CARTA AL DIRECTOR

La fiesta de la vendimia

Resulta delicioso escuchar las declaraciones de los grandes jefazos del vino en estos días de fin de vendimia. Ha sido un buen año: mucha uva y de buena calidad. Las mesas de nuestra Laurel soportarán, con placer, las copas de blancos y tintos. Y nosotros, que las tomaremos, nos enorgulleceremos de los frutos de nuestra tierra, desde la limpieza de nuestras ropas y la comodidad de nuestras espaldas. Desde arriba. De renque a renque, mis colegas y yo barruntábamos la posibilidad de convertir la recogida de la uva en una experiencia cultural obligatoria entre los años de mocedad de los muchachos riojanos. Tres días. Más sería ya trabajar. De este modo, los vecinos no tendríamos que aguantar cómo los «morenos» ensucian nuestras calles después de cortar uva durante diez horas (una para comer) cobrando cinco euros por hora – eso si no se les paga a destajo, que es el eufemismo, en jerga vitivinícola, para explotación – ni perderíamos tiempo al sortear los polideportivos para ellos (in)dispuestos, desconcertados ante la dicotomía de criticar su hacinamiento o justificarlo porque, si no, dormirían en la calle. Y eso no porque, como decía, ensucian. Uno de mis compañeros africanos me comentaba, al considerar excesiva la hora para comer que «al final te acostumbras». Pero yo sé que no hablaba él, sino el grotesco coro de capataces bien rellenos que lo han moldeado a su vergüenza y ventaja a lo largo de los años. En realidad, quizá haya exagerado con los tres días: con una tarde, nuestros mozos riojanos irían que chutan. En cuanto acabe mi caballón, se lo comunico a los colegas.

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