El Rioja

“El éxito del enoturismo en La Rioja debe partir de una visión 360º”

La directora general de Turismo explica las claves que hacen del enoturismo un gran motor económico en la región

Directora general de Turismo, Amaia López de Heredia

Ofertas y folletos sobre experiencias enoturísticas colman a día de hoy la mayoría de los planes riojanos. Y, cómo no, este motor económico de la región debía tener su propio homenaje. Así, este domingo se celebra el Día Internacional del Enoturismo. Internacional, sí, porque se ha convertido en uno de principales atractivos para los turistas extranjeros, aunque también los haya nacionales y, por supuesto, locales.

Ahora, la nueva directora general de Turismo, Amaia López de Heredia, lidera desde el pasado mes de septiembre la gestión de todo este mundo vitivinícola que existe entorno al ocio dentro de la Consejería de Desarrollo Autonómico.

– Es evidente que el enoturismo en La Rioja genera, y generará, un gran crecimiento a diversos niveles en toda la comunidad. ¿Qué es lo que lo hace tan sugestivo?

– Supone una verdadera industria turística que no solo ha influido en el crecimiento económico, sino también social, responsable y sostenible que ha mejorado la vida de la población riojana. Por eso se le ha dedicado tanta atención, llegando incluso a considerarse una de las principales palancas motivadoras para atraer turistas a la región. Los motivos son claros: autenticidad y preservación de la identidad. Estos factores son realmente valorados por los visitantes porque buscan, precisamente, la autenticidad del territorio, el contacto personal con los propios actores del mundo del vino (tanto viticultores como bodegueros), que las experiencias sean visitas con alma e identidad, y que se muestre cuál es la forma de vida de los riojanos alrededor de esta realidad cultural y productiva. Nuestra singularidad y forma de hacer debe ser el ADN de la oferta que proponemos, evolucionando e innovando sin perder la esencia y siendo fieles a aquello que nos representa.

– Ante esta realidad, ¿cuál es el papel que debe adoptar la región para hacer frente a esta afluencia masiva de turistas en busca de esa cultura vitivinícola?

– Lo importante es concebir este turismo como aspecto necesario para vender vino y el vino como algo que ayude a vender el turismo. El impacto turístico en un territorio, si se gestiona de manera sostenible, tiene importantes beneficios, pero se deben tener en cuenta las demandas de los propios visitantes. A pesar de que, desde el Gobierno de La Rioja, la turistificación de esta industria vitivinícola se está gestionando, en general, con bastante acierto, hay que trabajar, entre otros asuntos, en la valorización del vino como alimento. Se trata de poner este producto como elemento identitario, como alimento, como cultura, más allá de la fiesta que gira en torno a él. Además, no hay datos exactos sobre los tipos de turistas que visitan la región atraídos por el vino, pero desde la dirección se va a trabajar para estudiar y conocer mejor el perfil del visitante, sobre todo, de los enoturistas potenciales.

– ¿Y, en este caso, cuáles se consideran bodegas potenciales en La Rioja?

– No hay un estudio que revele unas cifras determinantes, pero me atrevería a decir que por lo menos debe haber unas 100 bodegas potenciales que, de una forma u otra, están incorporadas decididamente a la actividad turística. Cada una, eso sí, con modelos de negocio distintos en función de sus dimensiones, porque una pequeña bodega también tiene un gran valor para el enoturismo y para ese visitante que busca conectar con personas y con esos pequeños lugares escondidos de cada territorio pero que no tiene capacidad para una gran promoción a nivel internacional de forma individual. Uno de los puntos fuertes de esta región es que en un territorio de dimensiones de fácil recorrido conviven bodegas de diferentes tipologías, tanto en contenido como en continente, que pueden demostrar al visitante aspectos muy diversos y ofrecer un gran valor añadido. Es esa complementariedad lo que realmente atrae al visitante. Pero hay que seguir trabajando en ofrecer unas experiencias mucho más personalizadas, añadiendo una capa digital al enoturismo porque esto es algo que hay que hacer en cualquier actividad turística. Y, sobre todo, estar atentos y reflejar una organización que piense mucho en qué es lo que realmente motiva a visitar la tierra del vino. Es decir, trabajar en ser atractivos y presumir de ser destino preferente.

