El Rioja

“Yo sí creo en los Viñedos Singulares”

Corría el año 1935 cuando un agricultor de Laguardia hincó una viña en un pequeño barranco que le pareció soberbio. Y lo hizo como era habitual en aquellos tiempos, mandaba el tempranillo, pero aquí nacía una cepa de garnacha, allí una de viura, por ahí se veía perdido un graciano… 80 años más tarde aparece un joven sudafricano interesado en la viña para su nuevo proyecto en Rioja.

Puede parecer el guion de una novela de Andrés Pascual, pero sucedió tal como se lo cuento. Escenas de este mundo globalizado. El agricultor se llamaba Pedro García y el bodeguero Bryan MacRobert. El vino que nace de esta viña singular, no podía ser de otra manera, Barranco de San Ginés.

“Yo buscaba algo diferente para poder hacer un vino que contara algo”, comienza su relato Bryan. “Esta viña se plantó en 1935 y ha sobrevivido todos estos años”, –una guerra civil, una mundial, una dictadura, una democracia… y ahí sigue pienso yo–, “porque este tipo de viñas son muy especiales. ¿Por qué resistió? No lo sé, puede ser que producía bien y era rentable, porque el propietario era un auténtico aficionado al buen vino o, simplemente, porque el dueño no tenía dinero para arrancarla, ¡vete a saber! Pero el hecho es que está aquí y ya la ves, Fernando”. Y la veo, vaya si la veo. Preciosa, hecha una chavala y con ganas de seguir dándonos satisfacciones algunas décadas más.

La suerte, esa gracia que a veces se cruza en nuestro camino, colocó el Barranco de San Ginés a tiro del proyecto Laventura Wines. “Tuve suerte porque mi suegro trabajaba en Laguardia y se enteró que estaba en venta, así es el boca a boca, y nos decidimos. Me interesó porque es tan vieja que resulta diferente a muchas viñas de las que la rodean, que han sido transformadas para que entre maquinaria y tienen vides con clones modernos buscando mayor producción. Pero ésta sigue tal cual se plantó”. Bendito azar.

“A la hora de trabajar en busca de lo mejor, este tipo de viñas son mucho más laboriosas que una ‘normal’: estas uvas cuesta llevarlas a bodega cuatro, hasta seis veces más que otras más productivas. Aquí es todo manual, hay que estar siempre encima y todo el trabajo se hace con cuadrillas que hay que contratar, ya ves que solo llegar es complicado. Antiguamente la familia echaba una mano en el campo, pero esto ahora es impensable”.

Esta hectárea es un libro abierto a quien quiera leer la vida de pueblos como Laguardia en la primera mitad del siglo XX: “Me gusta mucho también en este tipo de viñedos que te cuentan cómo era la vida en aquellos tiempos. Las cinco o seis variedades de uva mezcladas tal cual se plantaron te describen lo que hace ocho décadas había en el pueblo, porque tanto de blancas como en tintas se cogían los injertos que tenía el vecino, no había viveros para ir a elegir”.

“Y eso es muy importante porque estás contando la verdad de aquella época. Está plantada sobre cuatro terrazas y apenas tiene 1,3 hectáreas, con un marco muy estrecho de 1,40 x 1,40; casi 5.000 plantas por hectárea para unos 3.500 kilos de producción: 2.000 botellas el año que todo se da bien”. Vinos hechos, no me cabe duda, con trazo puntillista.

Bryan MacRobert estudió Enología en Sudáfrica siguiendo la estela de su padre, que ya poseía viñedos. Y con el andar de los años aterrizó –nunca mejor dicho– en el Priorato, donde estuvo trabajando desde 2008 hasta 2012, solapando cosechas con la bodega familiar. “Pero mientras conocí a mi mujer y caí rendido a dos cosas: a ella y al potencial vinícola de La Rioja. Me encanta la edad del viñedo que tenéis aquí, donde veis con normalidad parcelas de 50 ó 60 años, algo impensable en mi país”.

De Rioja conocía la buena relación calidad-precio de los vinos de las grandes bodegas, prácticamente los únicos que llegaban a Sudáfrica. Vinos de calidad aceptable pero que, en realidad, destacaban más por su asequible tarifa. “Eso era lo que en realidad me sonaba, hasta que un día cayó en mis manos un López de Heredia y me dije, ‘¡guau, esto sí tiene grandeza!’ Y empecé a investigar y a interesarme por el mundo del Rioja de calidad”.

Lo importante es dónde nace, no cómo se hace

El de Ciudad del Cabo cambia la cara y se pone serio cuando habla de por qué entró en esta novedosa categoría de Viñedos Singulares: “Personalmente, cuando compro un vino quiero saber de dónde viene y quién ha hecho este vino más que como ha estado elaborado. Y los vinos ‘VS’ me permiten saber todo sobre la filosofía de la viña y la tierra. Tienen un punto de filosofía borgoñona, que mira más a la parcela y al terruño que al trabajo enológico en bodega. Y eso es lo que de verdad me interesa: incluir una marca geográfica y el nombre de un pueblo más que tiempos de envejecimiento”.

“El mercado va a decidir, pero el principal punto a favor de esta nueva categoría es que puedo contar dónde está la viña y la trazabilidad del vino. Yo, por ejemplo, tengo la bodega en Logroño y viñas por toda La Rioja, pero en Barranco de San Ginés puedo poner que este tinto nace en Laguardia. Y eso es fundamental si queremos captar a los clientes que están comprando vinos tipo burdeos, borgoña o barolo, los vinos de alta gama. Quieren saberlo todo y no les importa pagarlo si reciben a cambio lo que piden: conocer lo que están bebiendo”.

No hay quien pare a este sudafricano que disfruta cuando habla de su viña, y me parece un colofón perfecto a la filosofía que encierra esta breve reseña: “Este tipo de viñas son casi como un museo que debemos mantener. La mía, aunque hay que mimarla, se autorregula y casi le da lo mismo que llueva o que haya falta de agua. Además de uva, aquí hay ciruelas, albaricoques, manzanas, peras, higuera, olivos, cerezos, almendros y melocotones. De primavera hasta verano siempre hay algo para comer, y eso te enseña cómo eran las economías y las gentes de 1935. Yo creo que este patrimonio hay que mantenerlo sea como sea”. Poniendo el punto final, me apunto a lo dicho, ¡sea!

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