El Rioja

Los secretos del tempranillo peludo de Marcos Eguren

La conocida ‘dictadura del tempranillo’ trae la nota discordante de una ‘rara avis’ de apellido peludo. En realidad también el tempranillo normal llega con su apelativo, en este caso lampiño. Pero es como si lo hubiera perdido por el camino al ser el más habitual, prácticamente el único. La ‘dictadura del tempranillo lampiño…’.

El tempranillo peludo es una variedad típica de la Sonsierra que se conserva salpicando multitud de viñedos viejos en la zona de Ábalos, Briñas y San Vicente. Aunque también encontramos ejemplos en Laguardia y en corros perdidos en parcelas viejas a las faldas de Sierra Cantabria. Dentro de la variedad tempranillo hay diversidad intravarietal, el peludo es simplemente uno de ellos, que se distingue porque presenta un envés más velloso, un carácter morfológico que lo diferencia y que, en el caso del peludo de Señorío de San Vicente, ofrece una producción inferior con una piel en sus bayas más gruesa.

Una bodega, la de los Eguren, que se ha distinguido por defender esta peculiar variedad de tempranillo y que se encuentra en su quinta generación con Marcos y Miguel en el día a día. Dos hermanos que han recogido el testigo de viticultores de raza como Amancio, el bisabuelo; Vitorino, el abuelo; y su padre Guillermo.

Me recibe Marcos y rápidamente la conversación se enfoca hacia esa singularidad peluda y el momento en el que se deciden por ella para uno de sus viñedos emblemáticos: “A finales de los 70 aquí parecía haber una carrera a ver quién producía más. Mi padre se propuso el reto de ver si en bodega éramos capaces de hacer algo que creara una diferencia. Siempre vendíamos vino joven y estábamos encasillados; en aquellos años cuando se hablaba de vinos de guarda todos pensaban en las bodegas centenarias y sus grandes reservas”.

Una época complicada en Rioja

Eran tiempos, sin duda, complicados aquellos de los 80. Fue entonces cuando se acuñó el axioma que con el tiempo cuajaría como ‘dictadura del tempranillo’, viuras y garnachas viejas desaparecían para hacer hueco a la variedad de moda, y parecía que se había organizado una competición por ver quién era el guapo capaz de producir más kilos. Las bodegas históricas de Rioja seguían a su ritmo y marcaban los tiempos del viñedo riojano.

“Mi padre Guillermo quería singularidad y nos decidimos por el tempranillo peludo porque funcionaba perfecto en nuestros viñedos de la Sonsierra. Se plantó la viña y cuando salió la primera añada en el año 1991 causó sensación; en aquel momento los Rioja de calidad se asociaban a crianzas largas, colores más ocres… Rompimos el molde. Íbamos buscando en cierta manera el vino de nuestros abuelos, aquellos tintos con más estructura y nervio y en los que la madera interviniera menos. En nuestra selección era prioritario el equilibrio. Un vino con fruta, con fuerza, y que sorprendía porque después de haber pasado toda la crianza era un tinto que seguía entero, vivo, joven…”.

Lo dicho, una época de cambios en Rioja y, en general, en el panorama vinícola nacional. “Eran tiempos de ‘riojitis’ en los pocos prescriptores que había de vino; lo moderno era hablar de Ribera del Duero y murmurar sobre el clasicismo riojano, y claro, el San Vicente sorprendió. Recuerdo la frase”, apunta con un deje de ironía, “de un colega muy conocido del que voy a evitar nombre, que me soltó sin ningún pudor aquello de ‘es que esto no es vino de Rioja’; a lo que le respondí que no sabía si era de Rioja, pero que sí le garantizaba que era vino de San Vicente de la Sonsierra y de un viñedo concreto. Evidentemente no es lo que vosotros estáis haciendo”. Y ahí quedó el duelo dialéctico, con un bodeguero mirando al futuro y otro con la mente anclada en el pasado.

“El viñedo lo plantó mi padre en el año 1985 y fue Manuel Ruiz Hernández quien le puso el nombre: ‘Esto es tempranillo peludo de la Sonsierra porque detrás de la hoja tiene algo de vellosidad’. Lógicamente en toda la zona hay plantas de tempranillo peludo en los viñedos viejos, quede claro que nosotros no descubrimos nada. El camino que seguimos fue buscar con auténtico celo dentro de nuestros viñedos más antiguos de San Vicente una serie de plantas de calidad. Seleccionamos buscando sobre todo equilibrio, y también tanicidad y acidez porque el objetivo desde el principio en La Canoca era hacer vinos de guarda”, explica.

“Buscábamos las que mejor representaran lo que es nuestra zona. Vinos completos y equilibrados, con estructura pero con frescor, elegancia, tanino pulido, eso queríamos. Hicimos una selección de cepas durante cinco años y las plantamos en un viñedo; no es una selección clonal como tal, sino una selección masal, nosotros cogimos sarmientos de las plantas que más nos gustaron y las intentamos reproducir. Fíjate qué curiosidad, estoy seguro que mi padre estaba convencido que no íbamos a coger peludo. Te lo digo porque nos miraba como diciendo, “estos hijos se están equivocando, a ver si luego se lo quito de la cabeza”.

Puntualización sobre el significado de selección masal. Es un método de propagación de la vid basado en la identificación de los mejores ejemplares dentro de la población de plantas de un viñedo, de acuerdo a su fenotipo. Se entiende que el fenotipo son los rasgos particulares y genéticamente heredados que lo hacen único e irrepetible. Hecha la puntualización, dejo que continúe el bodeguero.

