Entre la riojabajeña localidad de Quel y la Sierra de Yerga, en lo que era conocido por los antepasados como ‘las viñas’ y donde las temperaturas pueden variar hasta cinco grados en esos casi 300 metros de altitud que los separan, ese terruño arenoso color rojizo característico de la zona apenas alberga ya esas cepas viejas que poblaron en su día estos kilómetros de la orografía riojana. Almendros, olivos, cerezos… de todo menos viñas, y en todo caso, las que quedan están en su mayoría en espaldera. Pero siempre hay cabida para la esperanza de encontrar la que podría ser la viña más antigua de la región.
A los pies del monte Gatún, un suelo menos fértil que el que se aproxima a Quel pero resistente a la filoxera y otras enfermedades que acechan alberga los antiguos morgones que se plantaron en su tiempo para cubrir faltas y evitar nuevas cepas secas. Así, ‘hijas’ creadas a base de sarmientos de sus ‘madres’ se suceden en los surcos de la viña Valdetrillo del ya jubilado, pero todavía pastor y agricultor de Quel, José Luis Jiménez. «Aunque hemos vivido siempre del ganado, las viñas eran solo para autoconsumo, por eso nunca las arrancamos. Buscábamos más la calidad que la producción», recuerda.
«Es imposible saber con exactitud la edad exacta de un viñedo antiguo porque no hay constancia de archivos. La única opción es basarte en testimonios e ir echando cuentas», apunta el bodeguero Javier Arizcuren. Y así comienzan ambos queleños a tantear… «De la curva hacia el monte se la compró mi suegro a uno de Villarroya ya siendo muy vieja, y luego un técnico enólogo nos dijo que esta viña tenía perfectamente más de cien años y que podría ser incluso la más vieja de la región», recuerda Jiménez, y Arizcuren pregunta: «¿Esto es ‘pie franco’, de la tierra? Porque ese es el primer dato del que partir».
Y en efecto. El ser ‘pie franco’ implica que la cepa mantiene la misma variedad de la raíz a la hoja, cosa que «ya no se planta desde hace tiempo. Ahora todas van con injertos y raíz americana resistente a la filoxera, creando así dos plantas en una», explica el bodeguero. Así está plantada Valdetrillo, con garnacha (mayormente), malvasía riojana y miguelete. Quién sabe si alguna que otra variedad más cuya constancia se perdió con el paso del tiempo y «con el cambio del modelo productivo de la DOCa Rioja que defendía el arranque de viñas viejas para conseguir más producción».
Arizcuren lleva tiempo tras la pista de la viña más vieja de La Rioja. Su estudio parte de la tipología de los suelos, «unos necesariamente arenosos por ser los únicos donde la filoxera no pudo destruir el viñedo». Unos con buen drenaje y esponjosos, gracias también al empleo de estiércol orgánico de las ovejas en lugar de abonos químicos. «En 1982 había en La Rioja 268 hectáreas de viñedo prefiloxérico, que es el más viejo que puede haber. De ellas, 67 estaban en Quel, el pueblo que más tenía con un 25 por ciento del total, seguido de Los Molinos de Ocón, Hornos de Moncalvillo y Arnedo», indica.
«Quel, además, fue considerado en el siglo XVIII uno de los principales pueblos riojanos productores de vino según registraba el Catastro de la Ensenada, donde más de 230 familias elaboraban vino», apunta Arizcuren evidenciando las posibilidades que tiene la localidad riojabajeña de llevarse el palmarés a los viñedos más viejos. «Es hora de redescubrir estos vinos que ya nuestro abuelos trabajaban», resalta.
«Es importante zonificar los vinos»
El bodeguero queleño lo tiene claro: «Hubiera sido más interesante una clasificación de los ‘Viñedos Singulares’ que valore la identidad de zona y otorgue a estos vinos únicos una denominación que trasmitan al consumidor el destino de origen del vino. Es decir, apostar por una zonificación de los vinos con criterios vitivinícolas». Arizcuren pone en alto el modelo establecido por Borgoña en este sentido, «donde existe un único nombre para cada zona de producción y luego cada bodega pone su diferenciación».
Mientras, aquí «el Consejo Regulador deja poner cualquier tipo de nombre permitiendo a las bodegas que empleen marcas de una zona donde ni siquiera tendrán viñedos y que luego un pequeño agricultor no pueda hacer honor a su tierra». La importancia de zonificar, por tanto, «es clave para poder transmitir toda la información de estos vinos peculiares que no deberían acabar en depósitos de medio millón de kilos». Y en este sentido, Arizcuren también reclama la existencia de un mapa de suelos que determine aquellos más óptimos para el cultivo de la vid, «porque todos saben que hay suelos mejores y peores».
La «suerte» del relevo generacional
Desde que era «un chaval», Jiménez ya subía a esta viña, una en la que en sus buenos años ha llegado a recoger hasta 11.500 kilos, mientras que en las últimas vendimias ha tenido que conformarse con los 4.000. El escaso vigor del este viñedo también le ha ayudado a resistir frente a enfermedades como el mildiu, que «nunca se ha visto en este terreno», y la ceniza, aunque en este caso prestando más atención porque aunque sean cepas viejas y fuertes, el hongo de la ceniza ataca más en zonas frías como esta. Como tratamiento, «tres manos de sulfato y abono en polvo para el final».
Jiménez tiene «suerte» de disponer de un factor del que muchos de su gremio a su edad carecen: el relevo generacional. Con un hijo agricultor el futuro de su hacienda terrenal está asegurado, aunque el futuro de Valdetrillo no sabe hasta cuándo: «Está claro que trabajar con morgones es mucho más laborioso, pero los jóvenes tienen que darse cuenta de que las viñas no son el tractor solamente, que hay que bajarse de vez en cuando. Por eso yo le he enseñado a mi hijo desde siempre a hacer los morgones, a coger la azada si hay una hierba y si el domingo sale buen día, arreando al campo».
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