– Es evidente que La Rioja es tierra de vino. Pero, ¿desde cuándo se concibe en la región esta industria enoturística de la que habla?

– Lo que comenzó como iniciativas aisladas de particulares pasó, más adelante, a convertirse en proyectos de territorio. Así, la Asociación de Ciudades del Vino se gestó en el 1996, pero no fue hasta el 2004 cuando empezó a trabajar con el modelo ‘Rutas del Vino’, con el cual la comunidad participa con dos de sus itinerarios (vinos de Rioja Alta y Oriental). Muchas de las comunidades del interior de España se han incorporado a la actividad turística desde hace escasas décadas y al enoturismo hace en torno una década. Pero, realmente, creo que el gran despliegue del enoturismo en la región se ha producido en los cuatro o cinco últimos años. Por tanto, todavía queda camino por recorrer para el desarrollo de este tipo de turismo que se alinea muy bien con las expectativas de gran parte de la demanda social, la cual busca conectar con el estilo de vida de los territorios que visita y profundizar en su cultura gastronómica y culinaria. Y, en este caso, La Rioja puede y debe jugar en Primera División.

– ¿Qué claves considera óptimas para que el enoturismo juegue en esa posición?

– El éxito del enoturismo en La Rioja debe partir de una visión 360º, es decir, debe hibridar bien prácticamente con todo, empezando desde el origen (la vid) a la copa. Todo lo que podamos contar de nuestro estilo de vida alrededor de la cultura vitivinícola y todas las experiencias que pueda vivir el visitante en el viñedo, en la bodega, en el proceso de transformación, son bien recibidas, porque el vino es cultura, es naturaleza, es arte, nos va bien con casi todo. Por ello, la agenda de actividades enoturísticas debe ser muy amplia y variada, destinada a públicos y gustos muy diversos.

– Más allá del beneficio económico que genera, ¿en qué otros ámbitos el enoturismo se lleva el palmarés productivo?

– El mercado exterior nos reconoce, principalmente, por la arraigada cultura vitivinícola que tiene el territorio, pero, en un sentido más amplio, también por la gastronomía, la hostelería, la naturaleza, el termalismo, el esquí y un estilo de vida un poco a la riojana que implica esa ruralidad. Y digo rural porque uno de los impactos de este ‘vivir por y para el vino’ también se refleja en la fijación de la población en los entornos rurales, por lo que el impacto también es social y ambiental. En este sentido, la transversalidad de esta actividad turística supone un gran valor. Afecta tanto al sector transformador, como a la industria agroalimentaria, como al sector servicios… Es decir, es un turismo que aúna sectores y potencia las sinergias que existen entre ellos. Da nuevas posibilidades de uso a sectores tradicionalmente primarios o secundarios que han decidido en los últimos años hacer inversiones e incorporarse al sector turístico que tiene unas reglas de juego diferentes y que, con el tiempo, se ha ido profesionalizando.

– Todo esto incidiendo de forma positiva en uno de los asuntos que más quita el sueño a la población, el empleo.

– Así es. Y ya está afectando, porque en los últimos años se han generado nuevos perfiles de trabajo en las propias bodegas. Si nos remontamos unos años atrás, donde el comercial de vinos o el departamento de marketing que vendía el vino, tímidamente hacía alguna visita, ahora hay bodegas que han estructurado verdaderos departamentos dedicados al enoturismo y esto hace que exista una nueva forma de ganarse la vida en este territorio. Son unidades de negocio dentro de la bodega que hace unos años no existían y que igual antes eran denominadas relaciones públicas, pero que ahora se llaman departamento de enoturismo, propiamente dichos, que se dedican únicamente a comercializar servicios turísticos en la bodega.

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