“Yo creo que en cada pueblo, en cada familia, hay singularidades en el viñedo, pero ahora se ha perdido mucho ya que se compran las plantas en el vivero. Nosotros le llevamos el sarmiento al viverista para reproducir exactamente lo nuestro, lo que siempre hemos tenido en mi pueblo y en mi familia. En todos los viñedos de hace 60/70 años estaban las plantas mezcladas y los agricultores lo hacían porque sabían lo que querían, blancos y tintos mezclados con diez o doce variedades distintas. No sabían muy bien dónde le caía la blanca, pero sabían el viñedo que querían”. Siempre se ha dicho que no hay abuelo que dé puntada sin hilo.

Algo que sin duda no ocurre ahora, donde el tempranillo comparte su dictadura con la del clon productivo. “Ahora no estamos en esa situación”, continúa Marcos, “ahora los viñedos son homogéneos sin apenas mezcla de variedades. Antes, hace 30 años, era el agricultor quien seleccionaba su planta. Plantaba el portainjerto y luego lo injertaban en el campo, por eso hay singularidades y diferencias claras entre pueblos, tú ves tempranillos viejos de Ábalos o Baños de Ebro y son diferentes a los nuestros”.

Y ahí apunto yo que ésa es una de las verdaderas grandezas de los viñedos de nuestra tierra. Resulta muy curioso caminar por majuelos de los de antes en la Sonsierra viendo parcelas hechas para tintos de maceración carbónica. Ahí están los tempranillos siempre ligados a un 10 o un 15 por ciento de viura o malvasía. Y el que quería garnacha o graciano le metía una punta de la variedad. Son viñedos preciosos y hechos a conciencia.

Se dice que va bien para vino joven el tempranillo peludo… suelto con un punto de malicia. “Pues sí, para joven tiene muy buena pinta, pero nunca lo hemos hecho porque para vino de guarda, ¡está espectacular! Tiene una estructura tánica muy marcada y siempre trae más componentes aromáticos. Fíjate Fernando si tiene estructura aquel ‘91 que guardamos una pequeña partida que jamás ha tocado la madera y ahora lo abres y está sorprendente. Lo grande es que su evolución ha ido hacia la convergencia con el criado en barrica. Mucha fruta, balsámicos, notas de hierbas, algo más de pasa, no sé, emocionante para los que hemos visto crecer ese vino. El único restaurante del mundo que lo tiene es Can Roca porque lo probó y se enamoró de su historia, no supimos decirle que no y lo tiene en su carta”.

¿Por qué, entonces, no hay más tempranillo peludo en el viñedo? “Porque es bastante menos productivo, nosotros cuando plantamos La Canoca ya lo sabíamos y pusimos mucha densidad, lo habitual ronda las 2.800 cepas por hectárea y nosotros pusimos 4.500. Aun así, no solemos pasar de 4.200-4.500 kilos como mucho. Unos 0,6-0,7 kilos por planta para recoger la calidad que queremos. En mi casa siempre hemos pensado que el vino hay que hacerlo en el viñedo. Si eso es lo que la viña da cuidándola y respetando su rendimiento, eso es lo que debemos recoger”. Y es que somos lo que hacemos día a día, vinos como San Vicente no se consiguen por generación espontánea, sino por hábito de trabajo.

La historia de un vino

También tiene una historia curiosa este San Vicente. Con las 18 hectáreas que plantó Guillermo Eguren en 1985 se produjeron en la primera añada del ´91 únicamente 12.000 botellas que, en palabras de Marcos, volaron. “Esa primera añada dio un golpe sobre la mesa e hizo que nos conocieran de otra manera. Los años 92 y ´93 no dieron la talla y decidimos no sacar San Vicente al mercado, pero el distribuidor americano quería vino sí o sí. Lo vendió todo y no entendía que no le diéramos más, ¡y todavía estábamos en 1995!”.

“Le dijimos que con etiqueta de Reserva imposible tener vino hasta el ´98. Su respuesta fue toda una sorpresa, que en Estados Unidos les daba igual, que nadie tenía ni idea de lo que significa eso de Reserva. Creo que aquel año inauguramos la moda de etiquetas genéricas porque así salió. Probamos a venderlo en América con genérica y… ¡desaparecían igual! Yo creo que fuimos los primeros”.

“La cosecha del ´94 fue fuera de serie y eso nos ayudó mucho. En el ‘97 sacamos menos botellas porque fue una añada malísima y cambiamos el tipo de barrica, además de comenzar con una selección muy fuerte. En 2000 metimos la mesa de selección y, por ejemplo, en 2013 se retiró hasta el 30 por ciento en mesa, hay años en los que de este vino se procesan menos de 300 kilos/hora entre 16 personas”. Cada cosecha es una historia.

“Pero pasado el tiempo, echando la vista atrás, puedo decir que el San Vicente de tempranillo peludo sólo nos ha dado satisfacciones. Mi padre más de una vez ha tenido que aguantar la mofa de sus amigos que le decían, “vaya viñedo tienes, precioso, pero produce poco, ¿no?” Nos reímos al recordarlo, y lo entendemos, porque en el fondo somos responsables de una tradición que nos llega con mimbres de generaciones anteriores. Y fue así, respetando el legado que nos dejó mi padre, como nació este vino”.

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