CARTA AL DIRECTOR

Carta al director: ‘Escuela, sociedad y pin parental’

Vivimos tiempos de contrastes en los que a los logros inherentes a sociedades que crecen en libertad, respeto a las minorías, solidaridad y justicia social, se contraponen tendencias que tratan de llevarnos a transitar veredas que considerábamos ya superadas. Desde mi óptica, este es el telón de fondo sobre el que se construye el debate en torno al pin parental.

Quienes están detrás de la campaña que promueve su implantación poseen estructuras de poder desde las que tratan de imponer su particular modo de entender la vida individual y en sociedad. Y suman elementos que permiten que su mensaje cale. Ya lo han hecho en relación con el sentimiento de identidad nacional, con su cuestionamiento en torno a la violencia machista, en relación con las personas pobres que inmigran a nuestro país o ante el hecho que supone convencer a personas que están en una situación vulnerable de que la responsabilidad de dicha situación la tienen quienes son aún más vulnerables. El mecanismo es aparentemente sencillo, pero a la vez eficaz: mensajes simples y contundentes, repetidos como mantras ante los medios de comunicación y en las redes sociales, acompañados, con frecuencia, de informaciones falsas que son tomadas como verdades de fe por quienes ya se han posicionado previamente y simplemente buscan argumentos adicionales para perpetuar su perspectiva.

Y en el tema relativo a lo que han denominado pin parental, el modo de operar, a mi juicio, está siendo el mismo. Es por ello por lo que siento la necesidad de aportar algunos argumentos, probablemente no originales, pero sí necesarios si se trata de asumir con responsabilidad la acción educativa en la medida en que esta es también una tarea social.

El planteamiento de partida dentro de este colectivo, está impregnado de una palabra: libertad. Remite, desde su perspectiva, a la libertad de las familias para decidir si sus hijos o sus hijas participan en actividades complementarias relacionadas con temas controvertidos desde una óptica ética. A priori, uno puede plantearse que éticamente controvertido puede ser cualquier tema. Basta con que dos posiciones antagónicas encuentren una caja de resonancia. Y lugares comunes en los que parecía que nos habíamos instalado hace poco más de un lustro en el ámbito educativo, tales como el respeto a los diferentes modelos de familia o a la diversidad sexual, ahora son espacios de controversia. En cualquier caso, en relación con estas y otras cuestiones, oponerse al pin parental, como punto de partida no socava la libertad de las familias en relación con la libertad de elección de la educación que recibirán sus hijos/as, toda vez que cada una de ellas elige colegio y lo hace pudiendo conocer previamente el proyecto educativo, los referentes axiológicos y los compromisos que establece el centro.

Por otro lado, la libertad de decisión de las familias no opera como un bien superior al derecho de cada niño/a, a recibir una educación que le permita crecer en lo personal y contribuir de forma constructiva a la vida en sociedad. De lo contrario, esa libertad podría atentar contra otra de orden superior: la del propio niño, la de la propia niña, convirtiéndole en una posesión de su propia familia y en un objeto de reproducción mimética de la cosmovisión que reina en esta, si en la familia así se decidiera.

Hay una cuestión adicional que, en absoluto, resulta baladí. La escuela es un espacio social en el que converge una amplia diversidad de personas y de familias que también son sujetos de derechos. En este contexto, ¿qué sucede, por ejemplo, si una niña educada en el ámbito familiar en una concepción monolítica de la familia como institución integrada por una madre, un padre y sus descendientes, cuestiona la legitimidad a que sea considerada como parte de una familia otra niña que vive con sus dos madres? Como educadores/as, ¿debemos obviar el tema por ser controvertido éticamente? Yo, indudablemente no lo haría. Y he de confesar que hay una motivación personal: la que supone considerar la familia como un ente social constituido por personas que conviven y que se brindan amor, protección, cuidado y apoyo, con independencia del sexo de sus integrantes. Pero hay otra de no menor calado: el compromiso de nuestro colegio en relación con el hecho que supone educar en la libertad, el respeto y la tolerancia.

En el argumentario de este sector ideológico aparece una palabra que remite a una cuestión adicional: adoctrinamiento. En principio, puede resultar paradójico que lo manejen quienes habitualmente han adoctrinado y siguen haciéndolo en torno a visiones unívocas de la realidad. Tal vez su punto de partida debería ser: adoctrinamiento sí, pero en la dirección que nosotros/as determinemos. Con todo, no es esta la cuestión en la que quería reparar. Lo que planteo aquí es que no es legítimo que establezcan una identidad de facto entre educación en valores y adoctrinamiento, como si la una llevara inexorablemente al otro. Adoctrinar implica desarrollar acciones que pretenden inculcar formas de pensar y sistemas de valores. Y la tarea educativa en el ámbito axiológico, siendo ineludible, no necesariamente ha de resultar adoctrinadora. Las cuestiones de naturaleza ética pueden ser presentadas al alumnado desde la clarificación de valores que entraña el respeto a los procesos de selección que realice cada persona entre diferentes alternativas, o desde procedimientos de comprensión crítica basados en el diálogo intersubjetivo y no exento de sentido crítico. Y estos modos de tratamiento están en las antípodas del adoctrinamiento.

Finalmente, es en la propia educación en valores donde radica el último de los substratos de este debate al que deseo referirme. En relación con ella, es preciso resaltar que la escuela no es ni puede ser neutral en el terreno ético. La escuela ha de definirse en las disyuntivas entre la libertad y la subyugación, entre la tolerancia y la intolerancia, entre la solidaridad y la insolidaridad, entre la paz y la violencia… Incluso pretendidas posiciones de neutralidad dejan de serlo en la medida en que, desde lo implícito en el currículo oculto, continuamente se están promoviendo valores, estereotipos, expectativas y creencias. Dentro de este marco, lo que este sector denomina “colectivizar conciencias” no es sino promover valores universales que propician una vida personal y social constructiva: libertad, responsabilidad, tolerancia, solidaridad, justicia, paz…, lo que no entra en contradicción con la existencia de un universo axiológico de carácter personal con el que la propia escuela ha de ser respetuosa.

En este contexto, educar, por ejemplo, en el respeto ante la diversidad sexual, no es promover lo homosexualidad entre personas heterosexuales como manifiesta este sector de la sociedad a veces con frases tan burdas e insultantes para quienes desarrollamos la labor educativa como la de un parlamentario europeo de nuestro país que señaló recientemente que “el pin parental es un instrumento para evitar que tu hijo (…) pretenda penetrar a su hermanito para liberarlo del heteropatriarcado”. Es entender que en cuestiones de identidad sexual la frecuencia estadística no es el patrón de normalidad. Es comprender y aceptar formas de vida que no necesariamente coinciden con la propia. Es conectar empáticamente con las emociones y sentimientos de las otras personas con independencia de que sigan caminos diferentes al tuyo. Es ser tolerante ante la diversidad. Es cuestionar el statu quo que en muchos contextos sigue considerando como objeto de persecución lo que no es sino una alternativa legítima de identidad personal y de vida sexual… Y el foco en relación con la educación en valores, podría situarse en otras cuestiones, pero desde el soporte de los valores universales, la mirada sería similar.

Por todo ello, hay un mensaje final que deseo enviar a las personas que defienden la implantación del pin parental; es un mensaje que está impregnado de emoción, de racionalidad y de compromiso como padre, maestro y ciudadano: pin parental, en mi nombre, no.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

Subir