El Rioja

Cuando el tiempo se detiene

Julio López de Heredia | Foto: Clara Larrea ©

Cuando alguien como Julio López de Heredia descorcha uno de sus vinos para compartirlo contigo, sientes respeto. Respeto por el hombre que te abre su casa, respeto por el lugar donde estás y respeto por todo lo que esa etiqueta trae consigo. Estamos en Haro, en el histórico Barrio de la Estación. Estamos en Viña Tondonia.

Y mientras veía a Julio descorchar la botella con la seguridad de quien ha ‘parido’ ese vino, con la tranquilidad de quien conoce todos los detalles de la añada que te ofrece, yo andaba dándole vueltas a un pasaje de un libro de Arturo Pérez-Reverte que leí hace apenas unas semanas:

– Una vez, en mi juventud, combatí a bordo de un navío. Estábamos rodeados de ingleses y en ese momento no había esperanza de vencer. Sin embargo, nadie pensó en arriar la bandera.

– Eso se llama heroísmo.

– No. Eso se llama tenacidad. Certeza de que, se gane o se pierda, uno hace su obligación.

Y me cuadraba ese diálogo que mantenían dos hombres buenos con el tesón demostrado por esta familia jarrera en mantenerse fiel a una manera de ver la vida. Son días de vino y rosas en Tondonia, pero no siempre ha sido así. Vuelven los clásicos, podrían decir algunos, y es cierto, vuelven, pero por el camino ha quedado gente de valor víctima de la voraz tendencia que impuso Parker hace apenas unos años. Concentración, mínimas crianzas, extracción, color…

En López de Heredia supieron andar su camino y hoy recogen el premio a su convicción. En el Barrio de la Estación, y más concretamente en esta centenaria casa, no gustan esas modas que te hacen ganar el mundo en una hora pero que son capaces de hacértelo perder en un minuto.

“Ahora estamos viviendo un momento dulce, pero no siempre ha sido así”, me confía Julio tras comprobar que todo está en orden en el 2004 que ya respira, “algunos de los que nos precedieron las pasaron “canutas” para conservar esta tradición elaboradora, pero se mantuvieron firmes en sus ideas. Por respeto a ellos, mis hermanos –María José, Mercedes y Rafael– y yo, que somos la cuarta generación, debemos seguir ese camino”.

“Hubo un momento extraordinario en los inicios en los que también la suerte jugaba su parte cuando todo lo que se producía a granel estaba vendido a un mercado como el bordelés, pero mi bisabuelo hizo una apuesta arriesgada por la tierra y por La Rioja, ahí se lo jugó todo con convicción. Él decía, ‘si esto lo han demandado los franceses y con nuestro vino han conseguido mantener su mercado, ¿por qué no podemos hacerlo los riojanos?'”. Y el tiempo, tenaz, tozudo, ajeno a todo lo que no sea verdad, le ha dado la razón a don Rafael López de Heredia y Landeta.

“La bodega ha ido ampliándose casi siempre sobre la idea original de mi bisabuelo, él ideó un proyecto que todas las generaciones de esta casa hemos respetado conservando nuestra historia, que no es ni mejor ni peor que otras, pero que es la nuestra. Son los mimbres que nos han dejado y ese tesoro, que es nuestra memoria, está extraordinariamente documentada”. “Verba volant, scripta manent”, decían los clásicos. “Y todo eso, cuando veo fotos con mi abuelo o jugando con mis hermanos en el viñedo, refuerza mucho tu convicción en los momentos de debilidad”.

Una filosofía de hacer vino

Desde la perspectiva que dan los años, Julio mira con la misma tranquilidad tanto los vinos que viven con décadas de reposo como los que acaban de entrar en barrica: “Apenas hay diferencia entre la manera de hacer aquellos vinos y los de hoy en día. Apostamos decididamente por las crianzas largas. Nuestros Grandes Reservas nunca los comercializamos con menos de 18 años de edad, y ahora estamos delante de un vino que tiene 6 años de barrica y ya lo ves, perfecto”. Coincido, perfecto.

Tengo que reconocer que me gustan los vinos de corte moderno, pero cuando disfruto de uno de estos clásicos de categoría me acuerdo de un amigo que siempre suelta como latiguillo una máxima que empieza a hacerse reputada, “esos vinos de autor con tanta prosopopeya se escapan a mis entendederas”. Los Tondonia, en toda su complejidad, son muy sencillos: trabajo meticuloso en campo, uva de calidad, largas crianzas y cuidado absoluto por el detalle. Tan sencillo… y tan complicado a un tiempo.

Esa botella que me mira displicente mientras conversamos guarda muchas fatigas en una bodega en la que todo se cuida con mimo, en la que hay errores y virtudes porque las tareas las hacen personas que han pasado media vida en Tondonia: “Nuestra tradición depende de nuestra calidad, y esa calidad la conseguimos con nuestra gente, con un viñedo viejo, con suelos muy seleccionados, con trabajo. En definitiva, el cultivo tradicional destinado a conseguir una determinada calidad de uva. Y nosotros seguimos creyendo en ello”.

“Somos una de las pocas bodegas”, apunta con orgullo Julio, “que tenemos tonelería propia, porque haciéndolas controlamos todos los pasos, en definitiva, su calidad y más tarde su mantenimiento. Tenemos 75 grandes tinas y muchas de ellas tienen más de 100 años, necesitamos una tonelería y toneleros que hagan barricas acordes a nuestras necesidades y que hagan un mantenimiento exhaustivo de las 12.000 barricas que conforman un parque de barrilería que, siguiendo nuestra tradición, no es precisamente joven. Pero que se encuentra en perfecto estado de conservación y sigue vivo”. Viendo cómo trabaja José Mari, el tonelero, no me cabe duda de que están en buenas manos.

