Crisis del Coronavirus

Javier Palacios: el panadero del Camero Viejo durante el confinamiento

A las 10:15 horas de la mañana, el fresco de la sierra obliga a abrigarse. Los vecinos de Terroba ya escuchan a lo lejos la furgoneta del panadero y van preparando las monedas. La lejanía respecto a la capital no hace que estos pueblos de la sierra camerana se vean menos desabastecidos y de eso son responsables los trabajadores ‘esenciales’ que durante esta cuarentena no han parado su actividad. Javier Palacios es uno de ellos, panadero ambulante desde hace cuarenta años en las localidades del Camero Viejo, una zona de la que es oriundo -Soto en Cameros- y que ya alberga a la cuarta generación de panaderos de esta familia.

“El día a día no ha cambiado. Me levanto a las 5:30 horas, elaboro el pan y salgo a repartir hasta las 13:30 horas aproximadamente”, relata Palacios. Soto en Cameros, San Román de Cameros, Jalón de Cameros, Cabezón de Cameros, Terroba, Vadillos y Laguna de Cameros. Sesenta kilómetros diarios que suponen un alivio para los vecinos de las localidades, pero que cada vez evidencian más la “falta de rentabilidad de este negocio en la sierra”. Cuando la Semana Santa, junto con el periodo estival, son para Palacios las épocas de mayor ganancia, este año sus ventas se han visto mermadas considerablemente.

“Si un año normal puedo llegar a vender unas 250 o 300 barras diarias, estos días festivos han sido una auténtica pérdida porque no ha venido nadie a los pueblos debido a las restricciones. Desde que comenzó la cuarentena estoy haciendo unas noventa barras al día, unas veinte más que de normal porque sí que es cierto que a muchos vecinos les ha pillado la cuarentena en sus pueblos y ya no se han vuelto a la ciudad”, asegura el panadero. Palacios apunta que habrá unas veinticinco o treinta personas más de lo que es habitual, pero que los fines de semana y días festivos no se ha apreciado una afluencia de gente, “solo los ganaderos y apicultores que suben a diario a sus explotaciones”.

Una de las vecinas a las que el Estado de Alarma le pilló en su segunda residencia es Coral Díez, quien lleva desde el pasado 11 de marzo en Terroba. “Tan solo salimos a por el pan, excepto algún día que hemos ido a por medicinas a la farmacia de San Román”. Para el resto de productos, se abastece gracias a un amigo que les trae comida, “aunque el congelador siempre está lleno en el pueblo”. Las mascarillas y guantes, sin embargo, solo se convierten en indumentaria imprescindible cuando tienen que salir del pueblo.

Por su parte, el alcalde del pueblo, José Antonio Íñiguez, se prestó voluntario para facilitar viandas o productos de primera necesidad a sus vecinos desde que comenzó la cuarentena. “Voy todos los días a Terroba porque tengo ganado ahí y ya aprovecho para interesarme por un matrimonio mayor y ver si alguna otra persona más necesita algo. Por el momento estamos tranquilos porque no se han registrado casos activos en la zona y también han venido aquí a fumigar las calles del pueblo”, apunta.

En concreto, cuatro casas del municipio se mantienen habitadas, cuando habitualmente suelen ser un par de ellas a lo largo del invierno. Luis Alberto Gil es otro de los vecinos que decidió irse a Terroba a pasar la cuarentena una vez se declaró el confinamiento: “Llevando ya un mes aquí no creemos que nos podamos contagiar ya que no tenemos contacto con nadie del exterior, pero no queda otra que aguantar. Mientras toca aprovechar el tiempo para hacer algún que otra reforma, ordenar la casa y ser más cocinillas”.

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