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La bandera de nuestros hijos

La bandera de nuestros hijos

La bandera de nuestros hijos | Foto: Riojapress

Existe una frontera generacional en el fútbol riojano, o eso nos han dicho durante demasiado tiempo. Tiende a difuminarse en las victorias, pero vuelve -y volverá- a observarse con precisión en la derrota. Las fronteras son peligrosas, sobre todo las generacionales, porque entonces los abuelos no tienen de qué hablar con sus nietos. Son fronteras que distancian a los padres de los hijos, que separan a una sociedad que tiende al individualismo por la inexistencia de referencias, en este caso deportivas, que ayuden a sedimentar un sentimiento colectivo que nos mantenga algo más unidos en los buenos y en los malos momentos. Hay lugares donde un equipo de fútbol, aunque parezca increíble por estos lares, hace más llevadero el día a día.

El 18 de enero de 2009 la fractura se hizo falla en el fútbol riojano. La mayoría pensó que hasta aquí habíamos llegado. Que nunca más habría fútbol riojano en La Rioja. Que desde el año 2000, desde el hundimiento de Segunda a Tercera, el sufrimiento y la vergüenza habían sido demasiado elevados como para seguir adelante aunque fuera solo un día más. Desaparecido el Club Deportivo Logroñés, desaparecida la ilusión por volver a animar al equipo de tu ciudad… de qué servía volver a empezar, ir de nuevo a Las Gaunas para ver qué sucedía. El anterior te llevó a Primera en 1987, te dio el ascenso años después en Toledo, y al final acabó en la ruina y -que a nadie se le olvide- solo.

Éramos más jóvenes cuando vivimos estos grandes momentos para el fútbol riojano, cuando demostramos que siendo tan pocos y tan pequeños podíamos hacer cosas tan importantes como ascender a un equipo hasta la Primera División y codearnos como pudiéramos con los mejores. Sin embargo, ya peinas canas y solo te permites el lujo de mirar atrás para recordar los buenos momentos, lo buenos que fuimos cuando éramos más jóvenes, lo cerca que estuvimos de haber alcanzado la gloria como generación. Pero lo echamos todo a perder, y hemos acabado perdiendo la perspectiva de conjunto. Porque son ya veinte años los que lleva La Rioja sin fútbol profesional. Es la única comunidad autónoma que no ha tenido en este siglo XXI un equipo entre los mejores clubes de España. Y aun así, insistimos en que el Logroñés, verdad, desapreció, y con él, nos repetimos hasta creérnoslo, la ilusión de volver al fútbol de nuevo. Ojalá nos perdonen algún día todo este tiempo perdido. Ojalá algún día nos perdonemos a nosotros mismos por haber abandonado.

Porque como generación, La Rioja futbolística del siglo XX claudicó perdida en la desesperanza y apoyada en la nostalgia. Nos vinimos abajo. Perdimos a nuestro equipo, lo dejamos morir; y con el luto, la posibilidad de ir al fútbol con tu hijo, con tu nieto. Nos negamos a admitir que fuera posible volver a estar entre los mejores. Dijimos que no serviría para nada tanto esfuerzo. Que el fútbol estaba podrido, que los políticos lo jodieron todo y serán capaces de volverlo hacer. Eso dijimos precisamente cuando no nos escuchábamos. Dijimos sin oírnos que menudo espectáculo tan lamentable estaba dando nuestro equipo en la primera década del s.XXI antes de su desaparición. Y así, como generación, dejamos de soñar.

Como generación obligamos a nuestros hijos a tomar una decisión. Les obligamos a elegir equipo. Poder elegir es un acto de libertad. Pero en la vida se elige todo menos a tu equipo de fútbol. Eres del equipo al que te llevan tus abuelos o tus padres. De su mano, a su lado, te ayudan a descubrir el club al que siempre apoyarás… si no desaparece. A su lado entiendes en qué consiste el sentimiento de pertenencia. Así que el mayor fracaso deportivo de una generación es la orfandad futbolística. Una infancia sin equipo es un daño irreparable, a la altura de no tener pueblo en el que veranear. A eso, como generación, hemos obligado a nuestros jóvenes, a no tener un equipo al que apoyar. Son huérfanos de equipo.

