TRIBUNA

‘Al fin socialista, al fin feminista, al fin ecologista’

La primera vez que oí a Concha hablar de sus familiares asesinados en la guerra y de su tío abuelo escondido durante nueve años (¡nueve!) en un pajar tras la paz del 39, ya éramos «amigas para siempre». Me lo contó saliendo del cine, tras llorar sin consuelo viendo ‘Silencio roto’, de Armendáriz. Me lo contó sin atisbo de rencor, sin deseo de revancha y hablamos de la locura de los bandos y de la España que ya vivíamos, la España abierta, tolerante, diversa, dialogante, reconciliable… Concha es, por genética, socialista. Por cultura, socialista. Por ideales, socialista. Y lo es sin asomo de odio ni venganza y lo es en esta España que queremos seguir siendo, la creativa, la vanguardista, la solidaria y equitativa.

Nos conocimos en Salamanca, estudiando Biología y nos ató, sobre todo, la risa. Concha ríe por defecto, para relajar tensiones, para entablar relaciones, para crear confianza. Y reír es, sin duda, la expresión más franca de su generosidad intelectual, de la falta de miedo, de la certeza de que todo es relativo y de que ninguna idea está por encima de las personas. Y esa es la mejor materia prima para hacer política.

La facultad le enseñó a trabajar duro, a organizar prioridades, a distribuir el tiempo para que todo fuera posible y la Biología le hizo aprender, sobre todo, de la complejidad de la vida, de la enorme fragilidad de los ecosistemas, de la capacidad de resistir de algunos y de la resiliencia de otros, y de las infinitas variables en una relación, desde la simbiosis al mutualismo, desde el comensalismo a la competencia. Y ¿qué es todo esto sino la vida misma, sino el ecosistema social? Sin pretender acercarnos a las metáforas entre química y política del profesor Rubalcaba, también desde la ecología de sistemas, Concha tejió los mimbres de la persona que es y de la visión política que va a hacernos ver.

Y desde Salamanca, volvió a casa. Volvió a La Rioja para unirse a esta ‘eno-región’ de la que nunca se aleja. Estudió Enología y trabajó haciendo vino, aprendiendo de matices, de equilibrios, de negocios y de equipos. Y la enología profundizó en ella su espíritu feminista. Y no solo porque las principales palabras requieran artículos femeninos: viña, uva, vid, vendimia, bodega… sino porque se integró en un mundo de chicos. En un ambiente, donde hablar de pH, añada o ‘terroir’ para hablar de un vino, resultaba más creíble si lo hacía un varón de los de toda la vida. Aprendió de macro y micromachismos, de diferencias salariales y de inequidades. Y eso, también la convirtió en política.

Tiene dos hijos, Lucía y Fabio, y ha formado con Rodolfo una familia con la que honra a aquella de quien procede, padres y hermanas unidas con hilo de red indisoluble, con la que aprendió el regalo de la solidaridad y el derecho a disponer de un estado de bienestar que nos obligue a dar y nos asegure la igualdad. El riesgo a perderlo la llevó a comprometerse más. Y cansada de ver los toros desde la barrera, aprovechó su nombre: Concha Andreu Rodríguez, para ganar liderazgo en la región de sus mismas siglas, la Comunidad Autónoma de La Rioja. Al fin socialista, al fin feminista, al fin ecológica.

Por Olga Robles para NueveCuatroUno

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