“Nuestro éxito se basa en que tenemos aficionados al vino que nos han sido fieles y han reconocido nuestra tradición, ése es nuestro mayor capital. En esta casa pensamos que no hay que poner Rioja patas arriba, ahora se miran mucho otras cosas con elaboradores nuevos, y los respetamos muchísimo, pero nuestro tipo de vino clásico siempre debe ser una de las patas sobre las que se apoye el Rioja. Somos una denominación histórica, y eso es precisamente lo que nos permite hacer muchas cosas y convivir con muchos estilos”.

Tintos, blancos y rosados

“Si el blanco es una singularidad de esta casa, si el rosado es una rareza que sorprende a la gente, los dos tintos que ofrecemos tienen también una personalidad tremenda. Los blancos son vinos muy trabajados, de larguísimas crianzas en bodega, pero su verdadera base es el trabajo en la viña. Son vinos que están elaborados con viura y, en el caso del Tondonia, con un 10-15 por ciento de rojal, malvasía de Rioja”.

“Pero claro, con viuras entradas en años que ofrecen unos rendimientos medios de unos 2.500 kilos –recordemos que el papel admite hasta 9.000– con un impacto mínimo de las añadas. Son tan viejas que siempre responden, y la viura para el envejecimiento es fantástica. Tenemos blancos del año 1957 que están divinos y con vida por delante”.

Es la grandeza de las bodegas centenarias, hablan de añadas históricas con la sencillez de quien sabe que pasarán otros veinte o treinta años y seguirán ocupando su lugar en el botellero sin apenas haber sentido el paso del tiempo. Pero también con el orgullo del que conoce lo luchado para crear el mito. “Ahora los blancos están muy demandados, pero no siempre ha sido así. Hubo años que no terminaba de venderse y teníamos botellas con cinco o seis años de decalaje con la añada de tinto, cuando sus tiempos de crianza y envejecimiento son los mismos. Se acumulaban añadas, imagínate, y ahora prácticamente los vendemos por cupos”.

“Algunos”, subraya el bodeguero, “nos llaman inmovilistas, pero nosotros creemos que lo que somos es muy arriesgados… ¡Qué mérito tuvo don Pedro que no arrancó ni una sola hectárea de blanco cuando te daban 1,5 de derechos de tempranillo! Son decisiones que marcan el devenir de una bodega”. Y es cierto, eso sí que fue exponer y confiar en tus fuerzas cuando algunos críticos ceñían un halo de indiferencia sobre López de Heredia.

“El rosado es algo más curioso, porque no lo elaboramos todos los años. Es exclusivamente Viña Tondonia y ahí estamos limitados por las variedades. Es un vino que tiene fundamentalmente garnacho, algo de tempranillo y viura. Lo hacemos en uva y mediada la fermentación se sangra. Pero no lo podemos hacer todas las cosechas, tienen que estar perfectas las condiciones para elaborarlo porque es un vino que nos obliga mucho. Por otra parte tiene cuatro años en barrica y un mínimo de tres en botella, te estoy hablando de un rosado que va a salir a mercado con la contraetiqueta 2009”.

Los nuevos viñedos singulares no entran de momento en los planes de la bodega jarrera: “Respeto esa nueva visión, pero no acabo de verla clara. Sólo sacamos las uñas si alguien nos discute que tintos con seis años de crianza en barrica y cuatro en botella no son en sí mismos una singularidad… Porque para hacer eso no vale cualquier vino, preferimos ser singulares a nuestro aire. Hablo de haber conservado nuestros viñedos históricos, el trabajo en el viñedo, la recuperación de las variedades o incluso en la manera de elaborar. Creo más en apretar los dientes, defender y pelearte por tu bodega trabajando con humildad”.

Rioja debe creer en su historia, pero haciendo camino al andar que decía Machado. “Somos una denominación histórica y aquí se han hecho un montón de cosas bien. La Rioja necesita reforzar su carácter que se está perdiendo por el volumen y la apuesta por ampararlo todo es muy arriesgada. Con respecto a los jóvenes te diré que me encanta ver cómo trabajan, que están haciendo algo importantísimo como es mantener esos viñedos centenarios que estaban abocados a la desaparición, no sólo de las cepas, sino también del paisaje. Son un aire fresco que quiero que sople con intensidad y me gusta que esté teniendo reconocimiento”.

“Están haciendo un trabajo que me parece extraordinario, pero no nos debemos olvidar de la tradición de Rioja. A mí lo que me apena es que hace cuatro días el Consejo Regulador haya acortado los tiempos de crianza para blancos y rosados, eso me apena profundamente porque es negar nuestras raíces. La pérdida de cultura de consumo en nuestro país también me preocupa mucho, porque realmente es una pérdida de cultura. Es el reto que tenemos por delante, atraer a la gente joven a este mundo maravilloso”, concluye Julio. Cuando me propone bajar a ver “el cementerio”, apuro mi copa y veo que la tenacidad de esta bodega representa su futuro. Y sobre todo, que estando en Tondonia el valor del tiempo es otro.

Julio López de Heredia | Fotos: Clara Larrea ©

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