CARTA AL DIRECTOR

Guiomar, la barrendera

Se llama Guiomar, y es la nueva barrendera de mi barrio. La que ves arrastrar en el parque Gallarza sus aperos en un carrito. La que sólo tiene ojos para el suelo.

Maldice las colillas, los chicles pegados, la piel de los plátanos. Le revienen los gargajos. Prohibiría las pipas con cáscara, los palillos de los helados, los alcorques de los árboles… ¡Y hasta estaría por la labor de fundar una inclusa de descarriadas bolsas huérfanas de manos!

Se agarra tal rebote al tropezarse en la calle con alguna “olvidada y delicada delicia canina”, que en mañanas de asueto, temprano, anda por el parque de incógnito, disfrazada de detective, con ganas de pillar a alguno de esos chulos del barrio con perro: insolentes finolis con máster en hacerse el longuis, y con más morro que un pintor de arte abstracto.

Pero lo que le gusta de verdad es recoger las hojas del otoño, los primeros pétalos de abril en alas del viento, los aviones de papel cuadriculado bajando del cielo de los balcones del barrio.

Y en mayo, juega a cazar al vuelo la bohemia bandada de pelusas de los chopos del Ebro, que tiene en la corteza de uno su nombre escrito dentro de un corazón atravesado por una flecha…

Le agradaría pasar por las calles, pero como las dejó ayer, refregadas, relucientes. Y hacer como que barre el polvo de oro del primer rayito de sol entrando, o recoger, de mentirijillas, bajo los bancos de madera, esos fugaces besos furtivos que el rubor de las miradas cercanas no da tiempo a saborear, y se abandonan recién nacidos, o raspar y raspar las aceras con un cepillo, hasta dar con el dorado escondite de la pátina del tiempo…

Pero la ciudad es tan fértil, que da una cosecha diaria de inmundicia, de barreduras, de hartazgo. Y a primera hora, siempre piensa en dejar el escobillón, la pala, el basurero con ruedas, y colgar su uniforme de luciérnaga. Pero basta que se levante un viento en la calle, que su rimero de hojas amarillas revolotee, que corra detrás de todas, y a la vez de ninguna, que casi las tiente en el aire, para que al pararse y darse cuenta de que no son ni mariposas, se pregunte, si no será que, a lo mejor, sólo ha nacido para barrendera.

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