El Rioja

Un desconocido llamado calagraño

Son muchos años recorriendo viñedos, jóvenes y viejos, y en todos ellos siempre que se habla del calagraño se da la misma reacción en el agricultor: tras la sorpresa inicial, un momento de duda seguido de una justificación. Incluso el silencio antes de un brusco cambio de tercio. Sorprendente.

Digo sorprendente porque, nos guste o no, el calagraño forma parte del viñedo riojano. Es cierto que está prácticamente fuera de combate, desaparecido entre tanto arranque de viña vieja y fuera del amparo del Consejo Regulador. Pero parte del Rioja porque es una de esas variedades que aparecía y sigue apareciendo desperdigada en los viñedos con años.

Berta Valgañón, una de estas enólogas que luchan a brazo partido por mantener vivos esas viñas heredadas de padres y abuelos en Pretium, se vale del calagraño para elaborar sus blancos, y no lo esconde. “De mi padre me llegó un viñedo que llamamos La Hontanilla”, me cuenta Berta, “que creo que estaba pensado para elaborar clarete, como muchos por los Obarenes. Es una parcela con mucha garnacha y malvasía de Rioja, pero además hay viura, tempranillo y calagraño”.

El calagraño es una de las viejas variedades autóctonas de Rioja, que daba lugar a vinos blancos duros y bastos, pero que por su elevada acidez compensaba perfectamente a la viura y respondía muy bien a la crianza en roble. “Es una uva en la que hay que estar encima para que no produzca demasiado, no ofrece aromas y es muy vigorosa, pero si se controla resulta interesante. Tiene mucha acidez y un hollejo muy duro, y personalmente la utilizo por su bajo ph como un corrector natural perfecto para el envejecimiento”. Pero malvive en las cepas viejas sin un futuro claro, como ese hermano pequeño a la sombra del mayor haciendo los trabajos más pesados sin reproches, pero sin una sola palabra de aliento.

Su ruina llegó con el arranque de viñedos en los ‘70, años en los que la tiranía del tempranillo se hizo fuerte. Cuando se arrancó mucho blanco prácticamente desapareció. Sobrevivió la viura, ¡pero como para guardar el calagraño…! Es muy sensible al mildiu y a la podredumbre, además de excesivamente productiva con poco volumen y elegancia, pero aun así si es vieja y con poca carga da vinos con un punto de personalidad, muy frescos”.

“El hollejo”, continúa Berta, “me recuerda al moscatel. A mí me gusta, pero llama la atención trabajar con él; recuerdo que cuando se lo comenté a Jesús Madrazo, me dijo, ¿pero… te atreves con el calagraño?”.

“No está amparada, pero si son vides viejas de viñedos anteriores a 1982”, me cuenta Carlos Mazo de Vinos en Voz Baja, en Aldeanueva, otro joven agricultor que se atreve con esta denostada variedad, “se pueden utilizar sin especificarlo en la etiqueta”.

¿El calagraño? “Vamos por partes, aquí la llamamos pasera, dicho lo cual te diré que es una variedad que está en mis viñedos y son las viñas que me ha tocado cuidar. Y por eso la utilizo, la pasera la cuido, la interpreto e intento hacer los vinos lo mejor que puedo. Y así se forma la región, haciendo los vinos con lo nuestro. Lo mejor de la pasera es que cuando está madura todavía conserva mucha acidez y el vino blanco para nosotros debe ser fresco y ácido, refrescante. ¡En Aldeanueva hace mucho calor!”.

La pasera se dice que es muy plana y que trae mucha carga. “Sí. A lo de plana, de acuerdo, pero qué pasa, ¿que todos los vinos tienen que entrar por la nariz y ser iguales, que huelan a manzanas, peras y flores de tocador…? Quizás tenga menos precursores aromáticos, pero no me interesa eso, me interesa lo que tengo. ¿Productiva? También, pero hay que tener diversidad y mi filosofía es trabajar con lo que tengo. Y como mis blancos tocan la madera, la pasera me va de cine”.

“El Consejo Regulador no se mete con la pasera -amor blanco, baladí, jaén blanco, cagazal… que con todas estas acepciones es conocida- pero no deja que se refleje en la etiqueta. Se consiente si tu viña es vieja, pero ahora está completamente prohibido hincar viña nueva de pasera. Yo la defiendo, aunque es una variedad que no se entiende; pero lo que yo no entiendo es que todos vayamos por el mismo camino y haciendo blancos muy parecidos sin apenas diferencias. Personalmente lo tengo claro, me gusta la pasera y la intento interpretar lo más honestamente que puedo yendo a mi raíz, a la tipicidad de mi pueblo”. Punto.

Una chica de Villaseca, un joven de Aldeanueva y un viticultor de Viñaspre. Que en Rioja Alavesa también se valen del calagraño. Roberto Oliván, reivindicando la veracidad de sus viñas la utiliza también en sus elaboraciones. “Viñas libres” reivindica Roberto en sus creaciones. “Dicen las malas lenguas que esta variedad no da nada, pero yo la tengo y la utilizo. Es una variedad muy neutra, pero de una acidez muy rica que trabajo en algunos de mis vinos como Tentenublo y Los Corrillos”.

Su lucha defendiendo la autenticidad de sus vinos y la tipicidad de variedades le trajo problemas con el Consejo cuando descalificó dos muestras del primero precisamente por no seguir la línea de los vinos usuales. Su pliego de descargos decía así: “Este vino está correcto y por ello debe ser de Rioja. Es más, debe ser calificado porque es Rioja, está elaborado con uvas de vino de Rioja, por gente de Rioja y en una bodega de Rioja, cosa que algunos de los vinos calificados no pueden decir”. Carácter y verdad en un auténtico viticultor que cree en lo que hace.

Lo dicho, el calagraño en tres versiones y en tres zonas tan dispares como Villaseca (Alta), Aldeanueva (Oriental) y Viñaspre (Alavesa). A buen entendedor… El calagraño forma parte de la cultura ancestral del Rioja, ¿vamos a dejar que se pierda?

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