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La lealtad de un abrazo de gol

Foto: Eduardo del Campo

La Unión Deportiva Logroñés no es un club que haya alcanzado aún el escenario donde se presentan los gestos cotidianos. Digamos que la cultura futbolística de esta ciudad, por cómo somos (también por lo mucho añorado, y también por lo sufrido y no vivido) impide la construcción de esos pequeños gestos que muchos pasan inadvertidos pero que igual alguno queda para la historia.

No sé, el escudo de tu equipo en el retrovisor central de tu coche, una bufanda en la bandeja trasera del maletero, un paraguas blanco y rojo, el bar presidido por la foto de Cervero, el bocata con nombre de Iñaki, el niño queriendo ser Errasti, la blanquirroja en el balcón con la foto del gran capitán con más de 200 partidos en el club… o Las Gaunas con el escudo de la Unión Deportiva Logroñés, porque ni con ese gesto se cuenta.

Uno, quizás embelesado por la literatura futbolística y su liturgia, como que se imagina a un socio, emocionado él, en Valdegastea clavando una bandera para una composición fotográfica que quedará por siempre para la historia. La ausencia de éxitos deportivos lastra cualquier tipo de gesto, que podría ser calificado de artificial por aquellos que siguen de espaldas al fútbol. Eran 1.500 en León antes del ascenso, y ahora la Cultural forma parte de la vida cotidiana de su ciudad. El ascenso como palanca de cambio, como motor para la agitación definitiva. Sin el ascenso, el volantazo continúa inacabado.

Sin ascenso siempre hace frío, o es sábado, o hace calor, o marcho para la huerta, o es día de playa, o no juegan ni a las tabas, o hay puente, o lo hace el Madrid, o el Barcelona, o… Sin ascenso, esto trasciende a 3.500 fieles que entienden el camino como la mejor manera de esperar lo inevitable: y es que al ascenso, algún día, llegará. Porque si algo ha constatado esta plantilla tras estas quince primeras jornadas de liga es que en este club comienzan a hacerse bien las cosas al calor de los buenos resultados.

Ander Vitoria y Errasti pelean por el balón en el UD Logroñés – Guijuelo | Foto: Eduardo del Campo

Es un primer balance, solo son quince partidos, pero estos primeros quince partidos vienen precedidos de cinco temporadas (por supuesto con las de Carlos Pouso) en las que este club está trabajando hacia el éxito, y que solo los pequeños detalles acabarán por determinar cuándo se produce en el tiempo.

El balance actual es que esto está dirigido por un entrenador riojano, por una directiva riojana ahora ya profesionalizada con tiempo para pensar cosas, por un presidente de aquí que siempre alude a algo importante: “Venir a La Rioja y poder ir con la cabeza alta”. Y la captación de talento ha permitido dar pasos necesarios que dan sus frutos si se les deja trabajar: Carlos Lasheras, Ibon Labaien, los servicios médicos, la preparación física… En este club hubo un tiempo donde no había posibilidad de tener un entrenador de porteros. Que se lo pregunten a Miguel Martínez de Corta.

El liderato es un hecho puntual, momentáneo, pero ni mucho menos se produce por casualidad. Este equipo nunca había defendido con éxito su primera posición. Le duraba la felicidad más bien poco, y ahora no solo lo conserva sino que lo aumenta, porque nunca antes había logrado tantos puntos (33) y un liderato tan alejado en el tiempo respecto a la primera jornada (estamos en la decimoquinta). Y esto, tampoco llega por casualidad.

La lealtad hacia el compañero como elemento determinante para ganar en Las Gaunas al Guijuelo, para superar a sus rivales en unas pistas de atletismo, en Tajonar, en Urritxe, en El Helmántico… esos partidos que bien valen en primavera un campeonato. Es la solidaridad de unos futbolistas que han experimentado un cambio profundo, silencioso, quizás nunca verbalizado, pero realmente importante y necesario: el curso pasado, tras una segunda vuelta de equipo campeón, los veteranos de ese vestuario, que lo siguen siendo en este campeonato, se dieron cuenta de que sí, que sí pueden ser primeros a final de una temporada. Vieron que ellos también pueden ser un transatlántico, pero que para esta singladura todos deben remar, del primero al último. Errasti se tira al barro, como Caneda, como Zabaco, como Santos, como Olaetxea, como Vitoria, como Iñaki, como Rubén Martínez… como para no hacerlo Iago, Sierra, Álamo, Roni, Sierra, o al que le toque participar en un momento determinado.

Rubén Martínez controla el balón en el UD Logroñés – Guijuelo | Foto: Eduardo del Campo

El equipo necesita de todos. Caneda necesita a Zabaco como se ha demostrado contra el Guijuelo cada vez que Adrián Cruz le buscaba la espalda con Espina a la carrera. Entonces Zabaco saca las castañas del fuego a Caneda, que a su vez le muestra una salida de balón más clara y precisa. O como Andy, que necesita de Errasti para ser más Andy que nunca. O como Olaetxea que sigue creciendo en lo individual, con otro gol más, gracias al apoyo de sus compañeros. O como Ñoño, que disfruta en la izquierda porque Iñaki, sobre todo, y también Paredes, cierran el lateral izquierdo en cada partido. Y así todos, uno tras uno, poniendo el colectivo por encima de lo individual. Así se gana al Guijuelo. Y no es por casualidad. Es porque la lealtad permite abrazos de gol.

Y es que no se puede ganar de otra forma. Es imposible salir victorioso ante un equipo como el Guijuelo, que pone el partido en el bloqueo absoluto, sin la generosidad de cada futbolista para disfrutar en cada disputa, en cada balón dividido. De ahí que el tanto que ha abierto la victoria haya llegado con Ñoño saliendo victorioso tras cada topetazo contra los rivales salmantinos, y el disparo de Vitoria lo cabecea a la red Olaetxea porque cree absolutamente, primero, en Ñoño, y después, por supuesto, en Vitoria, tanto como para correr hasta la frontal del área pequeña y esperar que surja el rechace y la magia de un gol en Segunda B.

Y llega hasta ese espacio de no retorno porque sabe que tendrá opciones de aportar algo. Así llega el tanto, y la victoria, que redondea Álamo, sin muchos minutos, pero que cada vez que sale hace cosas interesantes, como en el Helmántico ante el Salamanca, hace un par de semana en Las Gaunas o este domingo con el segundo tanto en una contra lanzada por otro que lo da todo el tiempo que está sobre el terreno de juego. Roni aporta desde el banquillo y también lo hace cuando es titular, como el pasado sábado en Salamanca. La lealtad como atributo futbolístico para ganar diez partidos en quince jornadas. No hay más misterio. Pero es tan complicado que a esta entidad le ha costado diez años y once temporadas llegar a este punto donde todo parece salir casi por arte de magia.

Pero todos sabemos que las victorias no llegan por casualidad. Sabemos que tras cada balón dividido, tras cada remate a puerta, detrás de cada nuevo socio, tras la compra de unos terrenos hay un mucho trabajo, que los gestos no sirve de nada. Son para la galería. Lo de los gestos, mejor dejárselo al aficionado, que debe ser el encargado de generar esa iconografía futbolística hacia lo cultural. Pero está claro que solo un ascenso agitará las pasiones más íntimas. Cuestión de tiempo.

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