Pero el fútbol siempre se abre paso. Ahí reside la magia de este deporte. El fútbol es de la gente, es un deporte con profundas raíces sociales, que logra sustento incluso cuando todo a su alrededor es puro desierto. El fútbol brota periódicamente pese a todo, pese a los viejos complejos, pese a tener que elegir, pese a jugar desde entonces contra el Astorga, el Caudal, el Marino, el Somozas, el Coruxo, el Guijuelo, el Leioa, el Gernika, el Amorebieta, pese a jugar siempre contra una retahíla brutal de equipos filiales, pese a perder casi más que ganar… resulta que el fútbol siempre se abre paso. Y la ilusión acaba apareciendo con tan solo cuatro victorias seguidas.

El fútbol bebe de la ilusión que le ponga la gente. Y la ilusión pertenece a los jóvenes. La ilusión de los jóvenes siempre mira hacia adelante. Hacerlo hacia atrás te lleva a la vejez, a la nostalgia de los que se sienten ancianos. Ver hasta dónde podíamos llegar con algo nuevo ha sido la clave del éxito de estar ahora a solo noventa minutos del ascenso. Mirar lo que fuimos hace ya tanto tiempo llena las maletas de recuerdos que pesan al tratar de avanzar. En estos diez años hemos comprendido que en el fútbol conviene viajar ligero de equipaje. Y nosotros, como generación, estamos perdidos. Pero ellos, los más jóvenes, nos han indicado el camino que están dispuestos a recorrer. Ellos, los más jóvenes, han tomado un palo, un trapo blanquirrojo comprado en un telar, y se han fabricado una bandera. No es la más alta ni la más brillante, pero es la suya, y comienza a ser la de todos.

La bandera de nuestros hijos surge desde los balcones y ventanas de nuestras ciudades y pueblos. Es la ilusión de muchos jóvenes a los que hace diez años les llevaron al fútbol porque sus padres no tenían otra manera de matar el tiempo de un domingo cualquiera por la tarde. Niños de cinco, seis, siete años que pasaron frío en Las Gaunas y hoy, diez años después, calientan sus ilusiones en medio de una epidemia ante la posibilidad de un ascenso a Segunda. Se sienten mayores y aseguran que ha llegado su momento, que les dejemos escribir este nuevo capítulo.

Han pasado diez años para esos niños, y ahora ya adolescentes pintan un tifo en una lonja, editan vídeos para sus futbolistas, escriben canciones, hacen corteos, les enseñan a sus padres que en aquel telar venden tejidos con sus viejos colores, y les dicen que no se preocupen, que han elegido bien, que intentarlo siempre es mejor que quedarse parados. La ilusión es de los jóvenes, y nuestra responsabilidad, como veteranos, debería ser ayudarles a intentarlo las veces que haga falta, que suficientes pecados les hemos dejado como herencia futbolística.

El cuarenta por ciento de los abonados de la Unión Deportiva Logroñés, por edad, nunca ha podido ver jugar al Logroñés en Primera ni en Segunda. Por tanto, aquel equipo les recuerda los errores que cometió una generación anterior, y les recuerda también lo bonito que tiene que ser coser de nuevo una bandera, izarla en lo más alto, para ver cómo se ve este nuevo camino desde las alturas.

La bandera de nuestros hijos está a noventa minutos de situarse entre las mejores. Una nueva generación reclama su espacio en el fútbol profesional. Tus héroes fueron Noly, Abadía, Sarabia, Raúl Ruiz, Salenko, Herreros, Iturrino…. y los suyos serán Caneda, Iñaki, Bobadilla, Miño, Miguel, Vitoria, Ñoño, Andy, Roni, Ander, Zelu, Rubén, Santos, Zabaco…

Su ilusión es contagiosa y acabará seduciendo a padres y abuelos, a esos que vibraron con el fútbol riojano durante el siglo pasado. Ahora nos toca esperar a ver qué pasa este sábado en Málaga, y ser testigos de si finalmente nuestros hijos izan su bandera en el mismo lugar donde hace veinte años nosotros les dejamos un hueco en blanco… que ellos quieren pintar de rojo. Eso es lo que está en juego este sábado 18 de julio.

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