La Rioja

La transformación total del hospital de Calahorra para estar libre de COVID-19

Hubo momentos en el que el colapso revoloteaba por la cabeza de Sylvia Vaquero y Cristina Lerín

No ha sido fácil. Llegar a ser un hospital libre de COVID (en estos momentos) como lo es el Fundación Hospital de Calahorra ha necesitado de muchas manos… de profesionales implicados con su trabajo, de una gestión concienciada con el problema, de un trabajo constante y firme de unos y otros. Hubo momentos en el que el colapso revoloteaba por la cabeza de Sylvia Vaquero y Cristina Lerín. Ellas son la directora de Enfermería del centro y la coordinadora de Enfermería Hospitalaria. Un colapso que nunca llegó, pero que estuvo al límite.

Ambas llevan desde el 27 de febrero sin descanso. Entonces comenzaba todo el trajín de las obras del servicio de Urgencias. Algo que iba a ser para tres semanas y que, con la llegada de la pandemia, ha supuesto casi tres meses de guardia continua.

El hospital tuvo que hacer una transformación total para poder atender a los pacientes de COVID-19 que iban llegando uno a uno. Día a día. Los protocolos han ido cambiando conforme se ha ido conociendo más la enfermedad y se han amoldado a las circunstancias de cada escenario. Primero el ascenso de la curva, el miedo a no saber cómo responder, la inquietud por cómo iba a ir sucediéndose todo. Después, los momentos más complicados en los que el goteo de los pacientes era constante, en los que había que ver cómo algunos se iban para siempre sin remedio. Ahora, la desescalada, la vuelta a una normalidad hasta ahora no conocida.

Los primeros días

«En un principio todo lo que llegaba de COVID-19 lo íbamos trasladando a Logroño, pero llegó un momento en el que tuvimos que hacer unas transformación casi total del hospital. Primero con la sectorización y ya cuando la pandemia vivió sus peores semanas con la apertura de la planta dos como planta COVID», cuenta Sylvia.

Entonces el problema era saber qué era el COVID y qué no para remitir un test de verificación. «Mucha gente bajaba al principio con síntomas y no todos ellos eran COVID, pero había que tratarlos como si lo fuesen por precaución. El protocolo marcaba que cada sanitario que hubiese estado en contacto con un enfermo o con personal que hubiese dado positivo debía hacer la cuarentena, lo que nos supuso tener a diecinueve personas de baja a la vez sin saber si eran positivos o no», cuentan.

Trabajar al máximo rendimiento y sin muchos de tus profesionales se convirtió en un reto. Parecía que esos podían ser los peores momentos, pero aún quedaba mucho por llegar. Se hablaba mucho del pico. Nadie sabía cuándo podía llegar, cuánto duraría esa meseta de la que hablaba Fernando Simón y cuándo los casos empezarían a descender.

Y el pico llegó

Llegaron a tener hasta 42 ingresados de COVID en una sola jornada. Como para no pensar en el colapso. Incluso tuvieron que abrir otra zona del hospital para esas personas que llegaban con síntomas, pero que aún no tenían confirmación de la enfermedad a través de PCR en el hospital de día quirúrgico. Hubo preparado en un quirófano un respirador por si las cosas se complicaban aún más. Gracias al trabajo de la sanidad riojana, el Hospital San Pedro tampoco colapsó y por eso nunca hubo que utilizarlo. En cuanto alguien tenía complicaciones, se le trasladaba al centro sanitario de la capital. A veces, las complicaciones llegaban sobrevenidas sin que la enfermedad avisase.

«Creo que fue un baño de realidad. Quizás pecamos en un principio de pensar que nosotros podíamos con esto, que teníamos el mejor sistema sanitario del mundo y que podía ser parecido a lo que pasó hace unos años con la gripe A. Nos equivocamos, pero supimos reaccionar a tiempo. De ahí la bajada tan rápida que ha tenido la pandemia en La Rioja a pesar de ser una de las regiones más castigadas en un principio», continúa Sylvia.

Calculan que en el hospital calagurritano han podido pasar en torno a doscientos infectados. «No sólo han pasado por aquí los que se quedaban ingresados sino muchos a los que tras valoración se les mandaba a casa a seguir con el tratamiento domiciliario». Y es que el trabajo del Fundación Hospital de Calahorra ha sido intenso hasta la extenuación.

Para ellas también fue complicada la muerte del teniente coronel Jesús Gayoso. «Recuerdo que esos días justo los GAR estaban montando aquí la carpa y colaboramos estrechamente. Daba mucha pena pensar que una persona tan joven no pudo salvarse».

Luego llegó la saturación de los hogares de la tercera edad. «Algunas se quedaron sin médico y hubo que crear un equipo que pasase por todas las residencias para atender a los residentes». Por otro lado se hicieron cargo de las carpas para hacer test que se abrieron en Calahorra, Alfaro y Arnedo. Y de todas las llamadas de la comarca del servicio de Salud Responde acudiendo a los domicilios a realizar los frotis. Después también llegaron los test en las residencias tanto a los abuelos como al personal. No saben calcular cuántos test se han hecho en estos dos meses.

