caso de Sándalo Encina también es diferente dentro de este grupo de elaboradores caseros porque él no es de la generación de aquellos que han pasado su juventud en el campo acompañando a la familia. Sus abuelos emigraron de Alcanadre a Escoriaza (Guizpúzcoa) para como, tantos otros en aquella época, montar una pequeña bodeguita y tienda de licores que acabaría convirtiéndose en un bar que lleva por nombre el pueblo riojano.

Sus padres nada tenían que ver con la actividad vitícola así que el gusanillo por la vinificación le surge después, ya de regreso en Alcanadre, y de las manos de su suegro, que se recorría las bodegas sobre su camión cisterna. “¿Hacemos un año vino?”. “Sin pensarlo”. Y así, con unos pequeños renques heredados de unas 300 cepas de tempranillo y otro corro de apenas una veintena de las variedades garnacha y merlot, Sándalo da vida desde hace 36 años a algo que a veces, sí, le quita el sueño, pero otras (la mayoría) le ocupa el tiempo de su jubilación.

En la cochera que un día emplearon sus abuelos a orillas del Ebro, al otro lado de las vías del tren, ha adaptado un pequeño espacio para desarrollar esa ilusión que le removía por dentro desde hacía tiempo. Bidones de cien y doscientos litros, dos depósitos para el pisado y la fermentación y una prensa manual. Como en cada proyecto, Sándalo también ha crecido en el mundo de la elaboración vinícola y aún recuerda ese antiguo depósito de uralita que usaba antes.

En ese rincón de felicidad (de apenas 18 metros cuadrados) tiene todo lo que necesita. Pero es la compañía de su bisabuelo Felipe (junto a una foto también de su abuelo) la que le transmite la fuerza y la ilusión que necesita para este “hobby”, como él lo define. Allí al fondo, un póster de la Real Sociedad luce sobre la pared en compañía del homenaje a su antepasado: “Todo lo que hago es por él, conocido en el pueblo como el ‘guajiro’ porque llegó de la guerra de Cuba cantando guajiras”. Y entre cántico y cántico, Sándalo remonta la uva del depósito.

Este año ha cumplido las expectativas de elaboración. La sobreproducción que ha caracterizado a la añada 2020 ha obligado a muchos viticultores a dejar uva en el campo muy a su pesar, así que muchos de ellos han optado por cedérsela al biznieto del guajiro para que al menos se saque vino de ellas. El resultado es que de los 200 litros que Sándalo preveía hacer este año en uno de sus bidones, ahora tiene otros cinco más (de diferentes capacidades) llenos de vino. Son todos de los que dispone, “así que este año saldrán cerca de los 1.400 litros”.

Tiene suficiente para repartir entre toda la familia e invitar a unos cuántos amigos, eso sí, con la condición de que beban del histórico porrón de doce litros que acompaña a la familia Encina desde generaciones. Ahora son días de trabajo hasta que salga el fruto, pero Sándalo se organiza perfectamente, catando sus diferentes vinos para comprobar esa textura. Es el segundo año que echa mano de una despalilladora, pero en esta ‘bodeguita’ reinan los métodos artesanales y, como requisito (impuesto por el dueño), viñas viejas de más de veinte años. “Si me pongo a hacer algo, quiero que sea de calidad y eso lo puedo conseguir con cepas viejas”, recalca.

Viura, clarete con viura y garnacha, clarete y garnacha blanca, un rosado de garnacha, tempranillo, graciano y merlot… Todo ello está en sus bidones. Se atreve con varietales, pero los ‘coupages’ tampoco se le resisten. “Lo bueno y bonito del vino es que cada año es diferente, fermenta y se mueve de una forma distinta. Tiene vida y cada campaña te puede sorprender”. Por ello Sándalo lo interpreta más como un aprendizaje continuo en torno a este mundo.

Echa la vista atrás y no duda en que ha hecho un buen trabajo, de pequeñas dimensiones, pero buen trabajo, “aunque la mejor parte es cuando toca catar el resultado”, bromea entre risas. No sabe si sus hijos mantendrán la tradición en lo que para él es su templo, pero mira con satisfacción sus botellas, las etiquetas artesanales con el rostro de su bisabuelo impreso que decoran algunas de ellas. “¡Qué ganas de que la familia pruebe los vinos de este año, que dicen que vienen de uvas con muy buena calidad!”.

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