La Rioja

Misa por las víctimas de la pandemia en La Redonda: “Ha sido mucho el sufrimiento”

El obispo de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Carlos Escribano, ha oficiado este domingo una misa por las víctimas del COVID-19 en la Concatedral de La Redonda. A la celebración han asistido varias autoridades locales y regionales como la presidenta de La Rioja, Concha Andreu; el presidente del Parlamento, Jesús María García; y representantes del resto de formaciones ha sido mucho el sufrimientopolítica.

Homilía

Nos unimos en este Domingo a la propuesta de la Conferencia Episcopal Española, celebrando esta Jornada por los afectados de la pandemia, día en el que la Iglesia celebra la memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María y patronos de los abuelos, en el que tradicionalmente recordamos a los mayores.

Desde el pasado mes de marzo que se decretó el estado de alarma en nuestro país, por motivo de la pandemia de la Covid- 19, ha sido mucho el sufrimiento que se ha padecido en la sociedad española y en la riojana. Hemos podido contemplar, con gran dolor, cómo los más afectados por este virus han sido los mayores, falleciendo un gran número de ellos en residencias, hospitales y en sus propios domicilios. También, nuestros mayores, debido a las circunstancias tan excepcionales, son los que más han sufrido el drama de la soledad, de la distancia de sus seres queridos.

Hoy queremos elevar nuestra oración confiada por ellos: en primer lugar, por los difuntos y sus familias, en concreto por los 366 fallecidos en La Rioja, por todos y por cada uno. En esta celebración y en las que están teniendo lugar en todas las parroquias de La Rioja en este día, nuestra oración tiene esa misma intención: orar por los fallecidos en estos meses de pandemia. El rezar por ellos y por sus familias, el agradecerles todo el esfuerzo que hicieron por dejar un futuro más próspero a nuestras generaciones, el llevarles el abrazo y el consuelo de todos se convierte en una obligación a la que debemos dar respuesta, ya que como Iglesia y como sociedad hemos aprendido que “una emergencia como la del Covid es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (Pontificia Academia para la Vida, 30/03/2020). Esa respuesta sigue viva en este momento en el que debemos extremar la prudencia en nuestro modo de relacionarnos, siguiendo las premisas del inicio de la pandemia: cuidarnos para cuidar a los demás.

Hemos escuchado en la primera lectura el sorprendente diálogo entre Dios y el rey Salomón. Es curioso que lo que aquel hombre demanda para llevar adelante su misión es sabiduría. Sabiduría para acertar en el gobierno, para ver más allá de lo evidente y descubrir el hondón de lo que sucede y sacar las enseñanzas precisas a favor del bien de todos.

Esa sabiduría también la necesitamos para escudriñar un momento como este y hoy queremos hacerlo desde una perspectiva cristiana cuyo centro está iluminado por el misterio de la muerte y la Resurrección de Cristo. Sin quererlo nos hemos adentrado en la escuela de fragilidad y de la vulnerabilidad, que nos ha abierto los ojos, con mucho sufrimiento, ante una dura realidad y ha supuesto una enseñanza que, paradójicamente, nos puede mover a la esperanza. Esta enseñanza que nos ofrece la escuela de la fragilidad, iluminada por el Misterio Pascual, nos permite redescubrir lo esencial, lo verdaderamente importante. Si lo pensamos, nos damos cuenta que en esa mirada a lo esencial aparece el don de la vida. Los miles de muertos, los rostros conocidos de enfermos y fallecidos y el miedo a formar parte de esa lista de números anónimos en los medios de comunicación, ha afirmado, en cada uno de nosotros y en nuestros seres queridos, el esencial don de la vida.

“Este don, tantas veces poco agradecido, se ve amenazado por la muerte ocasionada por una enfermedad contagiosa y aún sin cura. Surgen las sombras del sinsentido, y la tentación de apuñar el don contradice y oculta aún más el significado de este regalo inmenso: la vida es un don. Sí, la vida humana, acogida como un don, se comparte y ofrece el don de sí y de esa manera descifra su secreto, pues la persona es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24)” (Luis Argüello). Vida, don, respuesta desde la libertad al amor recibido, búsqueda de la plenitud siempre deseada, horizonte de eternidad que reclama siempre la experiencia del amor que se comparte, que se da y se recibe: palabras que nos ayudan a descubrir y valorar la grandeza de lo que somos en momentos tan complejos como estos y nos ayudan a descubrir el sentido de lo que acontece.

Al mismo tiempo, en esta jornada por los afectados por la pandemia queremos dar gracias por todo el trabajo y el sacrificio realizado por tantas personas durante esta crisis: cuántas muestras de solidaridad y entrega generosa hemos visto a lo largo de estos meses. ¡Muchas gracias! Cada día, en mi oración, como seguramente habéis hecho muchos de vosotros, he tenido un recuerdo especial para los médicos, para el personal de enfermería y para los demás trabajadores de los centros sanitarios y de las residencias de mayores. Ellos, desafiando el cansancio, el sufrimiento y el miedo al contagio, actuaron con gran profesionalidad con el único propósito de acompañar a los enfermos en su soledad e intentar devolverles la salud, dejándonos el testimonio heroico de su entrega generosa y de su servicio impagable. Tengo la convicción de que la acción de gracias y el reconocimiento a estos hermanos permanecerán para siempre en todas las personas de buena voluntad.

Junto al personal sanitario, es de justicia reconocer y valorar la entrega y el sacrificio de los cuerpos y fuerzas de seguridad, de los miembros de las fuerzas armadas, de tantos trabajadores y voluntarios anónimos (pienso en la gente de Cáritas y de otras muchas organizaciones sociales) que han dejado lo mejor de sí mismos en el servicio a la sociedad. A los educadores y a todos los que, desde las instituciones civiles, habéis asumido con generosidad y dedicación vuestro servicio a la sociedad, os expreso de corazón mi gratitud y mi sincero afecto. Muchas gracias a las familias por el gran esfuerzo que hicieron y siguen haciendo y a nuestros sacerdotes y religiosos por el comportamiento en estas semanas de pandemia.

Esta celebración desea además pedir la luz, comunión y entrega fraterna ante la crisis social y económica provocada por la pandemia y el confinamiento. La dependencia provocada por la COVID-19 nos ha hecho caer en la cuenta de que somos interdependientes. La crisis económica ha movilizado la solidaridad, pero el sufrimiento causado por las carencias es mucho y aún no somos capaces de vislumbrar el alcance definitivo de esta tragedia. Sí es cierto que la situación debe seguir engendrando en nosotros sentimientos de fraternidad que se concreten en acciones solidarias específicas, desde una experiencia de unidad y colaboración que beneficie siempre a los más necesitados.

Pedimos a San Joaquín, a Santa Ana y a su hija, La Virgen María, a quien veneramos en nuestra tierra bajo la advocación de Valvanera, que protejan a nuestros mayores y a todos los riojanos y todos alcancemos sabiduría para salir de esta crisis tan dolorosa. Descansen en paz.

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