«Hubo que convertir una planta completa en una planta de infecciosos con todas las cautelas que una planta de éstas tiene que tener. Fue una reestructuración total», comenta Cristina. Se cerró el resto de las actividad hospitalaria: los quirófanos, las consultas (dejando sólo las que fuesen de estricta necesidad), la rehabilitación… y la gente que trabajaba en esos servicios empezó a colaborar en otras actividades.

«Para que los que estaban en primera fila tuviesen todo preparado hemos tenido a personal sanitario haciendo los kits de EPI, limpiando las gafas que utilizaban sus compañeros…», cuenta. Todos pusieron su granito de arena para parar la pandemia.

Todo el que llegaba a urgencias había que tratarlo como a un posible COVID, lo que dificultaba mucho las cosas para los que trabajan a diario en ese servicio. Y con las obras a medio hacer, todo se complicaba mucho más en el servicio encargado de cribar a los pacientes.

Falta de EPIS

¿Os han faltado EPIS? «Hay muchas veces que hemos estado a punto de que nos faltasen, de esas veces que piensas que como no lleguen mañana no se cómo terminamos el día, pero al final llegaban». Muchas veces a través de la administración y otras muchas a través de la solidaridad.

Hablamos con ellas del episodio de las mascarillas que llegaron y que nunca deberían haberse usado. «Llegaban del gobierno regional y las había mandado el gobierno nacional. En cuanto se supo que no eran aptas gracias al trabajo incesante que hacen desde almacenaje, se retiraron. Teníamos un control total sobre las que nos donaban los particulares, pero dimos por hecho que estas que llegaban del Ministerio eran las adecuadas», cuentan.

Ver morir en soledad y a compañeros infectados

Al trabajo habitual de una enfermera en un hospital en tiempos de crisis se sumó el verlos sólo, hora tras hora, en las habitaciones. «Te sentías responsable de la situación y eso al final afecta psicológicamente. Hemos hecho lo imposible porque los enfermos pudiesen tener contacto con sus familiares a través de nosotras, pero eso te hace empatizar más de la cuenta…», dice Cristina.

«Está claro que lo primero era salvaguardar la salud de los familiares, pero llegó un momento en el que se estaba deshumanizando la asistencia. Por eso pedimos que se permitiese venir a dar, al menos, el último adiós. Que la gente no muriese sola». Se hizo todo lo posible y se consiguió. La gente murió lejos de sus familiares, pero no lo hicieron solos. Lo hicieron con ellos, con los que luego se iban a su casa con el miedo de llevar la enfermedad a sus seres queridos.

«Desde un principio se nos explicó muy bien cuál era el ‘ritual’ a la hora de llegar a casa», cuenta Cristina. Que lo hayan cumplido a rajatabla ha supuesto salvar infinidad de casos entre sus familias. «Mi marido es también médico en el hospital. Dormíamos separados, comíamos separados, cenábamos separados…», dice Sylvia. No se podían permitir el lujo de caer enfermo ninguno de los dos. Otros no tuvieron tanta suerte. Un total de veintiséis trabajadores del hospital han pasado por la enfermedad.

La desescalada

Ahora llega un momento no menos complicado. El volver a una normalidad que poco tiene de normal. «Nos da miedo la relajación de las personas, aunque somos conscientes de que un repunte no tendría nada que ver con lo que hemos vivido. Ahora conocemos más la enfermedad. Sabemos cómo actuar en determinadas circunstancias. Eso antes suponía un lastre para nosotros como profesionales. Estamos acostumbrados a ganarle la batalla a la enfermedad y llegó un momento en el que creíamos que no se la íbamos a ganar. No sabíamos por dónde nos llegaba. Era todo muy frustrante porque intentabas hacerlo lo mejor posible pero no había manera».

Ahora se sienten más seguros frente a la enfermedad. «Tenemos las cosas más claras. Estamos más preparados. Ojalá no llegue un repuntem pero de llegar todo sería diferente, esta vez hemos tenido que aprender a afrontarlo día a día», dice Cristina.

El Hospital de Calahorra ahora se encuentra al cincuenta por ciento de su rendimiento en el resto de los servicios. El servicio de quirófano estará al cien por cien el 18 de mayo, pero todo resulta un poco caótico. La entrada del hospital es como una clase intensiva de EPI. «Quítese los guantes y lávese las manos», va diciendo una enfermera a todo el que entra por el hall hospitalario. Familiares esperan fuera a los pacientes. Solo se puede acudir de uno en uno y hay que hacerlo con mascarilla.

Este domingo esta previsto el último aplauso para los sanitarios. Ellos se merecen eso y más porque durante estos dos meses han estado dándolo todo. Ya podremos salir, pero quizás por un día más sería maravilloso estar todos en las ventanas dándoles ese último reconocimiento para que sepan que si vuelve a golpear el bicho con fuerza nos seguirán teniendo a su lado.

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