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El gol de Noly

Por Víctor de Pablo

Me preguntaban el otro día por mi grupo sanguíneo. Conversaciones en tiempos de pandemia, qué quieren que les diga. Para salir del apuro y ocultar que no tenía ni la menor idea de si era A+, 0- o cualquier otra combinación alfanumérica, contesté que mi sangre era blanca y roja. Una cursilada que, por otra parte, evidencia una realidad fácilmente constatable en una ciudad tan pequeña como Logroño: distintos clubes, diferentes estadios, pero toda la vida con una bufanda blanquirroja al cuello.

No se trata de justificar mi pureza blanquirroja. Hace años que me cansé de ello. Trámite absurdo que sólo interesa a los que gustan de un buen enredo. Tan válido es el aficionado que se sube al barco a última hora (¡bienhallados!), como los que peinamos canas blancas (y rojas). En mi caso, no tiene mayor mérito que ser el hijo de Melitón. Nada más. Y nada menos.

Un recorte del periódico La Rioja con muchos años de historia

Esa bufanda blanquirroja está indisolublemente ligada (jerga legal, no volverá a ocurrir, prometido) a las desgastadas vallas verdes del viejo Municipal y a aquellos primeros desplazamientos en los que mis padres tuvieron a bien llevarme. No daba la talla para subirme a una montaña rusa, ni ganas, pero sí para ser un sufridor más. En una esquina de San Mamés, después de que los leones nos metiesen seis mordiscos, caí en la cuenta de que ser del Logroñés iba a ser bastante más difícil de lo que pensaba. No imaginaba cuánto, honestamente.

Pasaron los años y aquellas preciosas vallas verdes mutaron en un modernísimo estadio en el que un autobús no entraba, ni entra, en el aparcamiento subterráneo. Las visitas futbolísticas iban siendo progresivamente a lugares mucho más cercanos, excepto las excursiones veraniegas a la sede federativa nacional.

En cualquier caso, tanto en los momentos más gloriosos, como en los más dramáticos y bizarros, siempre había un soniquete que acompañaba las loas o lamentos de los más curtidos seguidores blanquirrojos: “El gol de Noly”.

– “Me(…)endios, ¡Noly la pegó desde cuarenta metros!”

– “Calla, calla, si entró de rebote”.

– “Buah, no sabes lo que llovía aquel día del gol de Noly”.

– “Hermanados con el Valencia desde aquel gol de Noly”.

Manuel Baltasar Alonso Méndez, Noly, un tipo que, por su aspecto, medio rubiales (en minúscula) y con prominente bigote, bien pudo ser un miembro del Politburó de la Unión Soviética, pero, no, resultó ser un defensa central que, un 14 de junio de 1987, tuvo el honor de ser el autor del gol que significaba el primer ascenso del Club Deportivo Logroñés a Primera División.

Huelga decir que un servidor, por muy blanquirrojo desde la cuna que fuese, no tenía la capacidad de viajar en el tiempo, así que “El gol de Noly” lo he vivido siempre como una agradable reminiscencia que mi padre y coetáneos se encargaban, con tanta ilusión como insistencia, de rememorar a la menor oportunidad.

No vi jugar un sólo minuto a Noly. Obviamente, tampoco pude disfrutar de su famoso gol. No obstante, pocas cosas me despiertan una nostalgia tan grata como escuchar en boca de un veterano de guerra blanquirroja la frase “El gol de Noly”.

El caso es que pasaban los años y siempre me acompañaba el mismo pensamiento, más bien el mismo deseo: algún día llegaría “Mi gol de Noly”. Algún día cobraría mi particular venganza con los jóvenes aficionados taladrando sus recuerdos en blanco y rojo con “Mi gol de Noly”. Ese anhelo me sigue acompañando, especialmente esta semana. La semana en la que la generación perdida del fútbol logroñés juega el partido de su vida.

Repetir una y mil veces la narración de Sergio Moreno cantando en la Cadena Ser “Mi gol de Noly”. Tantas veces como hemos hecho estos últimos treinta años con el original, locutado por el insigne Felipe Royo en la misma emisora.

No creo que el fútbol nos deba nada. Al menos, no nos debe más que al Castellón. El afán por salir del pozo en el que llevamos demasiado tiempo sumidos tiene que ser un motivo más que suficiente para focalizar todas nuestras ilusiones en el envite definitivo. Nos espera una maravillosa luz al final de ese pozo, con la Alcazaba como testigo de excepción. No suena mal, ¿no?

Es cierto que hemos aprendido a disfrutar del camino, pero, en esta suerte de epitafio, ante la posibilidad de sufrir un repentino infarto futbolístico, no puedo mentir: la travesía por el desierto se nos está haciendo larga. Muy larga, de hecho.

Es el momento. La ciudad lo sabe. La Rioja lo sabe. Las telas blanquirrojas ondean en los balcones de toda la geografía riojana, a la espera de dar los banderazos definitivos. Un último esfuerzo para sentir el abrazo eterno de una afición que está honrando el nombre de pila de nuestro Logroñés: Unión.

Mi sueño es el de mi padre. El de mis amigos. El de los compañeros de grada. El de los héroes que nunca han dejado de acompañar a su equipo por este largo trayecto por el “infrafútbol”. El de los jóvenes de mirada inquieta que no se dejan embelesar por los focos de la Champions League y apoyan al equipo de su ciudad. El de todos aquellos que tantas veces me han contado “El gol de Noly”.

Ojalá queden pocas horas para que el soniquete de ese histórico gol sea lo único que resuene en mi memoria blanquirroja. Noño, Andy, Iñaki, el que sea, no soy caprichoso, tenéis que conseguir ser “Mi gol de Noly”. Sois la esperanza de la generación perdida.

Vamos, Logroñés.

Nos vemos en Segunda.

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